Otra vez vemos a un dictador montarse en un avión con su familia, las valijas de seguro llenas de oro, mientras en las calles de la capital las multitudes celebran su fuga, en este caso, en Damasco. La ciudad cayó en un pispás y con ella se vino abajo la dictadura familiar de los Asad, padre e hijo, que duró 53 años largos. Tal parece que Bashar y su familia se fueron a vivir a la fría Moscú con el botín de lo saqueado, mientras el mapa del Oriente Medio se rehace a marchas forzadas.
Hagamos dos listas, una de ganadores y otra de perdedores. Los perdedores obviamente empiezan por al-Asad, pero a renglón seguido se suman Rusia, Irán y Hezbolá. Pierden en general las dictaduras, que un día parecen sólidas y hechas en cemento armado y al siguiente se derrumban con polvareda y estruendo. Los ganadores son los rebeldes de las diferentes orientaciones islamistas –en últimas son dos, una antigua fracción de al-Qaeda, independiente desde 2017, y el Ejército Nacional de Siria, afiliado con Turquía–. En paralelo con Erdogan y los turcos, ganan los drusos, enemigos de Turquía aunque también del caído régimen sirio; gana Israel (así suene raro); gana Estados Unidos, por la nueva debilidad de sus adversarios, y ganan Zelenski y los ucranianos, por los golpes que reciben sus enemigos. De más está decir que los conflictos apenas comienzan, pues, por ejemplo, Turquía y los drusos se van a seguir matando sin tregua, caiga o no caiga Asad.
Por lo pronto, nos tocará ir averiguando quién es y qué piensa en últimas Abu Mohammed al-Jolani, el líder de la fracción más grande del nuevo gobierno, líder del HTS y ligado a Al Qaeda en el pAsado. Debo decir que la ideología, por así llamarla, de por lo menos esta mitad de quienes tumbaron a Asad me produce muchas preocupaciones. Son medio talibanes, ¿o eran? O sea que si yo tuviera una hija viviendo en la zona la presionaría para que se volara en el acto, o sea ya. Ok, pero parece que fanáticos de diferente cuño es lo que da la tierra por allá. Ojalá se moderen por el camino, algo que no es para nada seguro.
Para mí lo más importante son las repercusiones de todo ello en los conflictos que hay más al norte de Siria, en particular en Ucrania. La caída de Asad significa un serio descalabro para Rusia, como Trump lo ha visto con claridad. Dice el señor del peluquín que las salidas y soluciones para Ucrania podrían tener mejor perspectiva ahora, dado el gran costo y las inmensas bajas que acumulan Putin y su Estado, a las que se suma la pérdida de la base militar estratégica de Tartus en Siria. Claro, sería en parte asunto de que Estados Unidos ejerza las presiones bien y donde toca y duele. Igual, estamos ante una perspectiva impredecible, de modo que habrá que esperar a ver qué hace cada lado y qué punto de vista se impone en la primera potencia mundial. Mucha gente anda considerando opciones, lo que es obvio. De más está decir que aún no sabemos qué cara tendrá el mapa político-militar de la región en, digamos, cinco años.
Lo último que quiero decir por ahora es que los sirio-libaneses son de los pocos pueblos que han emigrado a Colombia en el pasado, junto con los venezolanos que nos llegaron por millones en tiempos recientes. Esto significa que allá las convulsiones sociales son muy viejas. ¿Alguna duda de que van a seguir? Yo no la tengo. Así que ojo mirada pupila.
Otra vez vemos a un dictador montarse en un avión con su familia, las valijas de seguro llenas de oro, mientras en las calles de la capital las multitudes celebran su fuga, en este caso, en Damasco. La ciudad cayó en un pispás y con ella se vino abajo la dictadura familiar de los Asad, padre e hijo, que duró 53 años largos. Tal parece que Bashar y su familia se fueron a vivir a la fría Moscú con el botín de lo saqueado, mientras el mapa del Oriente Medio se rehace a marchas forzadas.
Hagamos dos listas, una de ganadores y otra de perdedores. Los perdedores obviamente empiezan por al-Asad, pero a renglón seguido se suman Rusia, Irán y Hezbolá. Pierden en general las dictaduras, que un día parecen sólidas y hechas en cemento armado y al siguiente se derrumban con polvareda y estruendo. Los ganadores son los rebeldes de las diferentes orientaciones islamistas –en últimas son dos, una antigua fracción de al-Qaeda, independiente desde 2017, y el Ejército Nacional de Siria, afiliado con Turquía–. En paralelo con Erdogan y los turcos, ganan los drusos, enemigos de Turquía aunque también del caído régimen sirio; gana Israel (así suene raro); gana Estados Unidos, por la nueva debilidad de sus adversarios, y ganan Zelenski y los ucranianos, por los golpes que reciben sus enemigos. De más está decir que los conflictos apenas comienzan, pues, por ejemplo, Turquía y los drusos se van a seguir matando sin tregua, caiga o no caiga Asad.
Por lo pronto, nos tocará ir averiguando quién es y qué piensa en últimas Abu Mohammed al-Jolani, el líder de la fracción más grande del nuevo gobierno, líder del HTS y ligado a Al Qaeda en el pAsado. Debo decir que la ideología, por así llamarla, de por lo menos esta mitad de quienes tumbaron a Asad me produce muchas preocupaciones. Son medio talibanes, ¿o eran? O sea que si yo tuviera una hija viviendo en la zona la presionaría para que se volara en el acto, o sea ya. Ok, pero parece que fanáticos de diferente cuño es lo que da la tierra por allá. Ojalá se moderen por el camino, algo que no es para nada seguro.
Para mí lo más importante son las repercusiones de todo ello en los conflictos que hay más al norte de Siria, en particular en Ucrania. La caída de Asad significa un serio descalabro para Rusia, como Trump lo ha visto con claridad. Dice el señor del peluquín que las salidas y soluciones para Ucrania podrían tener mejor perspectiva ahora, dado el gran costo y las inmensas bajas que acumulan Putin y su Estado, a las que se suma la pérdida de la base militar estratégica de Tartus en Siria. Claro, sería en parte asunto de que Estados Unidos ejerza las presiones bien y donde toca y duele. Igual, estamos ante una perspectiva impredecible, de modo que habrá que esperar a ver qué hace cada lado y qué punto de vista se impone en la primera potencia mundial. Mucha gente anda considerando opciones, lo que es obvio. De más está decir que aún no sabemos qué cara tendrá el mapa político-militar de la región en, digamos, cinco años.
Lo último que quiero decir por ahora es que los sirio-libaneses son de los pocos pueblos que han emigrado a Colombia en el pasado, junto con los venezolanos que nos llegaron por millones en tiempos recientes. Esto significa que allá las convulsiones sociales son muy viejas. ¿Alguna duda de que van a seguir? Yo no la tengo. Así que ojo mirada pupila.