La reciente debacle de Sri Lanka, nación asiática tropical de mediano tamaño llamada Ceilán en el pasado, de seguro se va a volver un paradigma contra las ilusiones catastróficas. Allá el gobierno, comprando sin descuento las ideas biempensantes del ala liberal radical de la academia occidental, quiso de la noche a la mañana convertir al país en un vergel que no usaba más abono que el estiércol del ganado y en abril de 2021 prohibió los fertilizantes químicos y los agroquímicos. La ilusión era constituir un sector agrícola 100 % orgánico, si bien ya en noviembre se vieron obligados a revocar las medidas pues todas las cosechas, en particular las vitales de té y arroz, resultaron catastróficas. Como Sri Lanka es un país agrícola, la disponibilidad de divisas se redujo de forma drástica, llegando a mínimos históricos, y no fue posible pagar las importaciones esenciales. La inflación se desbocó, hace meses casi no hay combustible ni medicinas e incluso falta la comida. De ahí que la semana pasada cientos de miles de personas desesperadas avasallaron el palacio presidencial y el loco de las ilusiones locas fue depuesto y debió salir corriendo. Vaya uno a saber si los fanáticos de las universidades americanas van a estudiar el caso.
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La reciente debacle de Sri Lanka, nación asiática tropical de mediano tamaño llamada Ceilán en el pasado, de seguro se va a volver un paradigma contra las ilusiones catastróficas. Allá el gobierno, comprando sin descuento las ideas biempensantes del ala liberal radical de la academia occidental, quiso de la noche a la mañana convertir al país en un vergel que no usaba más abono que el estiércol del ganado y en abril de 2021 prohibió los fertilizantes químicos y los agroquímicos. La ilusión era constituir un sector agrícola 100 % orgánico, si bien ya en noviembre se vieron obligados a revocar las medidas pues todas las cosechas, en particular las vitales de té y arroz, resultaron catastróficas. Como Sri Lanka es un país agrícola, la disponibilidad de divisas se redujo de forma drástica, llegando a mínimos históricos, y no fue posible pagar las importaciones esenciales. La inflación se desbocó, hace meses casi no hay combustible ni medicinas e incluso falta la comida. De ahí que la semana pasada cientos de miles de personas desesperadas avasallaron el palacio presidencial y el loco de las ilusiones locas fue depuesto y debió salir corriendo. Vaya uno a saber si los fanáticos de las universidades americanas van a estudiar el caso.
Pero las ilusiones catastróficas no son apenas un asunto del Tercer Mundo. En el último par de décadas, Alemania ha estado bajo la batuta de una élite intelectual semejante a la de Sri Lanka. Ellos presionaron para que no se hiciera fracking y se acabara con la explotación del carbón, con la ilusión de reducir de forma masiva la huella de carbono del país. Incluso, a raíz del desastre en Fukushima que al final no fue tan desastroso salvo por el tsunami, convencieron al poder de clausurar decenas de centrales nucleares. ¿Probabilidades de un terremoto de magnitud 9 en la escala de Richter, como el japonés? Cercanas al 0 %. Claro, la señora Merkel y demás políticos locales no contaban con la astucia de Vladimir Putin, su principal proveedor de gas natural y petróleo, entre otras materias primas, quien en febrero invadió a Ucrania. Corte a hoy: imposibilitados de sostener los viejos tratos con Rusia debido al carácter genocida del régimen de Putin, los alemanes no saben qué hacer, pues el país, ya cercano a la recesión, volvió a quemar miles de toneladas de carbón y está viendo la manera de revivir las malditas centrales nucleares que habían clausurado. La huella de carbono alemana volvió a ponerse por las nubes. En los últimos días hasta los agricultores están en huelga por falta de combustibles y fertilizantes.
En una columna posterior pienso desarrollar con más detalle las moralejas centrales que se derivan de todo lo anterior. Baste con señalar por ahora cómo los distintos progresismos acogen idearios ilusos e incompletos y los aplican de forma agresiva. Para muchos la economía de mercado sigue siendo un pecado capital, sin entender que hay capitalismos y capitalismos. De nada sirve demonizar este o aquel procedimiento privado por razones ideológicas o intelectuales. La gente no se va a dedicar a lo que no le produce ningún beneficio, como quieren los biempensantes. Eso ni el cristianismo más extremo.
Algún día se deberá llegar a que el Estado dirija y delimite las opciones benéficas y eso derive en multitud de actividades rentables. Tienen que descubrirse caminos lucrativos que conduzcan a la salvación del planeta. No hay de otra. Más sobre esto en otra ocasión.