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El resbaloso piso de las mentiras

Andrés Hoyos
30 de octubre de 2024 - 05:05 a. m.
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Por razones largas de explicar, no tengo título universitario, aunque era hasta buen estudiante. OK, pero podría tenerlo, ¿no? Pues bien, si en una de esas me hubieran nombrado en algún cargo oficial, algo que no ha pasado, yo de seguro NO hubiera dicho que tenía ese título e incluso no hubiera dado largas explicaciones. Simplemente hubiera escrito en mi CV: “pregrado de universidad incompleto”. ¿Que algo así tal vez me hubiera hecho perder una oportunidad? Ni modos, la verdad es un viejo vicio que tengo, así alguna mentira intrascendente haya dicho alguna vez.

Un repaso de escándalos recientes –o no tan recientes– ratifican que el grado universitario es una de las cosas que más se proclaman falsamente, para no hablar de las maestrías y los doctorados. La peste de la pretensión es muy difícil de explicar. Acaso haber tenido algún accidente en la vida, algún desliz que le impidió a uno terminar el pregrado, ¿lo convierte en un monstruo o en un inútil? Para nada. Las cosas más trascendentales en la vida no exigen grados de ningún tipo.

Podría llenar esto de ejemplos, si bien mi interés no es personalizar el tema, sino lograr generalizaciones interesantes. ¿Qué esperan los mentirosos? ¿Que las instituciones les cubran la espalda? Algo así traicionaría su esencia. Lo otro, claro, es que la suma de los efectos de una mentira que puede ser verificada con facilidad es contraproducente de manera clara para quien la dice o la defiende. Según eso, hay una micropulsión suicida en los mentirosos, al menos de los que aspiran a cargos públicos.

Hay, por supuesto, mentiras explicables. Alguien comete un delito o una falta grave y la gente pronto le pregunta si el acto fue suyo. Es muy probable que, al menos al comienzo, el culpable lo niegue todo por temor a las consecuencias. Para eso, por lo demás, están las instituciones de la justicia, para demostrar que algo pasó, así el responsable no lo reconozca. También hay mentiras “útiles”, como negar algún contacto o reunión comprometedora con una persona de prontuario conocido. A diario se revelan fotos o videos que descarrilan de manera definitiva la carrera de cualquiera.

Me dirán con razón que en esto no hay nada nuevo bajo el sol, aunque vaya que es notable la proliferación reciente de los mentirosos compulsivos, de los mitómanos. El efecto ha sido extraño. Ahora parece que gran parte de la gente no da importancia a la verdad, sobre todo no a la que no deben decir ciertas figuras públicas. ¿Cómo se explica la aberración, digamos, de Trump, a quien en los últimos años lo han pillado en decenas de miles de mentiras? Pues bien, explíquese como se explique, ahora los caminos para lograr el apoyo de las personas, por lo menos de grupos grandes, no pasan por decirles la verdad, sino lo que quieren oír. El tema es peliagudo, entre otras, para la inteligencia artificial que por principio no puede legítimamente programarse para traficar en mentiras o en inventos exóticos.

Yo no creo que el reino de las mentiras dure para siempre. Alguna vía se encontrará para restaurar la vigencia de la verdad en las decisiones de fondo de las sociedades. OK, pero mientras tanto, ¿debemos aprender a caminar por el resbaloso piso de las mentiras? Puede que no quede de otra que armarse de alguna forma de caminador virtual para evitar las caídas.

La verdad importa y tiene peso siempre y cuando haya democracia. Como muy bien lo explica Yuval Noah Harari, si se destruye sistemáticamente la confianza y se imponen las mentiras, desaparece la democracia y detrás vienen las dictaduras.

andreshoyos@elmalpensante.com

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abolectrico(03577)30 de octubre de 2024 - 07:47 p. m.
Estamos en un país de Doctores a los que el campesino rico, el militar, el comerciante rico, y el ciudadano del común le rinden pleitesía, para la muestra como hemos elevado a los médicos a la categoría de Dioses. Las empresas de este país están en manos de bachilleres con vision que hoy en dia le dan trabajo a los doctores; y los verdaderos Doctos? pues ellos se dedican a la academia y les vale lo mismo que les digan profe o doc.
Cordillerano(64187)30 de octubre de 2024 - 06:47 p. m.
Me recordó al "Dr." Enrique Peñaloza Londoño, quien en sus publicaciones reportaba Un PhD en administración: ¡FALSO!, después que se trataba de una Maestría: ¡FALSO!, por último parecen que le faltaron seis años para terminar bachillerato, pero resultó un vivo que ha pasado su vida a costillas del erario con salarios que de seguro no explican su patrimonio .....????
Mario(196)30 de octubre de 2024 - 06:37 p. m.
La gente miente por que sabe que para cuando descubran la mentira, ya estará nombrado, y sera difícil destituirlo. Si la verification de documentos la hicieran antes de aceptar las nominaciones, y hubiera consecuencias civiles o penales para aquellos que mienten en su documentación, le pondrían fin a ese problema.
Camalejon(7327)30 de octubre de 2024 - 04:09 p. m.
Superficial el tratamiento que hace del tema. Todo lo reduce a "decir la verdad", "no decir mentiras". Creo que mucha gente ya ha hecho una reflexión sobre cómo se construye la verdad y la mentira, más allá de relativismos, pero parece que el autor no ha leído nada de eso. Pensé que iba a tomar el camino de porqué la gente mienta acerca de sus títulos y su formación; eso hubiera sido de mas fácil tratamiento.
Rolando Antiú(17605)30 de octubre de 2024 - 03:40 p. m.
Un par de refranes: "Gente decente, gente que no miente"; y "Todo aquel que es embustero, tenlo por seguro NO es un caballero"...
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