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Ya está claro que el año entrante en México una de dos mujeres se va a ganar la rifa del tigre: Xóchitl Gálvez o Claudia Sheinbaum.
Desde lejos, el espectáculo luce divertido. Hasta hace tres meses, el flamante AMLO (ya casi todo el mundo sabe que esta sigla traduce “Andrés Manuel López Obrador”) lo tenía todo calculado al milímetro. Hasta se inventó un término para que no pareciera que Morena es lo que sí es: un partido heredero del PRI. No, de su cubilete no saldría el clásico “tapado”, sino varias “corcholatas” (lo que queda justamente cuando se destapa una gaseosa o una cerveza). ¿La diferencia? Que al menos en el papel la gente podía optar por alguien en unas encuestas. En la realidad, hace meses AMLO escogió a Claudia Sheinbaum de sucesora y, como por arte de magia, ella ganó las encuestas. Sí, tocayo, mucha razón tiene: los electores suelen ser bastante idiotas y se dejan engañar.
Aciertan los analistas más fríos que dicen que todo dependerá de las campañas que hagan las dos candidatas, de la manera en que naveguen los distintos campos minados que a cada una le van a tocar. Xóchitl tiene el apoyo de partidos grandes, aunque cuestionados, de suerte que debe por un lado no ofender a las militancias y de otro no espantar a quienes sienten que la política tradicional hace daño. Difícil balance. Claudia, por su parte, debe demostrar que no es una marioneta de AMLO, al tiempo que trata de recoger el impulso que todavía tiene el presidente. En las encuestas, ninguna saca nada cercano al 50%, si bien la morenista está por encima de Xóchitl, a pesar de que todavía falta una eternidad.
Por lo que valga, mi opinión es que el asunto se decidirá en los debates televisivos que habrá el año entrante. Confesada mi simpatía por Xóchitl, espero que ella ratifique entonces su espontaneidad, lucidez y alegría. Necesita que la entrenen, claro, y que aquí y allá le muestren qué cosas no debe decir. Más cuesta arriba la tiene su oponente, pues mostrar que es algo más que la máscara del mandamás no será fácil. Hasta donde sé, la espontaneidad y la alegría no son lo suyo.
Singular y deslucido papel le ha correspondido a Marcelo Ebrard, el excanciller de AMLO. Se sugiere que puede afectar a una u otra candidata, y así es. Dada su trayectoria, uno piensa que afectará más a la Sheinbaum, pues son pocos los votantes independientes que escogerían una opción morenista, no a Xóchitl. Igual, ya se sabrá. Es el tercero en discordia y no tiene verdadera opción en la rifa, porque tras ser maltratado en la selección de las corcholatas partió cobijas con su antiguo partido y acaba de impugnar el proceso de selección. No se ve cómo pueda volver con el rabo entre las piernas tras decir sobre Claudia Sheinbaum en tono despectivo: “No nos vamos a someter a esa señora”. De suerte que, pese a hurgar, lo más probable es que en últimas se vaya para su casa a ver todo por televisión. Un amigo muy conocedor profetiza que se mudará a vivir a París.
Leyendo a los mexicanos, en particular a los periodistas, los noto algo despistados. Dan por sentado que Claudia Sheinbaum va a ganar, sí o sí. ¿Por qué? ¿Porque arrastra una ventaja temporal en las encuestas o porque lo dice AMLO? Una lectura inercial de la política es errada, en México o en cualquier parte. Muchas campañas se han visto que dan un vuelco uno, dos o seis meses antes de la elección. Es del todo inconveniente sacar conclusiones apresuradas.