Francisco y los gais, ¿una contradicción de términos?
Si usted es una persona muy creyente —yo no lo soy—, le sugiero que mejor pare de leer aquí.
Las religiones son casi tan viejas como la humanidad y las exitosas se basan todas en mortificar a sus adeptos. Basta repasar las historias de los santos católicos o cristianos para ver ahí una reiterada exaltación de la mortificación como virtud.
Cuando yo era niño, había que ir a misa los domingos. Recuerdo pocas cosas más aburridas que eso, tanto que arrastro desde entonces con un sentimiento ambiguo sobre las tardes de este día de descanso. Pues bien, un tiempo después se empezó a permitir ir a misa los sábados en la tarde. Aunque yo ya entonces no asistía, sospecho que eso de volver más cómoda la opción de salvarse del pecado confundió a la gente. Lo mismo pasó con el levantamiento de la prohibición de comer carne los primeros viernes. ¿Por qué era en esos días y no en otros? Respuesta sencilla y muy religiosa: porque sí. Esos ayunos a uno lo mortificaban, entre otras razones porque el pescado que entonces se conseguía en Bogotá, congelado meses atrás, sabía espantoso y yo lo odiaba.
Hablemos por un instante de los musulmanes o los judíos. Pocas cosas hay más sabrosas en la vida que una chuleta de cerdo o que un chicharrón. Pues bien, ningún musulmán o judío estricto ha probado ninguna de las dos cosas. ¿Por qué están prohibidas desde hace siglos? Una vez más, porque sí. A alguien alguna vez se le ocurrió que hacían daño y listo. ¿Es sábado, usted es judío ortodoxo y vive en un décimo quinto piso? A subir y bajar las escaleras a pie. ¿Por qué? Por tercera vez debo repetir la frase: porque sí.
Recuerdo con gran claridad el día en que un amigo musulmán, hasta entonces muy estricto con su religión, se comió unas lonchas de jamón de Jabugo y además las acompañó con un whisky. Santo remedio: hasta ahí le duró la religiosidad. Eso sí, después halló otras cosas sobre las cuales ser intransigente, pero esa parte de la historia no viene a cuento.
Ahora ha surgido un documental, Francesco, en el que de manera poco clara el papa pide una ley que legalice la convivencia entre las personas del mismo sexo, cuyas relaciones sexuales de base el catolicismo siempre ha considerado pecaminosas. El papa se lava las manos diciendo que no es un matrimonio. Hombre, Francisco, si tiene los mismos efectos civiles que el matrimonio, es igual así se use otra palabra. Mañana va a proponer mayor tolerancia para los curas gais.
Las religiones sin rigores ni mortificaciones son apenas unas asociaciones sociales difusas, basadas en creencias irracionales. Parte de su esencia consiste en imponer a la fuerza comportamientos arbitrarios, como los ya descritos. De rigor es amenazar a los fieles desobedientes, débiles o inconstantes con castigos fuertes. Incluso el marxismo-leninismo conformó desde 1917 una poderosa iglesia, llena de mártires y contrariedades, la cual al final resultó averiada por el liberalismo y la tolerancia, además de sus fracasos concretos.
En fin, hablar de una iglesia liberal, sea cual sea la religión de base, a los no creyentes nos parece una contradicción de términos. Si todo se reduce a suscribir una determinada doctrina, si no hay amenazas terrenales, para no hablar de condenas al fuego eterno, mejor creer en lo que a uno le apetezca. En ese caso, sobran los curas, los rabinos, los imanes o los comisarios, gais, casados, célibes o como usted los quiera.
Si usted es una persona muy creyente —yo no lo soy—, le sugiero que mejor pare de leer aquí.
Las religiones son casi tan viejas como la humanidad y las exitosas se basan todas en mortificar a sus adeptos. Basta repasar las historias de los santos católicos o cristianos para ver ahí una reiterada exaltación de la mortificación como virtud.
Cuando yo era niño, había que ir a misa los domingos. Recuerdo pocas cosas más aburridas que eso, tanto que arrastro desde entonces con un sentimiento ambiguo sobre las tardes de este día de descanso. Pues bien, un tiempo después se empezó a permitir ir a misa los sábados en la tarde. Aunque yo ya entonces no asistía, sospecho que eso de volver más cómoda la opción de salvarse del pecado confundió a la gente. Lo mismo pasó con el levantamiento de la prohibición de comer carne los primeros viernes. ¿Por qué era en esos días y no en otros? Respuesta sencilla y muy religiosa: porque sí. Esos ayunos a uno lo mortificaban, entre otras razones porque el pescado que entonces se conseguía en Bogotá, congelado meses atrás, sabía espantoso y yo lo odiaba.
Hablemos por un instante de los musulmanes o los judíos. Pocas cosas hay más sabrosas en la vida que una chuleta de cerdo o que un chicharrón. Pues bien, ningún musulmán o judío estricto ha probado ninguna de las dos cosas. ¿Por qué están prohibidas desde hace siglos? Una vez más, porque sí. A alguien alguna vez se le ocurrió que hacían daño y listo. ¿Es sábado, usted es judío ortodoxo y vive en un décimo quinto piso? A subir y bajar las escaleras a pie. ¿Por qué? Por tercera vez debo repetir la frase: porque sí.
Recuerdo con gran claridad el día en que un amigo musulmán, hasta entonces muy estricto con su religión, se comió unas lonchas de jamón de Jabugo y además las acompañó con un whisky. Santo remedio: hasta ahí le duró la religiosidad. Eso sí, después halló otras cosas sobre las cuales ser intransigente, pero esa parte de la historia no viene a cuento.
Ahora ha surgido un documental, Francesco, en el que de manera poco clara el papa pide una ley que legalice la convivencia entre las personas del mismo sexo, cuyas relaciones sexuales de base el catolicismo siempre ha considerado pecaminosas. El papa se lava las manos diciendo que no es un matrimonio. Hombre, Francisco, si tiene los mismos efectos civiles que el matrimonio, es igual así se use otra palabra. Mañana va a proponer mayor tolerancia para los curas gais.
Las religiones sin rigores ni mortificaciones son apenas unas asociaciones sociales difusas, basadas en creencias irracionales. Parte de su esencia consiste en imponer a la fuerza comportamientos arbitrarios, como los ya descritos. De rigor es amenazar a los fieles desobedientes, débiles o inconstantes con castigos fuertes. Incluso el marxismo-leninismo conformó desde 1917 una poderosa iglesia, llena de mártires y contrariedades, la cual al final resultó averiada por el liberalismo y la tolerancia, además de sus fracasos concretos.
En fin, hablar de una iglesia liberal, sea cual sea la religión de base, a los no creyentes nos parece una contradicción de términos. Si todo se reduce a suscribir una determinada doctrina, si no hay amenazas terrenales, para no hablar de condenas al fuego eterno, mejor creer en lo que a uno le apetezca. En ese caso, sobran los curas, los rabinos, los imanes o los comisarios, gais, casados, célibes o como usted los quiera.