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Todavía no es seguro que Amelia Pérez Parra sea la próxima fiscal general de Colombia, aunque va adelante en las votaciones que está realizando la Corte Suprema de Justica para escoger entre la terna que presentó Gustavo Petro. Amelia sacó 13 de los 16 votos necesarios. No sabemos qué tan radical sea ella misma, lo que sí está muy claro, a juzgar por la cuenta de Twitter/X de su esposo, Gregorio Oviedo, “abogado, exjuez, exfiscal”, es que por las noches se acuesta al lado de un extremista muy desapacible. Por si fuera poco, Oviedo resultó abiertamente misógino, al menos a juzgar por los comentarios que hizo sobre la periodista D’Arcy Quinn. Sí, en su momento los paramilitares tenían a Oviedo en la mira, si bien también tuvieron a muchas otras personas que no por ello se volvieron extremistas o intransigentes. En fin, ya saldrá una fiscal elegida de las ternadas, si no es que a la CSJ estos escándalos le acentúan las dudas y por el camino devuelve la terna, pero lo que sí conviene revisar son las razones que conformaron la manera de pensar del marido de la candidata y de la gente de su talante.
Un personaje por el estilo de Oviedo es ejemplo típico de las tendencias que han destrozado las posibilidades de gestación de una izquierda legítima y civilizada en países como Colombia. Los Oviedo de este mundo padecen de un obvio resentimiento, que no les permite pensar al derecho. Con personajes como él en el camino, es imposible lanzar una agenda progresiva de reformas acumulativas, semejantes a las que a partir de 1930 implantó la socialdemocracia en Europa y que desembocaron en el envidiable Estado de bienestar. Para los Oviedos, hacerse con el control del Estado implica poder cobrar venganza, enlodar a los adversarios, ojalá poniéndolos camino a la cárcel. Y del lado de la derecha, cómo no, están las personas con actitudes parecidas a las de Oviedo, aunque opuestos. ¿Ergo? Que en medio de la polarización resultante habrá con más facilidad conflictos y violencia que progreso, incluso sinuoso. El propio Petro es de la línea Oviedo la mayor parte del tiempo, así de tarde en tarde se tome una pastillita y amanezca tratable al día siguiente, por un rato o por un par de días.
Aquí quiero dejar sentado que los programas posibles para un proyecto de izquierda de largo plazo en América Latina, como el que hace casi cien años logró establecer la socialdemocracia para Europa, están todavía en la mesa de diseño, con pocas posibilidades de prosperar. Ni siquiera los hemos visto. A uno no le corresponde examinar los motivos personales de los militantes de izquierda en un país como Colombia, pero es ineludible concluir que, al abundar la tenaz corriente del resentimiento, la tradición de la socialdemocracia europea, más que todo del norte, muere de inanición. Ellos allá se forjaron en su época en contracorriente del leninismo, algo que por estos lares no sucedió en el mundo de los intelectuales. Tanto es así, que en el subcontinente todavía subsiste el absurdo prestigio, digamos, del castrismo, pese a la tragedia que trajo para los cubanos.
Y claro que el problema no son solo los Oviedos. Basta con echar un vistazo al desaguisado que se ha formado entre Vicky Dávila y Claudia López para entender que el virus dañino campea en muchos toldos. O sea, ¿no se puede discrepar sin insultar e infamar al otro? ¿La tolerancia no es acaso una virtud política?