Perder con Uruguay en Montevideo es una mala costumbre que no podemos superar desde la década de los 70, cuando ganamos por última vez allí con gol de Willington Ortiz. La noche primaveral del viernes se jugó un gran primer tiempo y un flojísimo segundo. La seguridad defensiva desapareció a partir del empate uruguayo. Lo mejor que había tenido el equipo de Lorenzo, que es la respuesta a la adversidad, se vio opacado por la reaparición del fantasma de la desatención y la falta de carácter en situaciones difíciles.
No es posible que después de una primera parte tan bien planteada y jugada se caiga al final como se cayó, víctima de una celeste débil, confundida y necesitada. Nunca vimos un seleccionado charrúa tan falto de fútbol. Dedicado a dar patadas y a correr solamente, nunca un local tan fácil de vulnerar después de darle ese golpe en el golazo de Quintero.
Estaban en la lona y no los rematamos, los dejamos ser cuando ya no eran y nos vinimos con una derrota que todavía no se refleja tanto en la tabla, pero que es muy dolorosa para la autoconfianza. Esperemos que solo haya sido una mala noche de Muñoz, de Dávinson, de Durán, de “Lucho”. Que no nos volvamos a distraer tanto, que los cambios entren bien, que nos repongamos hoy contra Ecuador y aprendamos de los errores múltiples cada vez que aparecen cuando jugamos ante los todavía dirigidos por Marcelo Bielsa, que estaban en capilla curiosamente hasta lo sucedido.
Creo que ese ha sido el tema obligado entre amigos y seguidores del fútbol por estos días, y las conclusiones son seguramente las mismas. No hemos podido consolidar un equipo mentalmente fuerte. Lo más extraño del caso es que esta es una formación que juega mayoritariamente en el exterior, si bien no todos en ligas top, sí podemos hablar de que en equipos con un nivel exigente, donde generalmente no se cometen estos tipos de errores. Evidente llegar a la misma reflexión de siempre y nuestras falencias de formación, pero que alguien explique claramente el porqué del cambio cuando se visten de amarillo.
Volviendo a la cancha, es muy fácil echarle la culpa al técnico, que seguro algo de responsabilidad debe tener, pero estoy seguro de que el buen Néstor, a quien conozco bastante bien, no les dijo a sus dirigidos en el entretiempo que salieran a defender el 1-0 y que dejaran que el rival se agrandara y mucho menos que no presionaran más sin pelota como en el tercero, que se dedicaron a mirar. Cuando veamos que las selecciones juveniles no demuestren esas fortalezas mentales, después no nos quejemos de lo que pasa en tal sentido con las mayores. Antes de pensar en que es que esas categorías se deben llenar de títulos y jugar finales, hay que entender que lo que tienen que demostrar desde temprano los muchachos es carácter, la palabra a perseguir.
Se puede perder, y se van a perder más partidos como le pasó a la mismísima Argentina, pero por favor, no así que hace mucho daño, porque duele demasiado ver que la evolución se interrumpe y nos pone a todos a recordar las pesadillas del pasado.
🚴🏻⚽🏀 ¿Lo último en deportes?: Todo lo que debe saber del deporte mundial está en El Espectador
Perder con Uruguay en Montevideo es una mala costumbre que no podemos superar desde la década de los 70, cuando ganamos por última vez allí con gol de Willington Ortiz. La noche primaveral del viernes se jugó un gran primer tiempo y un flojísimo segundo. La seguridad defensiva desapareció a partir del empate uruguayo. Lo mejor que había tenido el equipo de Lorenzo, que es la respuesta a la adversidad, se vio opacado por la reaparición del fantasma de la desatención y la falta de carácter en situaciones difíciles.
No es posible que después de una primera parte tan bien planteada y jugada se caiga al final como se cayó, víctima de una celeste débil, confundida y necesitada. Nunca vimos un seleccionado charrúa tan falto de fútbol. Dedicado a dar patadas y a correr solamente, nunca un local tan fácil de vulnerar después de darle ese golpe en el golazo de Quintero.
Estaban en la lona y no los rematamos, los dejamos ser cuando ya no eran y nos vinimos con una derrota que todavía no se refleja tanto en la tabla, pero que es muy dolorosa para la autoconfianza. Esperemos que solo haya sido una mala noche de Muñoz, de Dávinson, de Durán, de “Lucho”. Que no nos volvamos a distraer tanto, que los cambios entren bien, que nos repongamos hoy contra Ecuador y aprendamos de los errores múltiples cada vez que aparecen cuando jugamos ante los todavía dirigidos por Marcelo Bielsa, que estaban en capilla curiosamente hasta lo sucedido.
Creo que ese ha sido el tema obligado entre amigos y seguidores del fútbol por estos días, y las conclusiones son seguramente las mismas. No hemos podido consolidar un equipo mentalmente fuerte. Lo más extraño del caso es que esta es una formación que juega mayoritariamente en el exterior, si bien no todos en ligas top, sí podemos hablar de que en equipos con un nivel exigente, donde generalmente no se cometen estos tipos de errores. Evidente llegar a la misma reflexión de siempre y nuestras falencias de formación, pero que alguien explique claramente el porqué del cambio cuando se visten de amarillo.
Volviendo a la cancha, es muy fácil echarle la culpa al técnico, que seguro algo de responsabilidad debe tener, pero estoy seguro de que el buen Néstor, a quien conozco bastante bien, no les dijo a sus dirigidos en el entretiempo que salieran a defender el 1-0 y que dejaran que el rival se agrandara y mucho menos que no presionaran más sin pelota como en el tercero, que se dedicaron a mirar. Cuando veamos que las selecciones juveniles no demuestren esas fortalezas mentales, después no nos quejemos de lo que pasa en tal sentido con las mayores. Antes de pensar en que es que esas categorías se deben llenar de títulos y jugar finales, hay que entender que lo que tienen que demostrar desde temprano los muchachos es carácter, la palabra a perseguir.
Se puede perder, y se van a perder más partidos como le pasó a la mismísima Argentina, pero por favor, no así que hace mucho daño, porque duele demasiado ver que la evolución se interrumpe y nos pone a todos a recordar las pesadillas del pasado.
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