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No es por ser tibio, pero escoger al mejor futbolista de todos los tiempos es misión imposible. De Di Stéfano a Messi no solo hay siete décadas de diferencia. Todo lo que ha pasado alrededor de este deporte hace imposible establecer una comparación certera.
Ahora, cada quien está en su legítimo derecho de escoger a su favorito. Normalmente esta decisión está sujeta a los recuerdos de niñez y juventud de cada uno. La primera vez, en todas las materias de la vida, es incomparable. Por eso los setenteros se decantan por Pelé, los ochenteros por Maradona, los noventeros por Zidane, los de inicio de siglo por Ronaldinho o Ronaldo y los de ahora por Messi. Alguno le pondrá un poco de análisis y escogerá a uno que no esté en la lista o no pertenezca a sus tiempos.
Lo cierto es que no sabemos cómo habría sido la vida de Pelé en tiempos de redes sociales ni cómo hubiera llevado las críticas en estos tiempos. Tampoco sabremos cómo le iría a Messi en tiempos de Pelé, cuando no había tarjetas amarillas y los defensas eran carnívoros guerreros que masacraban a sus rivales. No sabremos nunca si la final del mundial del 98 en la que Zidane se inmortalizó hubiera resultado igual si Ronaldo no se hubiera enfermado antes de que comenzara.
Por eso prefiero construir en mi imaginario el Edificio Olimpo, donde habría un apartamento para Maradona, otro para Pelé, uno nuevo para Messi y otro para Zidane. Alrededor habría un condominio en el que en unos lotes un poco más austeros pudieran vivir Ronaldinho, Ronaldo, Cristiano, Cruyff y Di Stéfano. También dibujaría los planos desde ya para que en alguno de los dos lados viva Mbappé cuando se retire.
Sin embargo y como esto es tan personal como la ropa, el hecho de que Maradona hubiera logrado convivir con Maradona en el segundo lustro de los 80 para regalarnos su magia, lo hace incomparable. Diego se hizo ídolo siendo humano.