Mi hijo de seis años escribió la palabra así, en vez del feo panqueque que sugiere sin muchas ganas la RAE. Ya es hora de dar rienda suelta a la letra k en español. Si se escriben kebab, kermés, keroseno y bikini, ¿por qué está prohibido comerse un pankeke con sirope?
No por incruentas dejan de ser intensas las guerras de los idiomas. En español tenemos de un lado a una población desperdigada en veinte naciones, cada día más culta y sofisticada así tenga mucho espacio para progresar, y del otro un establecimiento acuartelado en múltiples fortificaciones académicas, desde donde nos bombardean tratando de controlar la anarquía idiomática. Es una batalla desigual que los académicos pierden tiro por tiro. Piénsese, por ejemplo, en la palabra chárter. La RAE dio lora contra ella durante años, que mejor era vuelo fletado, que patatín que patatán, hasta que rabo entre las piernas tuvo que incluir la palabreja en el diccionario oficial e incluso aceptar que se escriba en letras redondas. También han venido peleando sin éxito contra locación, accesar, offshore, la cual no tiene sinónimo español que valga cinco centavos, y aggiornamento, que tampoco lo tiene. A estos señores –y son sobre todo señores– no les da jet lag, sino una cosa más perturbadora, desfase horario, y vaya a saberse por qué prefieren el feo emoticono al rotundo emoticón.
Los idiomas son refractarios a las órdenes inapelables; en contraste, aceptan la seducción elocuente. La idea es dejar caer los neologismos con suavidad en el cauce de la lengua. Juego limpio ocupó sin problemas el lugar de fair play, debida diligencia, con su doble d sonora, el de due diligence (cuyo sustantivo resulta un poco áspero en español), capital de riesgo el de venture capital, pese a que agrega una palabra, Establecimiento el de Establishment y glamur el de glamour. A la palabra francesa débâcle apenas fue necesario quitarle los acentos y volverla debacle. En contraste, no existen mayores posibilidades de que se acojan palabras o frases a las malas. Uno no le recomienda a nadie que tome güisqui, en tanto que la blanda etiqueta no va a poder nunca con hashtag, ni copia de seguridad con backup. Un proceso de destitución no es lo mismo que un impeachment.
Otra maña fastidiosa que promueve el bando amurallado es el asco que les hacen a los extranjerismos o neologismos, poniéndolos en cursivas. En mis columnas recientes, los editores de este periódico han estigmatizado los siguientes: post, default (referido a la deuda de un país), fact-checking, troll, target, outsider, fast track, bully y no pare de contar. Si por mí fuera, las ponía todas en redonda. Más irracional todavía es poner en cursivas los latinajos y los tempos musicales. En mis columnas recientes pusieron cursiva a ad portas, grosso modo y statu quo, expresiones que se usan en nuestro idioma hace más de un siglo.
La influencia extranjera sí trae tal cual perturbación fastidiosa. Está, por ejemplo, el punto en vez de la coma para los decimales (“la economía va a crecer dos punto tres por ciento”). Asimismo nos jodimos sin el equivalente del billion inglés. Toca decir miles de millones y aguantarse, porque los tales millardos no pegaron.
¿Entenderán los puristas que hay gente que no comulga con ellos? Porque andan por ahí con la vieja actitud de los católicos recalcitrantes. Sí, entiendo que tienes otras creencias, pero sobra decir que las mías son más válidas que las tuyas. Da un poco de risa.
andreshoyos@elmalpensante.com, @andrewholes
Mi hijo de seis años escribió la palabra así, en vez del feo panqueque que sugiere sin muchas ganas la RAE. Ya es hora de dar rienda suelta a la letra k en español. Si se escriben kebab, kermés, keroseno y bikini, ¿por qué está prohibido comerse un pankeke con sirope?
No por incruentas dejan de ser intensas las guerras de los idiomas. En español tenemos de un lado a una población desperdigada en veinte naciones, cada día más culta y sofisticada así tenga mucho espacio para progresar, y del otro un establecimiento acuartelado en múltiples fortificaciones académicas, desde donde nos bombardean tratando de controlar la anarquía idiomática. Es una batalla desigual que los académicos pierden tiro por tiro. Piénsese, por ejemplo, en la palabra chárter. La RAE dio lora contra ella durante años, que mejor era vuelo fletado, que patatín que patatán, hasta que rabo entre las piernas tuvo que incluir la palabreja en el diccionario oficial e incluso aceptar que se escriba en letras redondas. También han venido peleando sin éxito contra locación, accesar, offshore, la cual no tiene sinónimo español que valga cinco centavos, y aggiornamento, que tampoco lo tiene. A estos señores –y son sobre todo señores– no les da jet lag, sino una cosa más perturbadora, desfase horario, y vaya a saberse por qué prefieren el feo emoticono al rotundo emoticón.
Los idiomas son refractarios a las órdenes inapelables; en contraste, aceptan la seducción elocuente. La idea es dejar caer los neologismos con suavidad en el cauce de la lengua. Juego limpio ocupó sin problemas el lugar de fair play, debida diligencia, con su doble d sonora, el de due diligence (cuyo sustantivo resulta un poco áspero en español), capital de riesgo el de venture capital, pese a que agrega una palabra, Establecimiento el de Establishment y glamur el de glamour. A la palabra francesa débâcle apenas fue necesario quitarle los acentos y volverla debacle. En contraste, no existen mayores posibilidades de que se acojan palabras o frases a las malas. Uno no le recomienda a nadie que tome güisqui, en tanto que la blanda etiqueta no va a poder nunca con hashtag, ni copia de seguridad con backup. Un proceso de destitución no es lo mismo que un impeachment.
Otra maña fastidiosa que promueve el bando amurallado es el asco que les hacen a los extranjerismos o neologismos, poniéndolos en cursivas. En mis columnas recientes, los editores de este periódico han estigmatizado los siguientes: post, default (referido a la deuda de un país), fact-checking, troll, target, outsider, fast track, bully y no pare de contar. Si por mí fuera, las ponía todas en redonda. Más irracional todavía es poner en cursivas los latinajos y los tempos musicales. En mis columnas recientes pusieron cursiva a ad portas, grosso modo y statu quo, expresiones que se usan en nuestro idioma hace más de un siglo.
La influencia extranjera sí trae tal cual perturbación fastidiosa. Está, por ejemplo, el punto en vez de la coma para los decimales (“la economía va a crecer dos punto tres por ciento”). Asimismo nos jodimos sin el equivalente del billion inglés. Toca decir miles de millones y aguantarse, porque los tales millardos no pegaron.
¿Entenderán los puristas que hay gente que no comulga con ellos? Porque andan por ahí con la vieja actitud de los católicos recalcitrantes. Sí, entiendo que tienes otras creencias, pero sobra decir que las mías son más válidas que las tuyas. Da un poco de risa.
andreshoyos@elmalpensante.com, @andrewholes