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La geoingeniería es la intervención activa y a gran escala de los humanos en los procesos que afectan, para bien o para mal, al planeta, en particular su calentamiento. De más está decir que la humanidad lleva décadas, si no siglos, de intervención en esta materia. La tala de bosques, así como la emisión de gases de efecto invernadero, es geoingeniería, de la mala. La reforestación o la generación de energía limpia también lo son, geoingeniería de la buena. Esta última hoy está muy lejos de contrarrestar su contraparte negativa, de suerte que, pese a los intentos de disminuirlo, el calentamiento global ni siquiera ha empezado a reducirse a un ritmo que se aproxime al adecuado.
No obstante, existe entre la mayoría de los ambientalistas tradicionales una marcada reticencia a la geoingeniería. ¿Por qué? Dicen que se proponen soluciones no probadas, lo que es generalmente cierto pues son para problemas nuevos, al menos en su escala. Pero ¿acaso hay que frenar la experimentación porque algo no está probado? Con ese argumento no existirían hoy ni las vacunas ni la penicilina, ambas en su momento todavía sin ensayar. Ojo, no hacer nada o hacer poco es también intervención humana, una de las peores.
Ninguna persona sensata duda de que la geoingeniería tendría efectos secundarios, según argumentan sus críticos. Lo que es en extremo dudoso es que estos sean peores que dejar que el calentamiento siga su curso actual o que corregirlo mediante programas anticapitalistas utópicos y destructivos, que no van a pasar. Lo que procedería es medir los pros y los contras, como se hace, por ejemplo, con los paneles solares o las turbinas eólicas. Ambas formas de generación de energía tienen efectos negativos, solo que los positivos pesan mucho más. Se debe recurrir siempre al principio de precaución, aunque su función no es prohibir los desarrollos sino ponerles unos obstáculos casi siempre salvables por el camino.
Una de las razones más perniciosas invocadas contra la geoingeniería es la participación en ella de billonarios, como Bill Gates y George Soros. ¿Qué pruebas tienen estos críticos ácidos de que lo hacen para acrecentar su capital, cuando ambos lo que hicieron fue donar cantidades gigantescas de dinero para mejorar la salud del planeta? Asimismo, objetan que empresas capitalistas, digamos las petroleras, inviertan en procesos de geoingeniería, como si fuera mejor que el dinero terminara en las cuentas corrientes de los accionistas. ¿Y por qué se presume que las intervenciones no pueden tener un retorno económico? ¿Acaso el lucro todavía es pecado?
Uno sugeriría a los críticos que sigan con sus campañas en favor de las soluciones tradicionales que tanto les gustan, sin por ello obstaculizar la geoingeniería. Uno más uno suma dos. Los amigos de la geoingeniería, por su parte, se comprometerían a no devaluar los enfoques tradicionales. De hecho, poco se les ve en esas.
Cierto también es que, dada la inercia de la culpa por el calentamiento acumulado, sería justo y necesario que los ricos del planeta, países e individuos, transfirieran recursos grandes a los pobres, países e individuos. No obstante, algo así es insuficiente para detener el calentamiento del planeta, sobre todo mientras vive y funciona.
¿Que en todo esto se requiere mucha mayor investigación? Indiscutible. Como se requiere mayor investigación en todos los dilemas de fondo que hay en el mundo.