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La invasión de Putin a Ucrania en febrero ha sido una calamidad para la economía mundial. Subió la presión inflacionaria, hizo bajar las bolsas, indujo en muchos países un crecimiento bajo o una recesión. Sin embargo, benefició de manera dramática a unos pocos sectores: el de los combustibles fósiles y otros commodities —el petróleo está por las nubes— y la fabricación de armamentos.
Al diseñar un arma, los fabricantes la prueban en zonas despobladas, pero no pueden estar del todo seguros de su funcionamiento en un combate real, ante un enemigo que se defienda. En contraste, hoy todas las que usan los ucranianos están literalmente pasando por pruebas de fuego. El arsenal al que tienen acceso es creciente: misiles antitanque tipo Javelin, sistemas de cohetes de alta movilidad (HIMARS por su sigla en inglés) —los americanos les limitaron el alcance a 70 km para que no puedan usarse contra blancos en Rusia—, además de aviones, helicópteros, drones, tanques último modelo, baterías antiaéreas, misiles antibarco, sistemas de radar y un largo etcétera.
Los soldados ucranianos también se han entrenado en el uso de estas armas. Lo corriente ha sido que vayan a campamentos en los países vecinos —Polonia, Hungría—, a pesar de que los rusos estiman este como un comportamiento agresivo. En fin, una guerra en el vecindario es un riesgo muy considerable, aunque pocos hay más agudos que la pasividad.
Los proveedores no son solo Estados Unidos, sino Reino Unido, Alemania, Francia, Dinamarca y otros países de la Unión Europea. El total de la ayuda americana a Ucrania se acercará a los US$40.000 millones, cifra astronómica en apariencia hasta que uno la compara con lo que les costó, digamos, la aventura en Afganistán.
Estas armas donadas causan en el Kremlin una rabia intensa. Claro que ellos llevaron a la invasión lo mejor de su arsenal, de suerte que la reacción es hipócrita. Dice Zelenski que Rusia controla hoy el 20 % (del este) de Ucrania, lo que por lo demás augura que la guerra durará varios años. Mientras los ucranianos puedan infligir daño a los invasores, estos serán incapaces de establecer un gobierno de ocupación estable.
Ahora bien, los países compradores de armas, visto el resultado parcial de la guerra de Ucrania, fácilmente van a preferir a los proveedores occidentales. O sea que Occidente también le está ganando a Rusia en ese departamento, con el aliciente adicional de demostrar que hoy un país pequeño se puede defender con mucha mayor eficacia que antes de una gran potencia invasora. Los fabricantes, a su vez, están regresando a la mesa de diseño, tras lo que se ha visto en Ucrania, una suerte de “laboratorio” ideal para mejorar el rendimiento de las armas.
Un misterio en todo este panorama es la pasividad de las mayorías rusas, pese a la impresionante cantidad de bajas que ya llevan. Tal vez esto se explique por la mezcla de nacionalismo y desinformación. Lo que sí es cierto es que de escalar más el conflicto, Putin correría riesgos políticos internos muy considerables.
En fin, mientras haya regímenes dispuestos a atacar a mansalva a sus vecinos y no vecinos, la industria de armamentos es necesaria, incluso moralmente. No puede ser que solo los malos vayan armados hasta los dientes. Ya en el pasado se vieron las calamidades que puede traer un pacifismo a ultranza. Hay un dicho que viene de tiempos romanos: si quieres paz, prepárate para la guerra.