La vida no está hecha solo de asuntos trascendentales, sino también de abundantes pendejaditas.
A ver, pendejaditas como saber dónde guardar los botones que se caen, como sacar de los clósets o de las alacenas lo que ya no es útil ni necesario, como atender al gran cúmulo de fechas conmemorativas que acechan a cualquier persona, como leer sobre asuntos que ni fu ni fa, como ocuparse de noticias que no van para ninguna parte si no es que son iguales a otras que salieron la semana anterior, etcétera. Incluso esta palabra, etcétera, suele llevar implícita la referencia a pendejaditas.
Las rutinas están llenas de pendejaditas no siempre explicables. Al caminar por las calles, yo procuro no pisar ciertas rayas o al menos no siempre. ¿Por qué? Porque sí. Otra voz insensata me dice: vaya por lo plano, porque si no a lo mejor se tropieza. Aquí y allá evito los andenes altos y busco accesos inclinados. Más explicable es no pisar ciertas tapas al caminar, pues nunca se sabe cuándo alguna se vence y el hueco se lo traga a uno.
Pendejaditas son también lo que va quedando botado por ahí, ideas que no encarnan en textos o libros, notas sueltas que después uno no sabe por qué se le ocurrieron, minucias que se arruman en un rincón, pero no descarta; el teléfono de quién sabe quién anotado por ahí, contactos que no trascienden, aunque no se olvidan del todo, y así. Algunas pendejaditas registran en la memoria RAM de una persona, otras no. ¿Por qué? No lo sé, por alguna pendejadita. Eso sí, es cada vez más frecuente que unas claras pendejaditas se presenten como obras de arte. Al terminar de dar el paseo por las salas de la galería, el visitante sale más vacío de lo que entró.
Cuando ciertas personas entran en modo trascendental, no quieren saber nada de pendejaditas y bien pueden elaborar teorías rebuscadas sobre el devenir social que en el mejor de los casos son pendejadas y en el peor pueden conducir a tragedias. Ante algo así, uno con frecuencia se pregunta: ¿por qué la persona no siguió el instinto y se puso a considerar trivialidades?
Las pendejaditas pasan por debajo de los radares, por ejemplo, el de la inteligencia artificial, que por definición es una dama seria y trascendental. Surge una pregunta, para la cual no se necesita la intervención de ningún ChatGPT: ¿el funcionamiento de esos radares depende de usted? La respuesta es en ruso: nyet.
Tal cual pendejadita se crece ¿y entonces se vuelve una pendejada? Ojo que en este caso el diminutivo implica un salto cualitativo importante. Una pendejada no es una pendejadita aumentada. Por ahí dijo el presidente: “qué pendejada un negro matando un negro”. Sea lo que sea, matar no es una pendejadita. Un edificio, por ejemplo, puede ser una pendejada, pero dado que es grande y masivo –una plasta ineludible–, no se puede descartar mediante el diminutivo.
¿De dónde viene esta familia de palabras? Según María Moliner, viene del latín pectinicŭlus, relacionado con el vello púbico. Las acepciones varían según los países de habla hispana, pero en casi todos abundan los pendejos, las pendejadas y las pendejaditas.
Las paradojas de arriba están muy lejos de ser banales. Claro que es necesario referirse a cosas de alcance global, o por lo menos nacional. Sin embargo, lo intrascendente también cuenta mucho en la vida.
La vida no está hecha solo de asuntos trascendentales, sino también de abundantes pendejaditas.
A ver, pendejaditas como saber dónde guardar los botones que se caen, como sacar de los clósets o de las alacenas lo que ya no es útil ni necesario, como atender al gran cúmulo de fechas conmemorativas que acechan a cualquier persona, como leer sobre asuntos que ni fu ni fa, como ocuparse de noticias que no van para ninguna parte si no es que son iguales a otras que salieron la semana anterior, etcétera. Incluso esta palabra, etcétera, suele llevar implícita la referencia a pendejaditas.
Las rutinas están llenas de pendejaditas no siempre explicables. Al caminar por las calles, yo procuro no pisar ciertas rayas o al menos no siempre. ¿Por qué? Porque sí. Otra voz insensata me dice: vaya por lo plano, porque si no a lo mejor se tropieza. Aquí y allá evito los andenes altos y busco accesos inclinados. Más explicable es no pisar ciertas tapas al caminar, pues nunca se sabe cuándo alguna se vence y el hueco se lo traga a uno.
Pendejaditas son también lo que va quedando botado por ahí, ideas que no encarnan en textos o libros, notas sueltas que después uno no sabe por qué se le ocurrieron, minucias que se arruman en un rincón, pero no descarta; el teléfono de quién sabe quién anotado por ahí, contactos que no trascienden, aunque no se olvidan del todo, y así. Algunas pendejaditas registran en la memoria RAM de una persona, otras no. ¿Por qué? No lo sé, por alguna pendejadita. Eso sí, es cada vez más frecuente que unas claras pendejaditas se presenten como obras de arte. Al terminar de dar el paseo por las salas de la galería, el visitante sale más vacío de lo que entró.
Cuando ciertas personas entran en modo trascendental, no quieren saber nada de pendejaditas y bien pueden elaborar teorías rebuscadas sobre el devenir social que en el mejor de los casos son pendejadas y en el peor pueden conducir a tragedias. Ante algo así, uno con frecuencia se pregunta: ¿por qué la persona no siguió el instinto y se puso a considerar trivialidades?
Las pendejaditas pasan por debajo de los radares, por ejemplo, el de la inteligencia artificial, que por definición es una dama seria y trascendental. Surge una pregunta, para la cual no se necesita la intervención de ningún ChatGPT: ¿el funcionamiento de esos radares depende de usted? La respuesta es en ruso: nyet.
Tal cual pendejadita se crece ¿y entonces se vuelve una pendejada? Ojo que en este caso el diminutivo implica un salto cualitativo importante. Una pendejada no es una pendejadita aumentada. Por ahí dijo el presidente: “qué pendejada un negro matando un negro”. Sea lo que sea, matar no es una pendejadita. Un edificio, por ejemplo, puede ser una pendejada, pero dado que es grande y masivo –una plasta ineludible–, no se puede descartar mediante el diminutivo.
¿De dónde viene esta familia de palabras? Según María Moliner, viene del latín pectinicŭlus, relacionado con el vello púbico. Las acepciones varían según los países de habla hispana, pero en casi todos abundan los pendejos, las pendejadas y las pendejaditas.
Las paradojas de arriba están muy lejos de ser banales. Claro que es necesario referirse a cosas de alcance global, o por lo menos nacional. Sin embargo, lo intrascendente también cuenta mucho en la vida.