El expresidente Iván Duque ha entrado en un ensordecedor silencio. Y le han hecho coro su fiscal de bolsillo, Francisco Barbosa, su condecorado director de la Policía, general Jorge Luis Vargas, sus ministros de Defensa, Diego Molano, y del Interior, Daniel Palacio, y sus funcionarios de Palacio. Silencio que le debemos al software Pegasus, adquirido ilegalmente en su gobierno, cuyo paradero desconocemos. Con Pegasus, manos oscuras están chuzando a medio mundo con criminales propósitos.
Todo lo de Pegasus es oscuro y truculento. Este software, desarrollado por la empresa israelí NSO Group, es un poderoso programa de espionaje que permite acceder a nuestros dispositivos móviles, interceptar nuestras comunicaciones, rastrear ubicaciones y extraer información confidencial sin permiso y sin que lo podamos notar. Es tan potente que Pegasus tiene la capacidad de interceptar comunicaciones en aplicaciones cifradas como WhatsApp y Signal. Este software ha sido objeto de álgidos debates en países cuyos gobiernos y agencias de seguridad lo han adquirido so pretexto de combatir el terrorismo y el crimen organizado y han terminado usándolo para espiar periodistas, activistas de derechos humanos, lideres y partidos de oposición o funcionarios judiciales.
Ahora se sabe que las controversias de la empresa israelí NSO y Pegasus van más allá de gobiernos y agencias de seguridad de los Estados. Gigantes tecnológicos como Meta Platforms, propietaria de WhatsApp, Facebook e Instagram, y Apple Inc., en protección de sus usuarios han emprendido ante la justicia norteamericana pleitos contra NSO por posibles operaciones ilegales de espionaje digital con este sofisticado instrumento.
No es ninguna casualidad que la trama de Pegasus en Colombia haya ocurrido en el gobierno de Iván Duque, heredero directo del gobierno de las chuzadas en la “seguridad democrática”. “Lo que se hereda no se hurta”, habrá pensado Duque y sus compinches. Tampoco es fortuito que Pegasus se haya adquirido en pleno estallido social del 2021 y que probablemente se haya utilizado en operaciones ilegales de espionaje contra lideres de izquierda y dirigentes sociales y populares. Es muy probable que manos oscuras hayan intervenido en maniobras criminales en las campañas electorales del 2022. Y que incluso, Pegasus haya merodeado en las actuaciones de la Fiscalía en tiempos de Barbosa.
Este episodio reviste mayor gravedad que las chuzadas del DAS. Aún no sabemos con claridad la fuente de los 11 millones de dólares que se pagó por Pegasus. El procedimiento de pago en efectivo y la constatación de dos vuelos entre Israel y el Hangar de la Policía del Aeropuerto El Dorado en Bogotá, transportando a los altos ejecutivos de NSO y el dinero en efectivo, son propios de una turbia operación. El misterio sobre en manos de quién está, el lugar desde donde esté operando y con qué propósito, es absolutamente escalofriante.
Uno de los fundamentos de las democracias modernas es el monopolio de la fuerza en manos del Estado. Y uno de los prerrequisitos de un Estado de Derecho es la superación de la mentalidad de guerra fría y el espionaje de los organismos de seguridad con propósitos de persecución del opositor político. Colombia tiene una historia sangrienta en esta materia que debe ser superada de una vez por todas. Que Duque rompa su silencio, o que las autoridades nos digan lo que él y sus cómplices ocultan, evitaría que sigan chuzando con Pegasus y nos liberarían de este fardo del pasado.
El expresidente Iván Duque ha entrado en un ensordecedor silencio. Y le han hecho coro su fiscal de bolsillo, Francisco Barbosa, su condecorado director de la Policía, general Jorge Luis Vargas, sus ministros de Defensa, Diego Molano, y del Interior, Daniel Palacio, y sus funcionarios de Palacio. Silencio que le debemos al software Pegasus, adquirido ilegalmente en su gobierno, cuyo paradero desconocemos. Con Pegasus, manos oscuras están chuzando a medio mundo con criminales propósitos.
Todo lo de Pegasus es oscuro y truculento. Este software, desarrollado por la empresa israelí NSO Group, es un poderoso programa de espionaje que permite acceder a nuestros dispositivos móviles, interceptar nuestras comunicaciones, rastrear ubicaciones y extraer información confidencial sin permiso y sin que lo podamos notar. Es tan potente que Pegasus tiene la capacidad de interceptar comunicaciones en aplicaciones cifradas como WhatsApp y Signal. Este software ha sido objeto de álgidos debates en países cuyos gobiernos y agencias de seguridad lo han adquirido so pretexto de combatir el terrorismo y el crimen organizado y han terminado usándolo para espiar periodistas, activistas de derechos humanos, lideres y partidos de oposición o funcionarios judiciales.
Ahora se sabe que las controversias de la empresa israelí NSO y Pegasus van más allá de gobiernos y agencias de seguridad de los Estados. Gigantes tecnológicos como Meta Platforms, propietaria de WhatsApp, Facebook e Instagram, y Apple Inc., en protección de sus usuarios han emprendido ante la justicia norteamericana pleitos contra NSO por posibles operaciones ilegales de espionaje digital con este sofisticado instrumento.
No es ninguna casualidad que la trama de Pegasus en Colombia haya ocurrido en el gobierno de Iván Duque, heredero directo del gobierno de las chuzadas en la “seguridad democrática”. “Lo que se hereda no se hurta”, habrá pensado Duque y sus compinches. Tampoco es fortuito que Pegasus se haya adquirido en pleno estallido social del 2021 y que probablemente se haya utilizado en operaciones ilegales de espionaje contra lideres de izquierda y dirigentes sociales y populares. Es muy probable que manos oscuras hayan intervenido en maniobras criminales en las campañas electorales del 2022. Y que incluso, Pegasus haya merodeado en las actuaciones de la Fiscalía en tiempos de Barbosa.
Este episodio reviste mayor gravedad que las chuzadas del DAS. Aún no sabemos con claridad la fuente de los 11 millones de dólares que se pagó por Pegasus. El procedimiento de pago en efectivo y la constatación de dos vuelos entre Israel y el Hangar de la Policía del Aeropuerto El Dorado en Bogotá, transportando a los altos ejecutivos de NSO y el dinero en efectivo, son propios de una turbia operación. El misterio sobre en manos de quién está, el lugar desde donde esté operando y con qué propósito, es absolutamente escalofriante.
Uno de los fundamentos de las democracias modernas es el monopolio de la fuerza en manos del Estado. Y uno de los prerrequisitos de un Estado de Derecho es la superación de la mentalidad de guerra fría y el espionaje de los organismos de seguridad con propósitos de persecución del opositor político. Colombia tiene una historia sangrienta en esta materia que debe ser superada de una vez por todas. Que Duque rompa su silencio, o que las autoridades nos digan lo que él y sus cómplices ocultan, evitaría que sigan chuzando con Pegasus y nos liberarían de este fardo del pasado.