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Nos pasamos la eliminatoria pasada pidiendo que la selección jugara sin complejos sus partidos. Era unánime la voz que pedía más fútbol ofensivo y menos cobardía, sobre todo en Barranquilla.
El empate con Uruguay dejó muchas cosas positivas y entre ellas la valentía para entender que el rival era superior, pero no invencible, la capacidad de sobreponerse al caos de los primeros minutos, nivelar el partido en la mitad del campo y pensar en atacar. A un equipo ofensivo los nuestros le respondieron con la misma moneda, y en ese escenario cualquier cosa podía pasar. Pudo ser goleada a favor o en contra, y el empate terminó siendo justo. Pero lo mejor fue la capacidad de administrar la ventaja, mientras se tuvo, con la pelota y muy lejos del arco propio. Estando arriba en el marcador desde lo funcional, la selección siguió buscando y estuvo para liquidar el partido varias veces.
El de Lorenzo se pareció al equipo de los amistosos previos al comienzo de la eliminatoria. Fue similar al de los primeros años de Pékerman y esa fórmula, está comprobado, enamora al país. Claro, cuando un equipo de fútbol se plantea atacar antes de defender da ventajas atrás, es natural. Es el desequilibrio intencional. Eso explica algunas desatenciones, como las entregas erráticas en la salida del balón de parte de algunos jugadores, pero esas terminan siendo acciones ajenas al funcionamiento colectivo.
Y, por supuesto, lo de siempre, las desconcentraciones propias de nuestra idiosincrasia pasaron y pasarán factura. Los primeros y los últimos minutos de cada tiempo son de terror, la pelota quieta de costado ha sido, es y será un problema y la jugada aquella que terminó en el empate de los uruguayos se ha repetido una y mil veces. Ese, el de la concentración, es un lío que no se va a arreglar de la noche a la mañana, tiene que ver más con la formación mental de los futbolistas que con otra cosa. Por eso es valiente reconocer las debilidades propias y fortalecer el juego ofensivo, que es el lugar en el que mejor se desempeñan los nuestros.
Con luces y sombras como en todos los procesos humanos, con James de vuelta para desequilibrar, con Díaz entrando en el circuito de juego y con la intención de mirar a todos los rivales a los ojos se comienza a tejer algo grande. Sin duda el resultado a favor hubiese sido un golpe de confianza a favor, pero aun así no hay manera de no ilusionarse, no con ser campeones del mundo o de América, pero sí con algo mejor, algo que nunca debe negociarse, la intención de lograrlo. Ojalá el martes en Quito se vea algo similar.
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