Acabo de pasar tres semanas en Holanda, dos de ellas en Ámsterdam; de ahí surge esta columna.
Holanda es una nación muy rica, con un PIB per cápita varias veces el colombiano. Paradójicamente, hace 100 años fomenta el medio de transporte más baratos de todos: la bicicleta. Tanto así, que es el único país del mundo con más bicicletas (23 millones) que habitantes (17 millones). Leo que los trayectos diarios de los holandeses son 45 % en carro —ni modos, es el medio todavía mayoritario, pese a que la gasolina cuesta 2,4 veces lo que cuesta en Colombia—, 36 % en bicicleta y 11 % en otras modalidades de transporte público. A las motos que tanto gustan aquí ni siquiera las mencionan por separado. Poco se ven.
La popularidad de las ciclas holandesas proviene de haber multiplicado las ciclorrutas. A lo largo de los años, los Países Bajos se han llenado de ellas, primero urbanas y después rurales, hasta llegar hoy a cerca de 35.000 kilómetros exclusivos. En Ámsterdam, la capital, las ciclorrutas pueden no ser nada del otro jueves y comparten espacio con los andenes y los árboles, quitándoselo a los peatones. La idea de que se puede llenar una ciudad de ciclorrutas sin afectar a los peatones, según se argumenta en Colombia, es de una candidez conmovedora. Claro, otra parte de las ciclorrutas fue robada a los carros. La sinergia es cuestión hábitos. Uno se acostumbra rápidamente a caminar en el espacio que queda y a tener cuidado con los ciclistas, que no van al estrellido, como se dice por ahí. En las estaciones de tren y de metro abundan los grandes parqueaderos de ciclas.
Como la mayoría de las ciudades europeas, y Ámsterdam no es la excepción, el sistema de transporte es multimodal. Esta capital tiene apenas cinco líneas de metro, en su mayoría de superficie. Además de las bicicletas, uno ve allí una impresionante red de tranvías. O sea, buses + tranvía + metro + ciclorrutas. Nada de desmantelar nada, como se oye con frecuencia.
Las bicicletas no son un medio de transporte público. Tienen dueños particulares y cuentan con un sistema de cerraduras, que atan la rueda trasera al marco, y con cadenas rematadas por un candado que permiten asegurarlas a un lugar fijo, cuando el asunto es pasar la noche o mucho tiempo. Claro que se las roban y hay otro fenómeno difícil de explicar para el sentido común: los múltiples canales de la ciudad están llenos de ellas. ¿Quién las arroja allí? Aparte de los ladrones cuando ya no las necesitan, se sospecha que es la gente que se aburre de una. En general, no se ven muchas ciclas lujosas. La bicicleta típica es de hierro o acero, con manubrios altos y tres, cuatro o cinco cambios. Claro, los Países Bajos no tienen, por definición, muchas colinas, para no hablar de montañas. Esto ayudó a popularizar la bicicleta, aunque sí llueve mucho y se tienen al menos cuatro meses de frío invernal por año.
Escribe Enrique Peñalosa que “Bogotá es una de las grandes capitales de la bicicleta a nivel mundial”, pero no, Bogotá todavía está a años luz de Ámsterdam. Conviene, en todo caso, seguir haciendo ciclorrutas, como allá. Dado que una parte de Bogotá no es plana habría que tener un sistema de taxis con remolque de ciclas y también, como suele pasar en Ámsterdam sobre todo con las personas mayores, bicicletas con motor de apoyo. Un último detalle significativo es que el casco no es obligatorio y pocos se ven.
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Acabo de pasar tres semanas en Holanda, dos de ellas en Ámsterdam; de ahí surge esta columna.
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La popularidad de las ciclas holandesas proviene de haber multiplicado las ciclorrutas. A lo largo de los años, los Países Bajos se han llenado de ellas, primero urbanas y después rurales, hasta llegar hoy a cerca de 35.000 kilómetros exclusivos. En Ámsterdam, la capital, las ciclorrutas pueden no ser nada del otro jueves y comparten espacio con los andenes y los árboles, quitándoselo a los peatones. La idea de que se puede llenar una ciudad de ciclorrutas sin afectar a los peatones, según se argumenta en Colombia, es de una candidez conmovedora. Claro, otra parte de las ciclorrutas fue robada a los carros. La sinergia es cuestión hábitos. Uno se acostumbra rápidamente a caminar en el espacio que queda y a tener cuidado con los ciclistas, que no van al estrellido, como se dice por ahí. En las estaciones de tren y de metro abundan los grandes parqueaderos de ciclas.
Como la mayoría de las ciudades europeas, y Ámsterdam no es la excepción, el sistema de transporte es multimodal. Esta capital tiene apenas cinco líneas de metro, en su mayoría de superficie. Además de las bicicletas, uno ve allí una impresionante red de tranvías. O sea, buses + tranvía + metro + ciclorrutas. Nada de desmantelar nada, como se oye con frecuencia.
Las bicicletas no son un medio de transporte público. Tienen dueños particulares y cuentan con un sistema de cerraduras, que atan la rueda trasera al marco, y con cadenas rematadas por un candado que permiten asegurarlas a un lugar fijo, cuando el asunto es pasar la noche o mucho tiempo. Claro que se las roban y hay otro fenómeno difícil de explicar para el sentido común: los múltiples canales de la ciudad están llenos de ellas. ¿Quién las arroja allí? Aparte de los ladrones cuando ya no las necesitan, se sospecha que es la gente que se aburre de una. En general, no se ven muchas ciclas lujosas. La bicicleta típica es de hierro o acero, con manubrios altos y tres, cuatro o cinco cambios. Claro, los Países Bajos no tienen, por definición, muchas colinas, para no hablar de montañas. Esto ayudó a popularizar la bicicleta, aunque sí llueve mucho y se tienen al menos cuatro meses de frío invernal por año.
Escribe Enrique Peñalosa que “Bogotá es una de las grandes capitales de la bicicleta a nivel mundial”, pero no, Bogotá todavía está a años luz de Ámsterdam. Conviene, en todo caso, seguir haciendo ciclorrutas, como allá. Dado que una parte de Bogotá no es plana habría que tener un sistema de taxis con remolque de ciclas y también, como suele pasar en Ámsterdam sobre todo con las personas mayores, bicicletas con motor de apoyo. Un último detalle significativo es que el casco no es obligatorio y pocos se ven.
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