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Hoy quería escribir sobre la situación de Santa Fe, el primer campeón del fútbol colombiano, que después de tres fechas no logra sumar un solo punto en el campeonato y se sumerge en una crisis, de su técnico Hárold Rivera, de los jugadores que se le han ido y se le irán y de la falta de refuerzos de peso. También de la situación del verde de la montaña, que aún no puede jugar con sus incorporaciones por el lío que tiene con Cortuluá. Pero en el intermedio del partido del martes en El Campín, que abría las puertas por primera vez al público en pandemia, una gran porción de barras bravas de Nacional invadió el sector de la grada norte donde se encontraba la hinchada familiar cardenal y agredió a varios integrantes, causando la reacción de la Guardia Albirroja, que se ubica en la tribuna sur e invadió la cancha para desplazarse hacia el lugar de los hechos. Mientras tanto ya había una víctima grave: un vendedor de pizza con contusiones en la cabeza que pudieron pasar a mayores.
Es hora de parar este problema. En el mundo, salvo algún episodio aislado como ocurrió en la final de la Euro, esta estupidez colectiva ya pasó de moda. Las grandes grescas y enfrentamientos por los colores de los equipos ya se han ido erradicando y son repudiados. Los famosos hooligans ingleses se están muriendo de viejos o cuidan sus nietos en paz y nuestros “feroces” barristas siguen empeñados en acabar el espectáculo, copiando en lo malo a sus pares argentinos que incluso ya hacen parte del escenario político de ese país.
Lo que pasó en Bogotá antier es muy grave. Pareciera que estos fanáticos descerebrados estaban esperando que los dejaran entrar a los estadios nuevamente para cobrar venganza o seguir intentando demostrar su aparente valentía desquitándose con hinchas pacíficos y correctos que sí querían volver a ver a su equipo acompañado de los suyos. Basta ya, señores de la Dimayor y de la FCF, únanse con las autoridades y los directivos de los equipos, identifiquen quiénes son los malos y expúlsenlos de los escenarios. Cada barra tiene líderes y de una u otra manera un organigrama. Comprométanlos a carnetizarse en serio, entregar la información de cada uno de sus integrantes y portarse bien. Ya estamos agotados con la violencia intrínseca de esta nación en las calles para sumarle todavía más por obra y gracia de una camiseta.
La sociedad también tiene culpa, desde las casas se está equivocando el mensaje. Es cierto que muchos jóvenes acuden a conformar estos grupos por sus ausencias, buscando salidas, pero también varios llegan porque en su familia no los guían adecuadamente o los maltratan de tal manera que los empujan con el ejemplo a tomar el camino equivocado que los deposita en una pandilla de estas. Algunos van al colegio y la universidad, pero les pasa por el lado. Ahí también se está desaprovechando la oportunidad de encauzar esta furia y canalizarla hacia buenos objetivos. Se les olvida que este deporte tiene, como todos los demás, un fin noble, que busca entretener, dar alegría y emoción, o simplemente nunca lo han sentido así y por tal razón es hora de cambiarles esa concepción.

Por Andrés Marocco
