Aunque no hay una ley universal que diga que los intelectuales van a contrapelo del poder, es muy común. Existe, claro, el fenómeno contrario: Fidel Castro contaba con intelectuales y artistas a su servicio. Por su parte, Cristina Fernández de Kirchner solía tener entre el bolsillo a un grupo conocido como los “Intelectuales K”. Ahora que el Frente de Todos, encabezado por Alberto Fernández, ganó las elecciones del domingo, volvieron a aparecer. Una carta abierta llamada “Nuestro país está en peligro” fue firmada por más de 500 nombres, en abierto respaldo al Frente. Abunda en Argentina —que suele llevar la contraria en esta y otras materias— la gente que reniega de su condición dizque intelectual para volverse servil.
Sin embargo, donde la dicotomía más se ha agudizado en tiempos recientes es en México. AMLO es un fenómeno difícil de calibrar: tremendamente popular todavía, ha cometido numerosos desatinos y tiene la inflexibilidad clásica de los populistas. Amedrenta a políticos y empresarios, con lo que ellos parecen percibir como amenazas veladas, si bien el grueso de la intelectualidad mexicana de peso —y vaya que allá lo tiene— está en su contra. Haciendo una lista muy parcial, hablo de Jesús Silva Herzog, Alberto Ruy Sánchez, Enrique Krauze, Denise Dresser, Héctor Aguilar Camín, Jorge Castañeda, Ángeles Mastretta, Héctor de Mauleón, Rafael Pérez Gay, José Woldenberg y Jorge Suárez-Vélez.
Los partidos mexicanos perdieron la última partida. El PRI porque la salida del poder desarticuló su estructura corporativa; el PAN por el desprestigio de los sexenios de Fox y Calderón, y el PRD porque su jefe más importante en décadas, el propio AMLO, decidió armar toldo aparte con Morena, una organización personalista. Existe otro “partido” disperso muy poderoso, los carteles de la droga. Puede decirse que ellos le ganaron la partida al Estado mexicano, pese a la extradición del Chapo Guzmán. Por ejemplo, la reciente matanza de Uruapan le envía un mensaje claro a AMLO: usted nos vale cáscara, señor; no se meta con nosotros y a lo mejor nosotros no nos metemos con usted. ¿En qué quedó la prometida legalización de la marihuana? No se ha vuelto a oír nada de ella, tal vez por temor a Trump. De todos modos, el único tratamiento viable es suprimir el negocio mediante una legalización progresiva. Ahora que, si una de las razones para elegir a AMLO era reducir la violencia, eso no se vislumbra por ninguna parte.
Permítanme una perogrullada. Sea justo y democrático o no, el dilema consistirá en ver si lo que hace AMLO conduce a un país dinámico y con crecimiento sólido. Al rompe, sus proyectos son: cancelar el ya adelantado aeropuerto del DF y hacer otro menor en Santa Lucía; construir el muy improvisado Tren Maya; relanzar y capitalizar a PEMEX, una compañía ineficaz, muy burocratizada y con una deuda gigantesca; construir una nueva refinería en Dos Bocas, Tabasco. Esto para no hablar de ilusiones, como hacer 100 universidades públicas nuevas. Lo anterior, más otras cosas de menor envergadura, sería la así llamada Cuarta Transformación (4T).
Dado que la única oposición de peso que hoy tiene AMLO son los intelectuales, se viene creando un clima en su contra y de forma progresiva les están quitando el piso. Esto, sospecho, solo los enfurecerá más. Ya veremos si el presidente arrecia en su política abusiva y trata incluso de perpetuarse en el poder. Podría intentarlo. Ojalá que no.
andreshoyos@elmalpensante.com
Aunque no hay una ley universal que diga que los intelectuales van a contrapelo del poder, es muy común. Existe, claro, el fenómeno contrario: Fidel Castro contaba con intelectuales y artistas a su servicio. Por su parte, Cristina Fernández de Kirchner solía tener entre el bolsillo a un grupo conocido como los “Intelectuales K”. Ahora que el Frente de Todos, encabezado por Alberto Fernández, ganó las elecciones del domingo, volvieron a aparecer. Una carta abierta llamada “Nuestro país está en peligro” fue firmada por más de 500 nombres, en abierto respaldo al Frente. Abunda en Argentina —que suele llevar la contraria en esta y otras materias— la gente que reniega de su condición dizque intelectual para volverse servil.
Sin embargo, donde la dicotomía más se ha agudizado en tiempos recientes es en México. AMLO es un fenómeno difícil de calibrar: tremendamente popular todavía, ha cometido numerosos desatinos y tiene la inflexibilidad clásica de los populistas. Amedrenta a políticos y empresarios, con lo que ellos parecen percibir como amenazas veladas, si bien el grueso de la intelectualidad mexicana de peso —y vaya que allá lo tiene— está en su contra. Haciendo una lista muy parcial, hablo de Jesús Silva Herzog, Alberto Ruy Sánchez, Enrique Krauze, Denise Dresser, Héctor Aguilar Camín, Jorge Castañeda, Ángeles Mastretta, Héctor de Mauleón, Rafael Pérez Gay, José Woldenberg y Jorge Suárez-Vélez.
Los partidos mexicanos perdieron la última partida. El PRI porque la salida del poder desarticuló su estructura corporativa; el PAN por el desprestigio de los sexenios de Fox y Calderón, y el PRD porque su jefe más importante en décadas, el propio AMLO, decidió armar toldo aparte con Morena, una organización personalista. Existe otro “partido” disperso muy poderoso, los carteles de la droga. Puede decirse que ellos le ganaron la partida al Estado mexicano, pese a la extradición del Chapo Guzmán. Por ejemplo, la reciente matanza de Uruapan le envía un mensaje claro a AMLO: usted nos vale cáscara, señor; no se meta con nosotros y a lo mejor nosotros no nos metemos con usted. ¿En qué quedó la prometida legalización de la marihuana? No se ha vuelto a oír nada de ella, tal vez por temor a Trump. De todos modos, el único tratamiento viable es suprimir el negocio mediante una legalización progresiva. Ahora que, si una de las razones para elegir a AMLO era reducir la violencia, eso no se vislumbra por ninguna parte.
Permítanme una perogrullada. Sea justo y democrático o no, el dilema consistirá en ver si lo que hace AMLO conduce a un país dinámico y con crecimiento sólido. Al rompe, sus proyectos son: cancelar el ya adelantado aeropuerto del DF y hacer otro menor en Santa Lucía; construir el muy improvisado Tren Maya; relanzar y capitalizar a PEMEX, una compañía ineficaz, muy burocratizada y con una deuda gigantesca; construir una nueva refinería en Dos Bocas, Tabasco. Esto para no hablar de ilusiones, como hacer 100 universidades públicas nuevas. Lo anterior, más otras cosas de menor envergadura, sería la así llamada Cuarta Transformación (4T).
Dado que la única oposición de peso que hoy tiene AMLO son los intelectuales, se viene creando un clima en su contra y de forma progresiva les están quitando el piso. Esto, sospecho, solo los enfurecerá más. Ya veremos si el presidente arrecia en su política abusiva y trata incluso de perpetuarse en el poder. Podría intentarlo. Ojalá que no.
andreshoyos@elmalpensante.com