Tras el ballottage de las elecciones del 7 de julio, en Francia va a ser muy difícil formar un gobierno que no incluya a Jean-Luc Mélenchon, líder de la extrema izquierda del país. Otro cantar es si este personaje lo preside. Eso es muy improbable. No fue propiamente él quien ganó las elecciones, sino el Nuevo Frente Popular, una coalición de cinco partidos, muy fragmentada e incluso enfrentada entre sí. Su nombre es un homenaje al Frente Popular que llegó al poder en 1936. No olvidemos que ese intento duró poco.
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Tras el ballottage de las elecciones del 7 de julio, en Francia va a ser muy difícil formar un gobierno que no incluya a Jean-Luc Mélenchon, líder de la extrema izquierda del país. Otro cantar es si este personaje lo preside. Eso es muy improbable. No fue propiamente él quien ganó las elecciones, sino el Nuevo Frente Popular, una coalición de cinco partidos, muy fragmentada e incluso enfrentada entre sí. Su nombre es un homenaje al Frente Popular que llegó al poder en 1936. No olvidemos que ese intento duró poco.
Mélenchon, un antiguo líder estudiantil, ha sido tres veces candidato presidencial. Con 72 años quizá diga: es ahora o nunca. En su momento dio declaraciones antisemitas, ha expresado regularmente simpatías por el Kremlin y la invasión rusa a Ucrania, aboga por la salida de Francia de la OTAN y es amigo declarado del chavismo. O sea, un primer ministro inviable.
Dicen algunos analistas que Macron sucumbió con su partido. Yo no lo veo así. Quedó de segundo ante un manojo bastante desprolijo de gente de izquierda, en muchos casos de un extremismo inviable. No se puede olvidar que Macron ya demostró su perspicacia política llamando a unas elecciones anticipadas que muchos presagiaban como catastróficas para él. Ahora tal vez encuentre la manera de sacarse un nuevo conejo del cubilete. Uno sospecha que no tendría ningún problema para girar un poco a la izquierda. La pregunta es cuánto. Ahora bien, si no le es posible conformar una mayoría en un tiempo prudencial, tendrían que celebrarse nuevas elecciones. La pregunta en ese caso es a quién beneficia una encrucijada como esa. Macron, sospecha uno, apuesta a que no será a los extremos. Hasta ahora, las apuestas le han salido más o menos bien.
Macron sigue siendo el presidente de Francia y en esta condición envió una carta a sus conciudadanos en la que dice que píensa postular para primer ministro –es su prerrogativa– a una persona de tradición republicana, lo que parece excluir no solo a los extremistas de derecha, sino a los de izquierda, por el estilo de Mélenchon. Claro, esta persona ojalá obtenga una mayoría absoluta 289 votos en la Asamblea Nacional (congreso). Un gobierno en minoría con menos de 289 escaños significaría que la coalición de izquierdas tendría que vivir bajo la amenaza constante de mociones de censura por parte de otros partidos. Sin embargo, el gobierno de Macron ha conseguido gobernar desde 2022 con una mayoría relativa de 246 escaños. Ya veremos qué sucede.
El primer ministro en principio no sería Macron, aunque tampoco Mélenchon. ¿Quién? No se sabe. Mucha gente ve venir conflictos agudizados en Francia, pero eso no es del todo seguro. Al fin, cualquier coalición se basa en concesiones de todas las partes. Cuando los extremos acentúan sus posiciones, el centro cobra aún mayor vigencia como fiel de la balanza o árbitro.
La política francesa aparece hoy partida en tres bloques, no homogéneos, no en dos, como solía estar antes. No hay tradición de conformar gobiernos de coalición, pero ese es un obstáculo temporal. Si no hay tradición, se crea una. Francia demostró que al final de todas las cuentas es un país republicano. Una perturbación inevitable son los Juegos Olímpicos, que ya llegan y que se celebrarán en Francia. La política no puede mantener una actividad plena mientras hay tremendas carreras de 100 metros o de 1.500.
Por lo que he leído, nadie tiene claro lo que va a pasar. O sea, que ninguna salida es forzosa o inevitable.