Uno llega a la sala de espera de un avión y ve a la mitad de la gente pegada de la pantalla de su celular. Y basta examinar Twitter un rato para comprobar que, por ejemplo, la lamentable muerte del dibujante francés Sempé el jueves de la semana pasada se conoció en instantes. O sea que la información circula de manera profusa en la mayoría de los países. A mí, entre otras cosas, me impresiona que las dictaduras —Rusia, Cuba, China— sean capaces de evitar que la gente se entere de lo que ellos no quieren que se entere. Impresionante, sí, aunque ya vendrán tecnologías que permitan perforar la censura.
Ok, pero lo que no suele caber en esa profusión de pantallas es la interpretación de la información, o sea, la respuesta a la vieja y clave pregunta de por qué. La pantallita de un celular es por su propia naturaleza refractaria a los conceptos elaborados o de fondo. Si usted escribe para pantallas pequeñas, es casi de rigor que no debe abundar en sutilezas o excepciones, las cuales sin embargo han sido centrales en todas las conclusiones válidas a las que la humanidad ha llegado alguna vez. De hecho, la posibilidad de hallar la falla de un argumento o su contradicción es esencial a la hora de que las ideas avancen. Pero en las redes eso aburre. Cuando en días pasados Moisés Wasserman defendía su visión de la ciencia, intentó ser sutil además de claro, y se le vinieron encima los partidarios de la “justicia epistémica”, un oxímoron, y los enemigos de la “ciencia hegemónica”, que nunca ha existido pues cada teoría de peso ha sido alguna vez refutada, matizada o evolucionó. Clásico en las redes es que la gente diga qué piensa, no por qué. En 280 caracteres es imposible dar una explicación larga y detallada, así se puedan hacer los aburridos “hilos” para estirar un poco los argumentos.
En este contexto de excesos de información y carencia de interpretación, una serie de teorías folclóricas se ha puesto de moda. Los ejemplos son muchos. Demos un par: se dice que la energía nuclear es inconveniente, de suerte que países como Alemania estaban clausurando los reactores mientras que ahora no les quedó más remedio que volver a encender las centrales de carbón, esas sí las peores de todas. También está la supuesta inconveniencia de los fertilizantes químicos, cuya prohibición condujo al colapso de la agricultura en Sri Lanka en el último año. Lo de veras grave con estas ideas folclóricas, basadas en una profusa información mal digerida, es que se usan para parar productos de la ciencia, como las semillas transgénicas. En el Congreso colombiano actual está presentado un proyecto del senador liberal Juan Carlos Losada que quiere prohibirlas. Lo apoyan Iván Cepeda, Inti Asprilla y María José Pizarro, como quien dice la flor y nata del petrismo parlamentario radical.
No habrá que aclarar que cualquier decisión tiene riesgos, aunque muchas veces el peor riesgo sea no hacer nada. Por lo demás, los expertos con frecuencia se contradicen, lo que implica que toda teoría sobre un tema importante debe ser puesta a prueba.
En fin, dado que de muy vieja data soy un optimista crítico (¿otro oxímoron, señor Hoyos?), me resisto a creer que las sociedades vayan en reversa, sobre todo porque la gente hoy está mucho mejor educada que hace medio siglo. No obstante, abundan los fake news en casi todas las disciplinas, así que toca atajar cada gol “marcado” en fuera de lugar. No queda de otra.
Uno llega a la sala de espera de un avión y ve a la mitad de la gente pegada de la pantalla de su celular. Y basta examinar Twitter un rato para comprobar que, por ejemplo, la lamentable muerte del dibujante francés Sempé el jueves de la semana pasada se conoció en instantes. O sea que la información circula de manera profusa en la mayoría de los países. A mí, entre otras cosas, me impresiona que las dictaduras —Rusia, Cuba, China— sean capaces de evitar que la gente se entere de lo que ellos no quieren que se entere. Impresionante, sí, aunque ya vendrán tecnologías que permitan perforar la censura.
Ok, pero lo que no suele caber en esa profusión de pantallas es la interpretación de la información, o sea, la respuesta a la vieja y clave pregunta de por qué. La pantallita de un celular es por su propia naturaleza refractaria a los conceptos elaborados o de fondo. Si usted escribe para pantallas pequeñas, es casi de rigor que no debe abundar en sutilezas o excepciones, las cuales sin embargo han sido centrales en todas las conclusiones válidas a las que la humanidad ha llegado alguna vez. De hecho, la posibilidad de hallar la falla de un argumento o su contradicción es esencial a la hora de que las ideas avancen. Pero en las redes eso aburre. Cuando en días pasados Moisés Wasserman defendía su visión de la ciencia, intentó ser sutil además de claro, y se le vinieron encima los partidarios de la “justicia epistémica”, un oxímoron, y los enemigos de la “ciencia hegemónica”, que nunca ha existido pues cada teoría de peso ha sido alguna vez refutada, matizada o evolucionó. Clásico en las redes es que la gente diga qué piensa, no por qué. En 280 caracteres es imposible dar una explicación larga y detallada, así se puedan hacer los aburridos “hilos” para estirar un poco los argumentos.
En este contexto de excesos de información y carencia de interpretación, una serie de teorías folclóricas se ha puesto de moda. Los ejemplos son muchos. Demos un par: se dice que la energía nuclear es inconveniente, de suerte que países como Alemania estaban clausurando los reactores mientras que ahora no les quedó más remedio que volver a encender las centrales de carbón, esas sí las peores de todas. También está la supuesta inconveniencia de los fertilizantes químicos, cuya prohibición condujo al colapso de la agricultura en Sri Lanka en el último año. Lo de veras grave con estas ideas folclóricas, basadas en una profusa información mal digerida, es que se usan para parar productos de la ciencia, como las semillas transgénicas. En el Congreso colombiano actual está presentado un proyecto del senador liberal Juan Carlos Losada que quiere prohibirlas. Lo apoyan Iván Cepeda, Inti Asprilla y María José Pizarro, como quien dice la flor y nata del petrismo parlamentario radical.
No habrá que aclarar que cualquier decisión tiene riesgos, aunque muchas veces el peor riesgo sea no hacer nada. Por lo demás, los expertos con frecuencia se contradicen, lo que implica que toda teoría sobre un tema importante debe ser puesta a prueba.
En fin, dado que de muy vieja data soy un optimista crítico (¿otro oxímoron, señor Hoyos?), me resisto a creer que las sociedades vayan en reversa, sobre todo porque la gente hoy está mucho mejor educada que hace medio siglo. No obstante, abundan los fake news en casi todas las disciplinas, así que toca atajar cada gol “marcado” en fuera de lugar. No queda de otra.