Desde lejos la encrucijada española se ve mazacotuda, aunque todavía no parece italiana, como viene diciendo en son de burla desde hace un tiempo el expresidente Felipe González. En el régimen parlamentario, las cosas se enredan cuando surgen muchos partidos con audiencia y algunos votos. Es lo que pasa ahora en España. Esto da un poder desproporcionado a las minorías, que suelen ejercerlo de forma abusiva.
El poco longevo bipartidismo español pasa por una crisis. Durante años, el PP estuvo en las manos ineptas de Mariano Rajoy, mientras que en el PSOE no ha vuelto a aparecer ni de lejos nadie con la estatura de Felipe González, pues Zapatero primero, y después Sánchez, son pigmeos a su lado. Sánchez quería durar 20 meses en la jefatura de gobierno y duró ocho, pues sus aliados, las minorías independentistas, le hicieron la vida a cuadritos, como se veía muy probable que sucediera, tras la moción de censura contra Rajoy. En este caso Sánchez pagó caro el culiprontismo de llegar al gobierno sin los suficientes votos.
El resto del panorama no es para nada seductor. Hay un grupo de hombres jóvenes –Rivera de Ciudadanos, Casado del PP, el propio Sánchez del PSOE– que son poco más que bien parecidos y locuaces. Claro, también hay mujeres en altos puestos –Inés Arrimada, Soraya Sáenz de Santamaría, Carmen Calvo– a quienes todavía no se les pueden achacar errores de jefatura. El lío con todo esto es que no se plantean soluciones de fondo a los problemas de fondo: el independentismo catalán y tal vez vasco, la inestabilidad política, el crecimiento de la extrema derecha (Vox), la escasa natalidad, la inmigración estancada y rechazada, el despelote general de los países de la Unión Europea.
Ciudadanos parece estar cometiendo un grave error al competir con el PP por los mismos electores, en vez de disputarle en serio el centro al PSOE. Es raro pretender ganarle a alguien con los mismos electores que ha tenido toda la vida. Fuera Rajoy hoy el candidato, vaya y venga, pero el PP tiene en Casado a una cara más o menos fresca. Por lo que se ve, la suya es la campaña más dinámica de cara a las elecciones generales del 28 de abril, pese a sus trampas con los títulos universitarios. Sí, se le ha visto en la Plaza Colón en compañía de Santiago Abascal, líder de Vox, manifestación a la que se sumó sin razón Albert Rivera de Ciudadanos y eso pesa. De ser electo, Casado promete recurrir al artículo 155 de la Constitución, que permite meter en cintura a las comunidades autónomas, diga usted, Cataluña.
Rivera y los suyos parecen encaminados a un distante tercer puesto. Podemos, con su chavismo trasnochado, ocuparía el cuarto. No es que me haya vuelto profeta; las cosas se ven así en este momento. Podrían cambiar mucho. Aun en caso de obtener una mayoría simple, el PSOE no parece destinado a formar gobierno ya que esta vez le sería imposible pactar una alianza con los independentistas. Cualquier otra coalición, diga usted entre el PP y Ciudadanos —ni hablar de agregar a Vox—, también es problemática.
Mientras tanto, el presidente catalán, Quim Torra, y su antecesor, Puigdemont, andan pescando en río revuelto, después de alienar a la burguesía catalana con su fallida declaratoria de independencia. Dirán ellos que no tienen nada más que perder. Por el camino, se cargaron el gobierno de Sánchez, lo que para ellos fue un triunfo. Pírrico.
No, el actual mazacote español no luce nada apetitoso.
Desde lejos la encrucijada española se ve mazacotuda, aunque todavía no parece italiana, como viene diciendo en son de burla desde hace un tiempo el expresidente Felipe González. En el régimen parlamentario, las cosas se enredan cuando surgen muchos partidos con audiencia y algunos votos. Es lo que pasa ahora en España. Esto da un poder desproporcionado a las minorías, que suelen ejercerlo de forma abusiva.
El poco longevo bipartidismo español pasa por una crisis. Durante años, el PP estuvo en las manos ineptas de Mariano Rajoy, mientras que en el PSOE no ha vuelto a aparecer ni de lejos nadie con la estatura de Felipe González, pues Zapatero primero, y después Sánchez, son pigmeos a su lado. Sánchez quería durar 20 meses en la jefatura de gobierno y duró ocho, pues sus aliados, las minorías independentistas, le hicieron la vida a cuadritos, como se veía muy probable que sucediera, tras la moción de censura contra Rajoy. En este caso Sánchez pagó caro el culiprontismo de llegar al gobierno sin los suficientes votos.
El resto del panorama no es para nada seductor. Hay un grupo de hombres jóvenes –Rivera de Ciudadanos, Casado del PP, el propio Sánchez del PSOE– que son poco más que bien parecidos y locuaces. Claro, también hay mujeres en altos puestos –Inés Arrimada, Soraya Sáenz de Santamaría, Carmen Calvo– a quienes todavía no se les pueden achacar errores de jefatura. El lío con todo esto es que no se plantean soluciones de fondo a los problemas de fondo: el independentismo catalán y tal vez vasco, la inestabilidad política, el crecimiento de la extrema derecha (Vox), la escasa natalidad, la inmigración estancada y rechazada, el despelote general de los países de la Unión Europea.
Ciudadanos parece estar cometiendo un grave error al competir con el PP por los mismos electores, en vez de disputarle en serio el centro al PSOE. Es raro pretender ganarle a alguien con los mismos electores que ha tenido toda la vida. Fuera Rajoy hoy el candidato, vaya y venga, pero el PP tiene en Casado a una cara más o menos fresca. Por lo que se ve, la suya es la campaña más dinámica de cara a las elecciones generales del 28 de abril, pese a sus trampas con los títulos universitarios. Sí, se le ha visto en la Plaza Colón en compañía de Santiago Abascal, líder de Vox, manifestación a la que se sumó sin razón Albert Rivera de Ciudadanos y eso pesa. De ser electo, Casado promete recurrir al artículo 155 de la Constitución, que permite meter en cintura a las comunidades autónomas, diga usted, Cataluña.
Rivera y los suyos parecen encaminados a un distante tercer puesto. Podemos, con su chavismo trasnochado, ocuparía el cuarto. No es que me haya vuelto profeta; las cosas se ven así en este momento. Podrían cambiar mucho. Aun en caso de obtener una mayoría simple, el PSOE no parece destinado a formar gobierno ya que esta vez le sería imposible pactar una alianza con los independentistas. Cualquier otra coalición, diga usted entre el PP y Ciudadanos —ni hablar de agregar a Vox—, también es problemática.
Mientras tanto, el presidente catalán, Quim Torra, y su antecesor, Puigdemont, andan pescando en río revuelto, después de alienar a la burguesía catalana con su fallida declaratoria de independencia. Dirán ellos que no tienen nada más que perder. Por el camino, se cargaron el gobierno de Sánchez, lo que para ellos fue un triunfo. Pírrico.
No, el actual mazacote español no luce nada apetitoso.