La grieta

Andrés Hoyos
05 de abril de 2017 - 02:00 a. m.
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Se está abriendo una grieta en el edificio del chavismo, que podría (o no) dar al traste con el régimen. Aunque el desenlace dependerá de factores en extremo inciertos y volátiles, la velocidad de la película aumenta con cada día que pasa.

Hasta donde se sabe, ellos han mantenido siempre y a toda costa la unidad, al menos de cara al mundo. Pese a que mucho se ha especulado sobre facciones internas, estas tan solo afloraron a medias el 6 de diciembre de 2015, en la noche de las elecciones para la Asamblea Nacional. Pasaban las horas y nada que la inefable Tibisay Lucena leía boletines oficiales, con el consecuente aumento de la temperatura y la presión. En una de esas salió por televisión el ministro de Defensa, el general Vladimir Padrino López, rodeado de la cúpula militar, y dio una vacua y desconcertante declaración de apoyo y protección al resultado electoral. La sospecha desde entonces es que Diosdado Cabello y sus malandros querían hacer fraude y que los militares no lo permitieron. Al final se supo que la oposición había ganado por una mayoría abrumadora.

Esa vez la grieta pudo ser subsanada, o así parecía, hasta que el pasado jueves 31 de marzo el recién nombrado presidente del Tribunal Supremo de Justicia (TSJ), Maikel Moreno, un homicida condenado, que por eso mismo no podría ser magistrado en ningún país serio del mundo, hizo público un fallo mediante el cual cesaba a la Asamblea Nacional y retiraba el fuero a sus miembros por supuesta traición a la patria. Hasta ahí todo iba según la tónica de la confrontación. Sin embargo, al día siguiente, la fiscal general, Luisa Ortega, una chavista de racamandaca que está en funciones desde 2007 y que es responsable, entre otras, de enviar a prisión a Leopoldo López, leyó en medio de aplausos y risitas una declaración en la que denunciaba que la medida del día anterior implicaba un claro rompimiento del hilo constitucional. Todavía más inusitado fue que a las 24 horas el TSJ agachara la cabeza y echara atrás la medida. Hoy está claro que sus miembros intentaron un golpe de Estado y que en un país normal serían procesados por ello.

Es, pues, ineludible suponer que hay peleas casadas al interior del chavismo. Se perfilan al menos dos campos: el de Maduro, con su mujer Cilia Flores y Cabello a la vanguardia, y otro que ahora solo se conoce por Luisa Ortega, pero que debe de incluir como mínimo al ministro de Defensa y a un grupo grande de militares, porque si la fiscal hubiera actuado sola, habría ido a parar a la cárcel de inmediato. Se dice que Luisa Ortega ha venido rompiendo con Cabello, su aliado en el pasado, y también que ella y Cilia Flores no se pueden ver.

Propone una vieja idea política que las verdaderas oportunidades surgen cuando un régimen no tiene más remedio que cambiar. Mientras se mantenga unido, la lucha en su contra se endurece y suele tener pronóstico reservado. Hoy el chavismo se contorsiona porque quiere y no quiere cambiar, pero la grieta está abierta. Si la oposición despierta de su letargo, por darle un nombre suave al increíble cúmulo de yerros cometidos en 2016 con el revocatorio, la grieta se podría convertir en un boquete. De todos modos, el régimen no tiene ninguna solución a la mano. Destruyó el aparato productivo y el sistema de distribución, y no puede arreglarlos sin dar reversa en casi todas las decisiones arbitrarias que ha tomado en los últimos 19 años.

andreshoyos@elmalpensante.com, @andrewholes

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