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Desde hace meses le sigo la pista a la invasión rusa a Ucrania —más, valga la verdad, en internet que en los despistados medios locales—, con la intuición de que algo trascendental va a pasar en cualquier momento. La primera gran sorpresa fue que Putin no pudo apoderarse del país vecino en una semana, según al parecer le habían pronosticado sus generales serviles. Fallida la invasión relámpago, durante los siete meses siguientes hubo una mezcla de retiradas rusas más o menos ordenadas hacia las zonas tomadas en el este de Ucrania, donde hay población prorrusa. No obstante, después empezó el desangre creciente causado por la efectividad de las armas que las potencias de Occidente les dieron de manera paulatina a Zelenski y sus muchachos. Llegó entonces el sábado 10 de septiembre y ocurrió una tremenda sorpresa. Miles de rusos, desmoralizados y diezmados, dejaron tirados sus fusiles y otros armamentos y empezaron la que promete ser una retirada continua. Devolvieron sin luchar la ciudad del título, Izium, un importante centro ferroviario donde tenían concentrado mucho poderío militar. En total, 3.000 km² cambiaron de manos en dos o tres semanas.
Por lo que uno ve, no hubo grandes combates en esas zonas, apenas la rauda fuga de los rusos. Quedó, sí, gran cantidad de equipo militar abandonado en buen estado. De esa manera, Rusia se está convirtiendo en un gran proveedor de armas del ejército de Ucrania. Todos los días uno tiene que enterarse de una nueva ciudad o pueblo ucraniano liberado: Kyiv, Kupiansk, Balakleya, la región de Járkov, el propio Izium, cuyo nombre yo no había oído nunca hasta hace una semana. Si las cosas siguen como van, la invasión de Rusia a Ucrania se podría acabar en un año con la derrota total de Putin, el genocida. Claro, no antes de que lance varias formas de contraataque, si bien los intentos de recuperar terreno son los más difíciles en una guerra. En todo caso, si alguien llegó a pensar que Occidente abandonaría a Ucrania a su suerte, eso hoy está descartado definitivamente. Los van (vamos) a acompañar hasta que echen a los rusos del país.
A diferencia del fascismo clásico, el de Putin no involucra de manera activa a la población; apenas la tiene medio dormida. Pues bien, a medida que llega la información sobre los desastres de la guerra, con sus decenas de miles de rusos muertos, ha empezado un claro desasosiego sobre todo entre la gente de sesgo nacionalista o patriótico, o sea, la derecha. Hay incluso ruido sobre posibles pedidos a Putin de que renuncie, lo que aceleraría el desenlace de la infausta invasión. ¿Que los van a perseguir? Sin duda, pero lo importante es que ahora tienen menos miedo. Esta derecha dura pide una campaña de conscripción masiva y medidas por el estilo. Sin embargo, ya puede ser demasiado tarde para algo así, pues tomaría meses, meses de avances ucranianos. Además, la desmoralización de un ejército no se soluciona con curitas.
Hablando de los países afectados por el reciente giro de la guerra, está China, que tiene mucho que perder si a Putin se le termina de desfondar la invasión. También pierden los países y partidos dominados por la izquierda irracional, que de un modo u otro han apostado a favor de la aventura colonialista de Rusia.
En fin, una derrota contundente en Ucrania sería el acabose de la dictadura de Putin, así pase antes por varias convulsiones. Ojalá.