Los gringos venían mal acostumbrados por las guerras de la primera mitad del siglo XX, incluso por sus triunfos del siglo XIX y/o las ventajas que obtuvieron en ese entonces. Ojo, no valoro aquí el derecho que tenían de hacer A o B, diga usted tomarse casi medio México, sino el resultado objetivo. Derecho no tenían ninguno, pero California es hoy americana sin discusión.
Después vinieron las dos guerras mundiales. En ambas los gringos entraron a medio camino y los resultados fueron espectaculares, pues tales intervenciones, aunque tardías, condujeron a la victoria de los aliados, con una proporción reducida de bajas americanas. Sobre todo durante la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos creció su economía como nunca. Además, el masivo reclutamiento de hombres los obligó a la incorporación de las mujeres a la fuerza de trabajo, con un aporte mayúsculo que cada día pesa más.
El esquema de esos triunfos, en contraste con las derrotas más recientes, mostraba ejércitos opuestos, relativamente equilibrados, en guerras que por lo mismo podían durar décadas. Al entrar los americanos, la balanza se inclinó hacia el costado aliado y la guerra se resolvió de manera decisiva en poco tiempo. Claro, la esencia era que el lado apoyado por los gringos sí quería prevalecer.
Ahora que lo pienso, en estos años yo también miraba medio zurumbático la televisión gringa, cuando una larga sucesión de “expertos” aseguraba entender por qué los militares del país permanecían en Afganistán tras la derrota de Al Qaeda y la baja de Osama bin Laden, ocurrida en el vecino Pakistán, no en Afganistán. Fue igual en Vietnam, un antecedente imposible de soslayar. El caso de Corea se ubica en la mitad, si bien en Corea del Sur sí había mucha gente con ganas de luchar contra el comunismo.
En fin, un ejército artificial de 300.000 efectivos afganos se disolvió en un pispás. Me parece un pelín ridícula la discusión de qué hubiera pasado si, digamos, 20.000 o 30.000 resisten. Sencillo, tras una masacre los talibanes se hubieran apropiado de Kabul no en dos días, sino en 22.
Uno supone que en Estados Unidos por fin van a entender que no es buena idea confundir unos países que tienen riqueza, bienes y tradiciones, donde una proporción grande de la población los quiere conservar, con otros en los que todo ello es escaso. La gente en Vietnam hace medio siglo y en Afganistán hasta antes de ayer no quería seguir en las mismas. Otro cantar es saber para dónde querían ir las mayorías y por qué ideales estaban dispuestas a pelear. ¿Para implantar un régimen republicano liberal? Tal vez eso deseaban 15 intelectuales, no las mayorías. Es imposible olvidar que Afganistán está en la mitad de la zona más fundamentalista del planeta de hoy. Casi no hay liberalismo por allí.
En Colombia, para poner de ejemplo al país desde donde escribo esta columna, la guerra contra las Farc se ganó después de muchos años, muchas muertes y un costo muy alto, con gran ayuda de Estados Unidos, sí, pero sin la participación de los soldados de ese país. Vinieron asesores y especialistas a entrenar a los colombianos, les dieron armas y tecnología, aunque nada como lo sucedido durante 20 años en Afganistán y antes en Vietnam.
Moraleja de base: no basta con que los enemigos nos caigan mal o no nos gusten sus órdenes y el tipo de sociedad que quieren implantar. Una guerra hay que querer ganarla.
Los gringos venían mal acostumbrados por las guerras de la primera mitad del siglo XX, incluso por sus triunfos del siglo XIX y/o las ventajas que obtuvieron en ese entonces. Ojo, no valoro aquí el derecho que tenían de hacer A o B, diga usted tomarse casi medio México, sino el resultado objetivo. Derecho no tenían ninguno, pero California es hoy americana sin discusión.
Después vinieron las dos guerras mundiales. En ambas los gringos entraron a medio camino y los resultados fueron espectaculares, pues tales intervenciones, aunque tardías, condujeron a la victoria de los aliados, con una proporción reducida de bajas americanas. Sobre todo durante la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos creció su economía como nunca. Además, el masivo reclutamiento de hombres los obligó a la incorporación de las mujeres a la fuerza de trabajo, con un aporte mayúsculo que cada día pesa más.
El esquema de esos triunfos, en contraste con las derrotas más recientes, mostraba ejércitos opuestos, relativamente equilibrados, en guerras que por lo mismo podían durar décadas. Al entrar los americanos, la balanza se inclinó hacia el costado aliado y la guerra se resolvió de manera decisiva en poco tiempo. Claro, la esencia era que el lado apoyado por los gringos sí quería prevalecer.
Ahora que lo pienso, en estos años yo también miraba medio zurumbático la televisión gringa, cuando una larga sucesión de “expertos” aseguraba entender por qué los militares del país permanecían en Afganistán tras la derrota de Al Qaeda y la baja de Osama bin Laden, ocurrida en el vecino Pakistán, no en Afganistán. Fue igual en Vietnam, un antecedente imposible de soslayar. El caso de Corea se ubica en la mitad, si bien en Corea del Sur sí había mucha gente con ganas de luchar contra el comunismo.
En fin, un ejército artificial de 300.000 efectivos afganos se disolvió en un pispás. Me parece un pelín ridícula la discusión de qué hubiera pasado si, digamos, 20.000 o 30.000 resisten. Sencillo, tras una masacre los talibanes se hubieran apropiado de Kabul no en dos días, sino en 22.
Uno supone que en Estados Unidos por fin van a entender que no es buena idea confundir unos países que tienen riqueza, bienes y tradiciones, donde una proporción grande de la población los quiere conservar, con otros en los que todo ello es escaso. La gente en Vietnam hace medio siglo y en Afganistán hasta antes de ayer no quería seguir en las mismas. Otro cantar es saber para dónde querían ir las mayorías y por qué ideales estaban dispuestas a pelear. ¿Para implantar un régimen republicano liberal? Tal vez eso deseaban 15 intelectuales, no las mayorías. Es imposible olvidar que Afganistán está en la mitad de la zona más fundamentalista del planeta de hoy. Casi no hay liberalismo por allí.
En Colombia, para poner de ejemplo al país desde donde escribo esta columna, la guerra contra las Farc se ganó después de muchos años, muchas muertes y un costo muy alto, con gran ayuda de Estados Unidos, sí, pero sin la participación de los soldados de ese país. Vinieron asesores y especialistas a entrenar a los colombianos, les dieron armas y tecnología, aunque nada como lo sucedido durante 20 años en Afganistán y antes en Vietnam.
Moraleja de base: no basta con que los enemigos nos caigan mal o no nos gusten sus órdenes y el tipo de sociedad que quieren implantar. Una guerra hay que querer ganarla.