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Uno no sabe lo que tiene hasta que lo pierde. En el deporte sí que aplica esa frase. La obtención de la sede de los Juegos Panamericanos en Barranquilla era como la entrada oficial de esa ciudad y por intermedio de ella del país a los grandes eventos deportivos del mundo. Si hay algo que sirva de propaganda positiva para un país además de todos los beneficios internos y de formación para nuevas generaciones son los eventos deportivos. Hoy vemos cómo por negligencia se los disputarán Perú y Paraguay, dos naciones a las que miramos por encima del hombro en casi todos los aspectos.
El equipo colombiano de Copa Davis logró sacar adelante una apretada serie contra Luxemburgo para acceder al grupo uno mundial. Sin la raqueta número uno, Daniel Galán, que prefirió privilegiar su calendario personal sobre el compromiso con la camiseta de Colombia, los muchachos tiraron de camiseta y corazón para sacar adelante una vergüenza que parecía sentenciada. Ya se ven lejanos aquellos tiempos en que Farah, Cabal, Giraldo, Falla o González, todos top 100 y los primeros campeones de Grand Slams atravesaban el planeta para ponerse la camiseta del país. Nunca fallaron a la cita a pesar de las críticas que recibían por no llegar más lejos. Hoy, soñar con un top 100 es casi imposible. Ojalá Galán y el equipo arreglen sus diferencias para que dé una mano, se necesita. Quién lo creyera, los críticos de Giraldo y compañía ya ni hablan de tenis.
En 1992 el Tino Asprilla, Valenciano, Aristi y compañía clasificaron a los Olímpicos de Barcelona. Allá perdieron los tres partidos como consecuencia de una ingesta desmedida en los comedores de la Villa Olímpica. El país, que meses antes había aplaudido su clasificación, los castigó sin misericordia. Hoy, cuando la selección preolímpica regresó de Venezuela con cuatro partidos perdidos, ninguno empatado y ninguno ganado, sin marcar un solo gol, extrañamos a esa banda del 92.
Somos un país que celebra desmedidamente los triunfos, pero por encima de todo castiga a quienes estuvieron cerca de lograrlo y no pudieron. Nuestra corta memoria no nos permite darnos cuenta del valor que tienen quienes compiten de verdad, quienes dan lo que sea por ganar con la camiseta de Colombia. Hablamos de gobernantes, deportistas y dirigentes. Yo prefiero a los que lo intentan hasta el minuto noventa más uno con la camiseta amarilla puesta sin importar lo que haya pasado antes que a quienes sacan excusas, culpan a los otros o simplemente no dieron el ciento por ciento. Hoy en día parece que son más estos últimos. Es que competir por el país que lo vio nacer a uno es algo que no debería entrar en lo racional sino en lo emocional.