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Tomemos al litio como un símbolo polémico.
Este metal liviano (Li), el tercero en la tabla periódica entre el helio y el berilio, se ha convertido en lo que algunos llaman el oro blanco. ¿Por qué? Pues porque sus sales son las más eficientes hasta hoy conocidas en la manufactura de baterías eléctricas livianas, usadas sobre todo para automóviles eléctricos. No es un metal escaso, pero su producción hoy está muy lejos de satisfacer la demanda mundial, lo que ha hecho que el precio se multiplique, por dos, por tres y hasta por más factores. ¿Cuánto costará una tonelada en 2030, 2035 o 2040? Yo tampoco tengo ni idea.
Los salares de Bolivia, Chile y Argentina contienen el 61 % del litio disponible en el planeta. Sin embargo, Australia es hoy el mayor productor, pese a que su mucho litio sale de rocas, lo que lo hace más costoso de extraer. ¿Raro, no? Chile ocupa el segundo lugar.
Las baterías, claro, son vitales para las energías alternativas, como la solar y la eólica, dada la intermitencia de su producción. Ahí las baterías fijas no tienen los mismos problemas, por ejemplo, las basadas en sodio, metal presente en la sal corriente. Sin embargo, con un peso semejante al del litio la efectividad de los procesos de sodio no llega ni a la mitad, lo que lo hace casi inviable en la industria automotriz. Lo único que podría descarrilar el asunto sería un precio desproporcionado del litio.
Eduardo Porter se pregunta en Bloomberg cuál es la idea con este metal. ¿Armar un cartel como la OPEP de comienzos de los años setenta? Pese a que Bolivia nacionalizó los yacimientos en 2008, hasta ahora la medida no le ha generado mucho desarrollo. Por ley se quieren imponer consorcios en los que el Estado sea dueño al menos del 51 % de las acciones. La ley chilena exigía regalías del 40 % sobre el litio extraído, cuando el valor por tonelada excedía los 10 mil dólares –hoy cuesta casi el triple–, y también reservaba al país la cuarta parte de la producción para operaciones de valor agregado. En fin, las acciones de las compañías privadas con concesiones de litio bajaron entre el 15 % y el 20 % cuando estas nuevas leyes de los países con depósitos se anunciaron.
Pese a que las historias de la producción de metales en los países pobres no son alentadoras, la época presente luce prometedora, dada la rivalidad entre China, Estados Unidos y Europa, que abre muchas oportunidades. Por si acaso, China es el jugador clave en la industria de las baterías eléctricas. Aunque el riesgo de corrupción cuando el Estado domina es alto, no tiene por qué materializarse, sobre todo si los países fuerzan a las empresas a tener el régimen de gestión adecuado. Esto implicaría la presencia de capital del público en la composición, no solo del Estado. La colombiana Ecopetrol es un buen modelo.
Los vilipendiados tratados de libre comercio se ven bien, pues lo producido en los países con uno vigente tienen una entrada prioritaria al mercado de la contraparte. Chile firmó uno con Estados Unidos; Bolivia y Argentina, no. En todo caso, es legítimo que los productores de materias primas quieran participar en la cadena de valor que estas generan. Otro cantar es negociar para llegar a los mejores esquemas, que involucren a los países pobres o de ingreso intermedio en el valor agregado de las industrias asociadas, así no lo monopolicen.
¿Cambiará este panorama con la estruendosa derrota de Boric en Chile el domingo? El tema queda pendiente.