Como ha sido costumbre desde hace varios años, durante esta semana se debería iniciar la famosa temporada taurina. Es un tipo de tortura hacia los animales para saciar la necesidad de sangre de una serie de personas, seguramente enfermas, que llaman a esta tortura “arte”. Dicha temporada no se puede llevar a cabo dada la emergencia sanitaria del Covid-19. Otras ciudades donde se realizan temporadas taurinas (Cali y Manizales -enero-) tampoco han podido hacerlas. En el caso de Cali no se llevaron a cabo, pero, en el caso de Manizales, se realizaron dos corridas en la plaza con transmisión vía plataforma digital. En Medellín definitivamente no se pueden llevar a cabo desde el año pasado, ya que el socio privado mayoritario de la plaza se comprometió a no realizar este tipo de eventos en la ciudad. En Bogotá tampoco se realizarán.
Los mandatarios de estas ciudades (Bogotá, Medellín, Cali), salvo Manizales, se manifestaron en campaña en contra de las corridas de toros. En Bogotá, el cabildo distrital, aun cuando no tiene facultades para prohibir las corridas de toros (le corresponde al Congreso de la República), votó a favor de un acuerdo para desincentivarlas. Lo cierto es que no solo la pandemia ha acabado con este tipo de tortura; también, el rechazo de la población y la forma como la ciudadanía ha entendido la relación con los animales en los años recientes.
La relación con los animales no debe estar mediada por el dolor ni la tortura. Lo contrario se asume como un retroceso moral, porque representa todo lo que una sociedad moderna no debería hacer: reunirse a ver cómo se tortura a un ser sintiente no es una expresión artística ni cultural, ni legitima; tampoco debería ser legal.
En el corto plazo ocurrirá que, definitivamente, se acabe el público, y sabemos que está descendiendo; no habrá necesidad de ilegalizarlas, se acabará por sustracción de materia. Las nuevas generaciones entienden que no es ético comportarse de esa manera con los animales, y que hay muchas formas como nos podemos divertir. El problema es: ¿cuántos animales tienen que morir hasta que lleguemos a ese punto? Por eso hay que agilizar esos procesos.
Hay dos formas para acelerar ese proceso. Lo primero es en el Congreso de la República. Actualmente, cursan en el Congreso iniciativas para prohibirlas; en teoría, esa es la instancia fundamental para prohibir las corridas, pero a través de los años se ha mostrado reticente. Por ejemplo, ni el Gobierno ni el Congreso han aceptado el IVA para los espectáculos taurinos. Están exentos. La otra forma es la protesta ciudadana y la sanción social. Así como en una democracia ningún civil debería estar armado, también, se puede decir que ningún tipo de tortura debería ser aceptada y la sociedad debería sancionarlo.
El objetivo es la abolición de todas las formas de crueldad con los animales, es un presupuesto esencial de cualquier sociedad moderna. La actual pandemia ha servido para resignificar nuestra relación con los animales y el planeta y entender que Colombia debe terminar, de una vez por todas, no solo con las corridas, sino con las corralejas y las peleas de gallos, bajo el precepto de consideración y respeto hacia ellos para trascender a una mejor sociedad.
Como ha sido costumbre desde hace varios años, durante esta semana se debería iniciar la famosa temporada taurina. Es un tipo de tortura hacia los animales para saciar la necesidad de sangre de una serie de personas, seguramente enfermas, que llaman a esta tortura “arte”. Dicha temporada no se puede llevar a cabo dada la emergencia sanitaria del Covid-19. Otras ciudades donde se realizan temporadas taurinas (Cali y Manizales -enero-) tampoco han podido hacerlas. En el caso de Cali no se llevaron a cabo, pero, en el caso de Manizales, se realizaron dos corridas en la plaza con transmisión vía plataforma digital. En Medellín definitivamente no se pueden llevar a cabo desde el año pasado, ya que el socio privado mayoritario de la plaza se comprometió a no realizar este tipo de eventos en la ciudad. En Bogotá tampoco se realizarán.
Los mandatarios de estas ciudades (Bogotá, Medellín, Cali), salvo Manizales, se manifestaron en campaña en contra de las corridas de toros. En Bogotá, el cabildo distrital, aun cuando no tiene facultades para prohibir las corridas de toros (le corresponde al Congreso de la República), votó a favor de un acuerdo para desincentivarlas. Lo cierto es que no solo la pandemia ha acabado con este tipo de tortura; también, el rechazo de la población y la forma como la ciudadanía ha entendido la relación con los animales en los años recientes.
La relación con los animales no debe estar mediada por el dolor ni la tortura. Lo contrario se asume como un retroceso moral, porque representa todo lo que una sociedad moderna no debería hacer: reunirse a ver cómo se tortura a un ser sintiente no es una expresión artística ni cultural, ni legitima; tampoco debería ser legal.
En el corto plazo ocurrirá que, definitivamente, se acabe el público, y sabemos que está descendiendo; no habrá necesidad de ilegalizarlas, se acabará por sustracción de materia. Las nuevas generaciones entienden que no es ético comportarse de esa manera con los animales, y que hay muchas formas como nos podemos divertir. El problema es: ¿cuántos animales tienen que morir hasta que lleguemos a ese punto? Por eso hay que agilizar esos procesos.
Hay dos formas para acelerar ese proceso. Lo primero es en el Congreso de la República. Actualmente, cursan en el Congreso iniciativas para prohibirlas; en teoría, esa es la instancia fundamental para prohibir las corridas, pero a través de los años se ha mostrado reticente. Por ejemplo, ni el Gobierno ni el Congreso han aceptado el IVA para los espectáculos taurinos. Están exentos. La otra forma es la protesta ciudadana y la sanción social. Así como en una democracia ningún civil debería estar armado, también, se puede decir que ningún tipo de tortura debería ser aceptada y la sociedad debería sancionarlo.
El objetivo es la abolición de todas las formas de crueldad con los animales, es un presupuesto esencial de cualquier sociedad moderna. La actual pandemia ha servido para resignificar nuestra relación con los animales y el planeta y entender que Colombia debe terminar, de una vez por todas, no solo con las corridas, sino con las corralejas y las peleas de gallos, bajo el precepto de consideración y respeto hacia ellos para trascender a una mejor sociedad.