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A veces las vertientes políticas abren brechas exóticas o se dividen de manera inesperada. Tomemos un ejemplo de estos días: en 2022, Mario Mendoza, el popular novelista colombiano, daba una calurosa bienvenida al presidente Gustavo Petro tras su elección. Según Mendoza, él iba a reparar entuertos muy viejos en Colombia. En claro contraste, el domingo pasado publicó en la revista digital Cambio un perfil también de Petro, pero ahora con un claro sesgo condenatorio. Como él, hay una importante hueste de personas de izquierda y de centro que se le han abierto al régimen actual, algunos con reticencia, aunque la mayoría en forma clara. Hablo de Sara Tufano, María Jimena Duzán, Alejandro Gaviria, Cecilia López, José Antonio Ocampo, Daniel Coronell, Katherine Miranda, Claudia López, Angélica Lozano, Catherine Juvinao, Jennifer Pedraza, Carolina Sanín, Pirry, Diego Trujillo, Robinson Díaz. La lista se extiende mucho más.
Explican ellos y ellas que no se esperaban las decisiones erradas tomadas por Petro, que no concuerdan con sus bandazos y que la decepción es profunda. Se trata de una situación más o menos corriente en la política internacional, cuando un proyecto acumula desaciertos y fracasos. O sea, el presidente más o menos les pide a sus electores que defiendan lo indefendible, que acepten como corriente lo que en el pasado él criticaba de forma acerba, y las personas de la lista dicen que no, sin por lo demás renegar de las ideas que alguna vez los inspiraron. Habrá quien diga que defienden valores, no personas, y que si les toca reconocer el error, lo reconocen con algo de amargura.
Hay, sin embargo, otros grupos que prefieren defender lo que quizá alguna vez no les parecía defensable. Piensan que no lo dejan gobernar, que no le quedó más remedio que irse por un camino viejo y dañado, que la alternativa era y es mucho peor, de suerte que cuenten con nosotros. ¿Para casi cualquier cosa? Ese es el dilema que aquí nos interesa. Parece que estamos llegando al señalado parteaguas. Por un lado, las personas con principios no negociables y, por el otro, los fieles al caudillo, haga más o menos lo que haga.
La historia abunda en ejemplos de ambas actitudes, así sea necesario hacer distinciones. Cuando se vive bajo una dictadura abierta, la alternativa de mantener los principios y las viejas opiniones puede ser peligrosa o, al menos, implicar el exilio. Si alguien se mantiene fiel a un régimen semejante, quizá sea entendible la tentación de excusarlo, pues la conciencia de repente puede volverse un peligro. Sin embargo, en Colombia no estamos ante una dictadura, sino ante un gobierno equivocado que incurre en contradicciones y comete errores no forzados, como se dice en tenis. Según esto, los que siguen del lado de Petro lo hacen por convicción. ¿En qué consiste dicha convicción? Equivocado o no, es mi jefe y yo lo sigo. Algo no muy diferente de la famosa infalibilidad papal, bajo la cual la Iglesia Católica ha dado patente de corso a las ideas más disparatadas.
Ahora bien, para usar un dicho popular, esto no se queda así, esto se hincha. Es decir, que los errores se seguirán acumulando, lo que quizá induzca a algunos más a dejar el barco en cualquier bote salvavidas. Otros, en cambio, se hundirán al lado de su capitán en caso de necesidad. Una pregunta más o menos obvia flota en el ambiente. ¿Por qué? ¿Por qué ese sartal de errores, cometidos por un presidente inteligente? Pues bien, mi explicación es sencilla: se trata de lo que se conoce como una “mala persona”.