Se terminó la Copa América de Messi, la que ganó Argentina, la que mostró el frenazo de Brasil, la que puso a Colombia de nuevo en un lugar competitivo en el continente, la de Luis Díaz, Lapadula y Brereton. Pero también la del juego brusco en exceso, el desmedido miedo a perder y los malos arbitrajes. Se terminó el show personal del presidente de la Conmebol, la Copa de los muchos millones de dólares, que ojalá sean invertidos en el desarrollo del fútbol y, sobre todo, la Copa que nos expuso la cruda realidad sobre las diferencias con el fútbol que se juega en Europa.
La primera gran conclusión es que la Copa es un premio justo para Messi. No fue la figura de la final, pero sí fue la figura de su equipo en el torneo. Eso demuestra que por fin se armó una relación de doble vía. Hubo un equipo que jugó para Messi y un Messi que jugó para su equipo. Tal vez hubo otras versiones con expresiones futbolísticas más vistosas, como la de Alemania 2006, pero esta Argentina, cuyo juego se basó en el equilibrio en el medio campo con Lo Celso, De Paul y Paredes para desde ahí leer los momentos del juego, no exponer a su defensa y, por pasajes largos de los partidos, encontrar intensidad ofensiva, mereció el título. El campeón fue creciendo a medida que avanzaba el torneo, entre otras cosas, porque sus rivales de grupo lo exigieron. En cambio Brasil frenó contra Colombia para nunca más volver a acelerar. Pensamos que estaban administrando sus energías para la final y que eran muy superiores a los demás, pero la verdad es que este Brasil, enemigo íntimo del jogo bonito, está muy lejos incluso del de 2019, cuya alegría pasaba por el veterano Dani Alves.
Para Colombia, la Copa significó un crecimiento enorme. No olvidemos que veníamos de las dos peores expresiones del equipo de todos en este siglo, las goleadas en ante Uruguay y Ecuador por eliminatoria. Para Reinaldo Rueda, el panorama no podía ser más adverso. Con apenas cuatro días de trabajo, sin James, tuvo que enderezar el rumbo y lo logró. El tercer lugar en esta Copa y las expresiones contra Brasil, Argentina y Uruguay, así como el triunfo frente a Perú en el último partido, en el que volvió el gol, hablan bien de otro equipo que, como Argentina, fue creciendo a lo largo del campeonato. Del partido de Brasil hasta el de Perú se ganó en equilibrio, en generación de juego ofensivo y en solidez atrás (más allá de errores puntuales propios de los seres humanos).
Hoy Rueda tiene un equipo tipo, que incluye a Daniel Muñoz como novedad, un lateral excepcional que puede ser volante o hasta defensa central y a Luis Díaz. Ni en los mejores tiempos de Pékerman pudimos contar con dos extremos de la talla de Cuadrado por un lado y el guajiro por el otro. Por supuesto que hay cosas por mejorar, como la búsqueda de un lateral izquierdo que marque pero también salga al ataque, así como la definición de los delanteros. Pero que el panorama cambió para bien en estos cuarenta días.
Para el olvido, la terquedad de la Conmebol por querer sacar adelante como fuera el torneo, el rezago de Venezuela y Bolivia, el estado de las canchas, los arbitrajes, la ausencia de figuras jóvenes y la falta de ingenio de los atacantes en general.
Se terminó la Copa América de Messi, la que ganó Argentina, la que mostró el frenazo de Brasil, la que puso a Colombia de nuevo en un lugar competitivo en el continente, la de Luis Díaz, Lapadula y Brereton. Pero también la del juego brusco en exceso, el desmedido miedo a perder y los malos arbitrajes. Se terminó el show personal del presidente de la Conmebol, la Copa de los muchos millones de dólares, que ojalá sean invertidos en el desarrollo del fútbol y, sobre todo, la Copa que nos expuso la cruda realidad sobre las diferencias con el fútbol que se juega en Europa.
La primera gran conclusión es que la Copa es un premio justo para Messi. No fue la figura de la final, pero sí fue la figura de su equipo en el torneo. Eso demuestra que por fin se armó una relación de doble vía. Hubo un equipo que jugó para Messi y un Messi que jugó para su equipo. Tal vez hubo otras versiones con expresiones futbolísticas más vistosas, como la de Alemania 2006, pero esta Argentina, cuyo juego se basó en el equilibrio en el medio campo con Lo Celso, De Paul y Paredes para desde ahí leer los momentos del juego, no exponer a su defensa y, por pasajes largos de los partidos, encontrar intensidad ofensiva, mereció el título. El campeón fue creciendo a medida que avanzaba el torneo, entre otras cosas, porque sus rivales de grupo lo exigieron. En cambio Brasil frenó contra Colombia para nunca más volver a acelerar. Pensamos que estaban administrando sus energías para la final y que eran muy superiores a los demás, pero la verdad es que este Brasil, enemigo íntimo del jogo bonito, está muy lejos incluso del de 2019, cuya alegría pasaba por el veterano Dani Alves.
Para Colombia, la Copa significó un crecimiento enorme. No olvidemos que veníamos de las dos peores expresiones del equipo de todos en este siglo, las goleadas en ante Uruguay y Ecuador por eliminatoria. Para Reinaldo Rueda, el panorama no podía ser más adverso. Con apenas cuatro días de trabajo, sin James, tuvo que enderezar el rumbo y lo logró. El tercer lugar en esta Copa y las expresiones contra Brasil, Argentina y Uruguay, así como el triunfo frente a Perú en el último partido, en el que volvió el gol, hablan bien de otro equipo que, como Argentina, fue creciendo a lo largo del campeonato. Del partido de Brasil hasta el de Perú se ganó en equilibrio, en generación de juego ofensivo y en solidez atrás (más allá de errores puntuales propios de los seres humanos).
Hoy Rueda tiene un equipo tipo, que incluye a Daniel Muñoz como novedad, un lateral excepcional que puede ser volante o hasta defensa central y a Luis Díaz. Ni en los mejores tiempos de Pékerman pudimos contar con dos extremos de la talla de Cuadrado por un lado y el guajiro por el otro. Por supuesto que hay cosas por mejorar, como la búsqueda de un lateral izquierdo que marque pero también salga al ataque, así como la definición de los delanteros. Pero que el panorama cambió para bien en estos cuarenta días.
Para el olvido, la terquedad de la Conmebol por querer sacar adelante como fuera el torneo, el rezago de Venezuela y Bolivia, el estado de las canchas, los arbitrajes, la ausencia de figuras jóvenes y la falta de ingenio de los atacantes en general.