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Cuando se gana nadie cuestiona nada. Cuando se pierde hay que buscar culpables. Alguien tiene que pagar los platos rotos. Es verdad, la suerte es el resultado del trabajo. O mejor, en el fútbol y, por qué no, en la vida misma, agarra para donde le da la gana.
La pelota que pega en la pierna del Dibu Martínez en la última jugada de la final del mundial, por ejemplo. Si entra y le da el título a Francia, ese pequeño instante hubiera convertido a Scaloni, el entrenador de Argentina, en un miedoso; a Messi, en un incapaz de ganar el mundial, y al propio Dibu, en villano en lugar de héroe.
El gol del empate de Nacional en la final de la Copa el jueves pasado en la última jugada es otro de esos casos. Si Aguirre la tira por encima o le pega a Montero en alguna parte del cuerpo y sale, Millonarios estaría celebrando una victoria que merecía. Gamero sería una vez más el héroe y en Nacional la sombra de crisis que lo ha acompañado todo el año lo estaría cubriendo de pies a cabeza.
Pero, como entró hay que buscar culpables en el lado que perdió. Algunos culpan al árbitro, pero los equipos grandes tienen que pasar por encima de los malos arbitrajes. Ellos te quitan mañana lo que hoy te dan y al revés. Otros culpan a Gamero, el entrenador, porque hizo unos cambios que no funcionaron y metió más defensas para meterse atrás, pero resulta que también ha ganado con los mismos cambios. Es verdad que a Millonarios le han remontado ya varias finales como la de Bogotá contra Tolima en 2021, pero eso ha pasado muchas veces en la historia del fútbol.
Los penaltis tampoco son cuestión de suerte. Nacional se ha superado en esa materia desde la final de junio. Desde entonces, ha tenido que jugar dos definiciones, las dos en Copa, y no falló ninguno de los diez cobros. En cambio, Millonarios desperdició uno que tuvo en Bogotá y el de la definición en Medellín.
Millonarios jugó mejor los dos partidos en la generalidad y desde ese punto de vista mereció ganar. Pero, ni el fútbol ni la vida tienen que ser justos. Ese es un concepto que hay que revaluar. Lo único que se puede hacer es ser competente; es decir, hacer todo lo que esté en las manos para lograr el objetivo. Dentro de eso, está la toma de decisiones en momentos difíciles.
En el caso de la final de la Copa, Nacional tomó mejores decisiones. El fallo del arquero azul en Bogotá, que causó un gol verde, y el partido casi perfecto del arquero Castillo esa misma noche marcaron diferencias. La decisión herrada de Cataño cuando tuvo para poner dos a cero el juego en Medellín, la decisión correcta de Mier en el penal que atajó, la decisión de Aguirre de llegar por sorpresa para empatar y llevar la final a los penales, y la manera de cobrar de los jugadores de Nacional. No es suerte, ni es el árbitro, es la toma de decisiones bajo presión. Nadie quiere decidir para equivocarse. Simplemente hay cosas que pasan, así de sencillo.
