Vladimir Putin se está ranchando para que ocurra lo imposible. O me dejan hacer lo que yo quiera con Ucrania o meto a la OTAN en la guerra. Lo primero ya se vio que no es posible; lo segundo, sin embargo, podría costarle mucho más. El hombre es un bully al cuadrado. Lo que no se sabe es si, además, encarna a un suicida colectivo.
Los escenarios que se vislumbran son variados y de variado peligro. Zelensky y los ucranianos van a llevar la guerra cada vez más al territorio de Rusia, un país que no parece muy bien diseñado para defender su inmensa extensión, en la que hay objetivos atacables por todas partes. También es cierto que la destrucción de uno o de varios de estos objetivos no haría caer al país completo.
Dentro de Ucrania se seguirán sufriendo consecuencias graves, aunque de ningún modo definitivas. Rusia, que ha prometido disolver al país invadido en el caos, no puede prevalecer porque para los ucranianos algo así sería su final como nación y como pueblo, de modo que perderán posiciones aquí, las recuperarán allá, pero todo el país no lo van a entregar por ningún motivo. Dicho de otro modo, Putin nunca podrá gobernar la totalidad de Ucrania, mucho menos una Ucrania complaciente.
Bien, entonces la guerra va a ser en Rusia, además de Ucrania. En consecuencia, ¿se lanzará Putin a atacar a Polonia, Eslovaquia o Rumanía, los países limítrofes que peor le caen? A ver, si no ha podido con Ucrania en una guerra convencional, ¿qué le haría pensar que puede extenderla a otros países, así como así? Porque, ojo, al atacar a miembros de la OTAN, estaría entrando en guerra con esta poderosa alianza, por lo pronto una guerra convencional.
Por lo que uno intuye, la Rusia debilitada de hoy sería fácilmente derrotada por la coalición de los países de la OTAN. Queda, entonces, la opción nuclear, o sea, el suicidio definitivo. Al menos a mí algo me dice que si no es el propio Putin quien lanza la primera ojiva nuclear, Estados Unidos y Europa Occidental tampoco las usarán. Esto significa que habrá conflictos convencionales allá donde los invasores los quieran, en los que a Rusia le ha ido muy mal hasta ahora, con el agravante de que sumaría a varias potencias mucho mayores en contra, potencias convencionales.
Al final de todas las cuentas, el dilema subyacente en estos conflictos es viejo y no se ha terminado de resolver. ¿Pueden los países de Europa Oriental ser democracias o tienen que optar por regímenes dictatoriales, al estilo ruso? Dramática alternativa, que no por eso amerita una guerra nuclear, aunque tal vez sí guerras convencionales. Sin embargo, el panorama no luce apetitoso para el Kremlin. Las bajas en cualquier caso se contarían en cientos de miles, o hasta en millones de soldados, si las guerras se multiplican. Algo semejante podría significar el colapso de la Rusia actual. Como gran esperanza, Putin contaba con la victoria de Trump en las elecciones de noviembre, la cual hoy se ve hoy mucho menos factible. Pero ni siquiera con un Trump triunfante, eventualidad muy improbable, Europa y sus vecinos permitirían que el dictador ruso se salga con la suya.
Todo para decir que las guerras son detestables, lo que no quiere decir que son evitables o que su resultado prometa nada bueno para los malos. Antes al contrario.
Vladimir Putin se está ranchando para que ocurra lo imposible. O me dejan hacer lo que yo quiera con Ucrania o meto a la OTAN en la guerra. Lo primero ya se vio que no es posible; lo segundo, sin embargo, podría costarle mucho más. El hombre es un bully al cuadrado. Lo que no se sabe es si, además, encarna a un suicida colectivo.
Los escenarios que se vislumbran son variados y de variado peligro. Zelensky y los ucranianos van a llevar la guerra cada vez más al territorio de Rusia, un país que no parece muy bien diseñado para defender su inmensa extensión, en la que hay objetivos atacables por todas partes. También es cierto que la destrucción de uno o de varios de estos objetivos no haría caer al país completo.
Dentro de Ucrania se seguirán sufriendo consecuencias graves, aunque de ningún modo definitivas. Rusia, que ha prometido disolver al país invadido en el caos, no puede prevalecer porque para los ucranianos algo así sería su final como nación y como pueblo, de modo que perderán posiciones aquí, las recuperarán allá, pero todo el país no lo van a entregar por ningún motivo. Dicho de otro modo, Putin nunca podrá gobernar la totalidad de Ucrania, mucho menos una Ucrania complaciente.
Bien, entonces la guerra va a ser en Rusia, además de Ucrania. En consecuencia, ¿se lanzará Putin a atacar a Polonia, Eslovaquia o Rumanía, los países limítrofes que peor le caen? A ver, si no ha podido con Ucrania en una guerra convencional, ¿qué le haría pensar que puede extenderla a otros países, así como así? Porque, ojo, al atacar a miembros de la OTAN, estaría entrando en guerra con esta poderosa alianza, por lo pronto una guerra convencional.
Por lo que uno intuye, la Rusia debilitada de hoy sería fácilmente derrotada por la coalición de los países de la OTAN. Queda, entonces, la opción nuclear, o sea, el suicidio definitivo. Al menos a mí algo me dice que si no es el propio Putin quien lanza la primera ojiva nuclear, Estados Unidos y Europa Occidental tampoco las usarán. Esto significa que habrá conflictos convencionales allá donde los invasores los quieran, en los que a Rusia le ha ido muy mal hasta ahora, con el agravante de que sumaría a varias potencias mucho mayores en contra, potencias convencionales.
Al final de todas las cuentas, el dilema subyacente en estos conflictos es viejo y no se ha terminado de resolver. ¿Pueden los países de Europa Oriental ser democracias o tienen que optar por regímenes dictatoriales, al estilo ruso? Dramática alternativa, que no por eso amerita una guerra nuclear, aunque tal vez sí guerras convencionales. Sin embargo, el panorama no luce apetitoso para el Kremlin. Las bajas en cualquier caso se contarían en cientos de miles, o hasta en millones de soldados, si las guerras se multiplican. Algo semejante podría significar el colapso de la Rusia actual. Como gran esperanza, Putin contaba con la victoria de Trump en las elecciones de noviembre, la cual hoy se ve hoy mucho menos factible. Pero ni siquiera con un Trump triunfante, eventualidad muy improbable, Europa y sus vecinos permitirían que el dictador ruso se salga con la suya.
Todo para decir que las guerras son detestables, lo que no quiere decir que son evitables o que su resultado prometa nada bueno para los malos. Antes al contrario.