En las elecciones presidenciales del 3 de noviembre de este año se juega el futuro inmediato de Estados Unidos y buena parte del mediato.
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En las elecciones presidenciales del 3 de noviembre de este año se juega el futuro inmediato de Estados Unidos y buena parte del mediato.
Al ver noticieros, tipo CNN, uno pensaría que allá no cunde una peligrosa pandemia de COVID-19. Abundan las manifestaciones grandes, las contramanifestaciones, hay gente en las calles, eventos masivos, largas filas y playas llenas. El país ya tiene más de la tercera parte de los muertos que la infección ha causado en el mundo. ¿No les importa contagiarse? A muchos al parecer no. Ya hay varias proyecciones creíbles que dicen que Estados Unidos pasará muy por encima de los 200.000 muertos y vaya uno a saber cuántos más habrá. El mercado accionario, que hasta la semana pasada traía un ritmo de recuperación francamente loco, volvió a caer muy duro. La razón es más o menos obvia: les guste o no a los inversionistas, la pandemia va a costar mucho dinero, costo que no puede dejar de reflejarse en el precio de las acciones.
Los retos cruzados se están acentuando día a día. De un lado, las policías, en su mayoría de predominio blanco, optaron por subir la apuesta de la represión contra los negros, como diciendo: así es la cosa, les guste o no. De su lado, Trump reta a todo el que no sea blanco y republicano, al tenor de: sí, y qué. La gente, ardida por ambos fenómenos, ha estado saliendo en masa a protestar a la calle, haya peligros de contagio o no los haya.
De más está decir que si reeligen a Trump, no ya él sino todo el país interpretará aquello como una patente de corso para seguir en las mismas y hasta arreciar la política de represión actual, de suerte que la pasividad no es una opción para sus enemigos, que hoy son millones. Trump la ha emprendido contra prácticamente todas las instituciones internacionales: la OMS, la OMC, la CPI, la ONU, los acuerdos sobre el cambio climático, la Unión Europea, los vecinos, y vaya que el etcétera es largo.
En Estados Unidos los negros están en múltiples desventajas. La Corte Suprema con sus decisiones ha legalizado las tácticas más brutales contra ellos al hacer casi imposible procesar a los policías por su salvajismo. En buena parte del sur hay estatuas e instituciones que celebran a los confederados, es decir, a aquellas personas o estados que se fueron a la guerra civil para no tener que abolir la esclavitud, gente que se jugó la vida por ideales inmorales. Diga usted el inmenso Fort Bragg en Carolina del Norte, llamado así por el general confederado Braxton Bragg. Según eso, la supremacía blanca está claramente instalada y codificada en leyes e instituciones que glorifican la tradición racista.
Por ahora resulta muy claro que la caída de Trump en las encuestas es amplia, pese a que todavía tiene en su favor a esa tercera parte de los blancos irredentos del país. Sin embargo, la campaña tiene las encuestas en contra en Florida, Arizona, Michigan, Virginia y Pensilvania, y está empatada con Biden en Georgia y Texas, estados todos que el presidente tiene que ganar si quiere ser reelegido.
Las grietas se siguen abriendo en el gobierno. El jefe del Estado Mayor Conjunto, general Mark Milley, pidió excusas por acompañar a Trump en un paseo desde la Casa Blanca a la iglesia de San Juan. Y así.
En fin, las elecciones del 3 de noviembre zanjarán todo esto para un lado o para el otro. Menuda encrucijada la de ese día.