Lo más importante de lo importante

Antonio Casale
05 de mayo de 2020 - 03:00 a. m.
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El fútbol es lo más importante de lo menos importante, decía Jorge Valdano.

Desde la tribuna de los aficionados, es normal que entre tantas necesidades no sea popular buscar la manera de salvar al fútbol y al deporte en general en esta tragedia. Cada quien lo mira desde su realidad y el deporte no es más que entretenimiento. Al final de cuentas, a pesar de ser el psicólogo de los que no van el psicólogo, no paga las cuentas pendientes ni es el camino para traer la vacuna.

El fútbol, además, se volvió antipático. Este aterrizaje de barriga nos enseñó a las patadas que mucho dinero se estaba gastando desmesuradamente en jugadores a quienes graduamos de héroes en vez de hacerlo en fortalecer los sistemas de salud, ciencia e investigación de los países. Pocos saben que el negocio de las apuestas deportivas en Colombia, por ejemplo, aporta un 15 % de sus ingresos para el sistema de salud, o que el fútbol, como todas las demás industrias, paga impuestos al Estado por todos los conceptos, sin excepciones. Nos acostumbramos a hablar de las cifras que ganan las estrellas, pero pocas veces de los beneficios económicos que el deporte reporta a la sociedad.

Además los sueldos desmesurados son, ¿o eran?, parte de una élite minúscula a escala mundial. Nada más en Colombia, la gran mayoría de los poco más de 1.500 jugadores inscritos en Dimayor ganan menos de $2 millones. Esto para no hablar de otras disciplinas. Los privilegiados miembros del ciclo olímpico gozan de ingresos promedio que les permiten vivir sin sufrimiento, pero poco más; lo mismo pasa, en el mejor de los casos, con los empleados de las ligas y federaciones. Otros tantos dependen del día a día, como las escuelas de formación en toda su estructura o los caddies. Otros, que no son deportistas, viven de la actividad física, como el señor de la tienda que está al lado de la cancha, el personal de servicios generales, los fisioterapeutas, los médicos deportólogos, el personal administrativo, los proveedores de insumos y los de la nutrición deportiva, así como todo el aparato de producción de medios de comunicación que transmiten deportes en prensa, radio, televisión y medios digitales. En fin, toda una cadena productiva depende de que el deporte funcione.

Otra cosa es que tras la crisis se pueda barajar de nuevo el naipe para que la dirigencia del fútbol sea menos antipática, cosa que dependerá de cómo quede el nuevo establecimiento; el balón estará en sus manos.

El deporte tiene el derecho y el deber de buscar la manera de poner en marcha su productividad, bajo los protocolos de rigor. Para las más de 200.000 familias que viven del deporte, eso es lo más importante de lo importante.

 

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