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He estado muy atento a lo que ocurre en Chile. Aunque este país tiene las mejores cifras del subcontinente y era el supuesto modelo a seguir, ha sufrido en materia política y de convivencia un sismo de aquellos tan comunes allá. En apenas tres años.
Empecemos por algo que Chile creía superado a partir del regreso a la democracia en 1990: la violencia, la destrucción irracional. Sí, quedaban reductos activos del Frente Patriótico Manuel Rodríguez, cercano al Partido Comunista, y del MIR, pero la población reaccionaba con mesura durante las crisis. La calma duró casi tres décadas hasta que a fines de 2019 todo fue arrojado a la basura por el “estallido social”, originado en una modesta alza en el transporte público. Desde entonces los pobladores queman el metro de Santiago, incineran camiones, saquean tiendas grandes o pequeñas, agreden a los transeúntes, llevan cuchillos al colegio, y una parte importante de las organizaciones políticas no solo consideran que eso es normal, sino que les parece contraproducente usar la represión para detener a los violentos.
En medio de semejante belicosidad, se dieron al menos dos cambios políticos de gran calado. Por una parte, Piñera convocó a elecciones para una Constituyente, con el obvio poder de redactar la carta que se les antojara, en las cuales ganaron las varias izquierdas y los movimientos informales; después Gabriel Boric, un antiguo y joven piquetero, fue elegido presidente de la República en la 2ª vuelta. ¿Arreglado el problema? Ni hablar, a partir de este par de hechos, el dios del surrealismo se apoderó del país.
Tal vez porque Boric de entrada no les entregó el país a sus votantes más radicales, estos ni cortos ni perezosos se pusieron en su contra al unísono con la derecha, según lo demuestran repetidos sondeos en los que la desaprobación del presidente es la norma. Ahora los extremistas más o menos le están repitiendo a un presidente de clara izquierda la dosis que le aplicaron a Piñera, de derecha. ¿No le van a dar el beneficio de la duda ni un lapso prudente para que pueda mostrar sus intenciones? Nyet. Un presidente desprestigiado es sobre todo un presidente ineficaz, a veces casi impotente.
¿Y de la Constituyente qué? Pues de ella se adueñaron esos mismos jóvenes extremistas posmodernos, quienes han ido produciendo artículos entre problemáticos y francamente imposibles. Nadie parece haberles dicho que las reglas pactadas incluyen una dramática: el texto resultante se someterá a un plebiscito el 4 de septiembre, y si el Apruebo pierde y el Rechazo gana, vuelve a entrar en vigor la Constitución de Pinochet. Ese sería más o menos el fin de la presidencia de Boric, así deba permanecer otros cuatro años en el poder. Por si acaso, las encuestas muestran al Rechazo por encima del Apruebo. ¿O sea que los jóvenes constituyentes tampoco saben que una Constitución no es un programa de partido y debe responder a lo que quieren la gran mayoría de los ciudadanos? Como que no.
Gran parte de los líos suceden en la Macrozona Sur del país, donde los atentados se han multiplicado tras la elección de Boric, quien obviamente levantó el estado de excepción. Esta semana fueron destruidos 25 equipos de transporte. Los mapuches son el centro de un lío mayúsculo. Uno diría que el presidente y los constituyentes no han perdido todavía la batalla, pero sí están en la cuerda floja. Lástima, sería bueno que esos experimentos funcionaran.