![“¿De qué sirve saber que Trump es un malandro? Sí, claro que lo es, aunque un malandro con poder”: Andrés Hoyos](https://www.elespectador.com/resizer/v2/5Q2HQPYPXUX3RV74ME4UE2OKCQ.jpg?auth=694a4c501e21600eb4aff7a87e9f713dd58fd774ca11444e69a2e5b43b0f999d&width=920&height=613&smart=true&quality=60)
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La decisión francamente inane del gobierno de Petro de no dejar aterrizar a unos aviones enviados por Estados Unidos con ciudadanos colombianos deportados –negativa que va de frente contra la Constitución del país– nos ponía ahora sí camino a los daños irreparables. Vaya uno a saber en qué condiciones decidió el presidente no permitir estos aterrizajes, dizque de madrugada y en Coveñas. Quienes me conocen saben que hasta ahora yo le había visto al hombre su condición dañina, poco meditada e irresponsable aunque todavía no irreparable, pero desatar la ira de Donald Trump por una pendejada nos obligaba a muchos a buscar la salida de emergencia, pues el avión-país se podía estrellar o, por lo menos, sufrir averías severas. Sin embargo, ya el propio domingo en la noche –esto es a las pocas horas–, Petro agachó la cabeza, dejándolo todo en un preocupante “casi”. Mejor dicho, casi nos lleva Cabicas.
¿De qué sirve saber que Trump es un malandro? Sí, claro que lo es, aunque un malandro con el poder de infligir un daño colosal a Colombia. Por la vía de Petro, el señor del peluquín había encontrado una vía para figurar ante los americanos como un héroe populista porque, en principio, las sanciones a nuestro país no iban a costar una fuerte recesión internacional, como la que causaría si pone aranceles, digamos, a la Unión Europea, China o incluso México y Canadá, sus socios de América del Norte. Para Colombia y sus empresas, en cambio, el daño se anunciaba inmenso.
El propio domingo se desató en el país un gran corre-corre. Aparte de la reunión a desgano de los altos dignatarios del gobierno, se cocinaba otra de emergencia, no ya de los gremios, sino de la totalidad del país no petrista. Quizá valga la pena hacerla en todo caso y precavernos para una ocasión semejante que quizá surja después. Igual, consecuencias dañinas las habrá. Se veía venir una gran devaluación del peso, que otra vez se estaba acercando a los $4.000. ¿A qué cifra podía llegar? ¿A $5.000 o más? Ni idea. Asimismo amenazaba con resurgir la inflación por cuenta de los costos crecientes. En mi calidad de empresario, pensé en proteger nuestras empresas del huracán Petro-Trump. También como miembro de familia.
En fin, Petro agachó la cabeza y ahí más o menos se recompusieron las cargas y se evitó la destructiva guerra comercial. Las flores de San Valentín, que se las tendrían que comer los chanchos, y los aguacates hass, que de repente tendrían que ir a parar a un inmenso guacamole comunitario, por fortuna retoman su ruta a Estados Unidos. Tienen razón quienes señalan la inmensa fragilidad del país ante una crisis por el estilo de la planteada. Yo también me voy, parecían decir las miradas de muchos amigos. ¿Para dónde? No será para el Catatumbo, un lugar en el que los tiroteos y los desplazamientos masivos amenazan con empeorar mucho. O sea, regresaremos a un subcontinente más o menos homogéneo, pero lleno de problemas y de violencias que, por fortuna, palidecen en comparación con la guerra de Ucrania contra el invasor ruso y con la vorágine del Medio Oriente, donde mueren niños a diario y las pobres mujeres se tienen que ocultar tras unas penosas burkas.
Lo que yo al final de todas las cuentas no sé es si pueda retomar los planes optimistas contemplados hasta el sábado en la noche. Tal vez sí, en parte, aunque no sin antes digerir la paliza que nos dio la insensatez del presidente de Colombia y la correspondiente del míster gringo.