Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
El miércoles en la noche una mamá de 40 años le ganó a la tenista número dos del mundo, Anet Kontaveit. Ella ya había anunciado que este sería su último torneo, el último baile. Ya había superado la primera ronda y el impulso le duró hasta el viernes, cuando visiblemente cansada no pudo más. Terminó perdiendo ante Ajla Tomljanovic en tres sets y algo más de tres horas de juego. Su nombre es Serena Williams, la mujer que trascendió de su deporte para convertirse en un ícono de la cultura popular.
Con lágrimas en los ojos se dirigió al público y agradeció en primera medida a su papá, que la estaba viendo por televisión. Richard, cuya historia está ampliamente desarrollada en la película que protagoniza Will Smith, King Richard, es probablemente el papá más inspirador, en sus luces, de la historia reciente. Sus sombras, que como todos las tenemos, no opacan su obra. Sus hijas Venus y Serena son las dos mejores tenistas de la historia, no solo por sus logros, sino por la manera como se colaron en un deporte que hasta que ellas aparecieron, hace ya un cuarto de siglo, era reservado para blancos y ricos, al menos en Estados Unidos.
No les pienso dañar la película, pero basta con decirles que las cosas se hicieron a la manera de Richard, no con los formas de un establecimiento que pretende formar campeones en moldes y que en el camino ha dejado heridas emocionales irreparables en varias de sus mejores exponentes. Ellas primero terminaron de estudiar su colegio y después comenzaron a competir, a pesar de que desde mucho antes las marcas, los mánagers y los mejores entrenadores del país se peleaban por manejarlas.
Por el lado de Serena fueron 858 partidos ganados, 73 títulos entre ellos 23 Grand Slams y cuatro medallas olímpicas. Pero eso no es lo que la define.
Cuando le preguntaron por sus planes para el sábado, un día después de su último baile en una cancha de tenis, respondió que tenía programada una noche de karaoke. Ahora quiere ser mamá de nuevo. Hay que recordar que el último US Open que ganó fue en 2017, con ocho semanas de embarazo.
A Serena nadie le regaló nada. En su casa aprendieron que todo hay que ganárselo y para hacerlo hay que tener un plan para seguir fielmente. Inspiración en estado puro en tiempos en que mucha gente quiere todo regalado y fácil. Serena es un espejo de valores integral al cual deberíamos mirar. Ella es un agente de cambio en toda la dimensión de lo que ello significa.