La llamada de Joe Biden a Iván Duque finalmente llegó. Sin embargo, no se logra un logro colosal del gobierno colombiano, solo una corta llamada.
Como un novio ansioso esperando que su pretendiente le timbre, Iván Duque lleva cinco largos meses aguardando la llamada de Joe Biden. En un país acostumbrado a ser entre los primeros contactados por cada ocupante nuevo de la Casa Blanca, dada la estrechez y supuesta intimidad de la relación bilateral, se trata de un período relativamente extenso que ha invitado a diversas especulaciones sobre el silencio estadounidense. Es indiscutible que la participación de miembros del Centro Democrático en las elecciones de noviembre pasado a favor de los republicanos y de Trump, y el negacionismo oficial del Gobierno frente a la crítica situación de derechos humanos en Colombia, han caído mal entre el liderazgo demócrata. Frente a esto, el control de daños hecho por Marta Lucía Ramírez en su reciente visita a Washington y la renuncia de Pacho Santos parecen haber dado algún resultado, mientras que el atentado contra Duque puede haber acelerado el timing de la añorada comunicación.
En justicia, después de cualquier elección en Estados Unidos, el orden de las llamadas presidenciales es algo que inquieta a más de uno, ya que refleja las prioridades y simpatías del líder entrante. Por ejemplo, a escasas semanas de la posesión de Biden el embajador de Israel en Washington reclamó en Twitter que este había contactado a otros 10 países y que ya era hora de llamar a Jerusalén pese a las tensiones con Netanyahu. En el caso colombiano, una revisión cronológica del récord de conversaciones confirma que antes de telefonear a Duque, Biden (y en varias ocasiones su vicepresidenta, Kamala Harris) había hablado al menos una vez con otros 29 mandatarios de Canadá, México, Reino Unido, Francia, Alemania, Rusia, Japón, Corea del Sur, Australia, India, China, Irak, Arabia Saudita, Israel, Kenia, Dinamarca, República Democrática del Congo, Guatemala, Noruega, Grecia, Ucrania, Jordania, Afganistán, Turquía, Emiratos Árabes Unidos, Túnez, Palestina, Jordania y Egipto, además de los jefes de la OTAN y la Comisión Europea. Tanto este registro como las reuniones presenciales que Biden ha sostenido hasta ahora reflejan, entre otros, su deseo de reparar y revigorizar relaciones con los aliados europeos, ratificar la centralidad del asocio norteamericano y reafirmarse ante Rusia y China.
En el caso de Colombia, la transcripción de la charla con Duque publicada por la Casa Blanca destaca varios puntos, en orden: apoyo de Estados Unidos tras el ataque al helicóptero presidencial; respaldo en el combate al COVID-19 con 2,5 millones de vacunas (de un total de 55 millones que Biden ha comprometido a América Latina, Asia y África), reconocimiento del derecho de manifestarse pacíficamente e insistencia en que las fuerzas del orden deben cumplir estrictas normas de responsabilidad (lo cual fue convenientemente omitido del comunicado de la Casa de Nariño), condena de los actos de violencia y vandalismo, interés en la cooperación en seguridad con un enfoque integral en lucha contra las drogas y énfasis en la importancia de un consenso internacional a favor de negociaciones comprehensivas en Venezuela (igualmente ignoradas en el recuento colombiano) que conduzcan a elecciones libres.
No nos llamemos a engaños. Al contrario de las declaraciones del Gobierno, no se trata de un logro colosal ni significa que sus múltiples puntos de fricción con Washington hayan quedado en el pasado, sino tan solo de una corta llamada.
La llamada de Joe Biden a Iván Duque finalmente llegó. Sin embargo, no se logra un logro colosal del gobierno colombiano, solo una corta llamada.
Como un novio ansioso esperando que su pretendiente le timbre, Iván Duque lleva cinco largos meses aguardando la llamada de Joe Biden. En un país acostumbrado a ser entre los primeros contactados por cada ocupante nuevo de la Casa Blanca, dada la estrechez y supuesta intimidad de la relación bilateral, se trata de un período relativamente extenso que ha invitado a diversas especulaciones sobre el silencio estadounidense. Es indiscutible que la participación de miembros del Centro Democrático en las elecciones de noviembre pasado a favor de los republicanos y de Trump, y el negacionismo oficial del Gobierno frente a la crítica situación de derechos humanos en Colombia, han caído mal entre el liderazgo demócrata. Frente a esto, el control de daños hecho por Marta Lucía Ramírez en su reciente visita a Washington y la renuncia de Pacho Santos parecen haber dado algún resultado, mientras que el atentado contra Duque puede haber acelerado el timing de la añorada comunicación.
En justicia, después de cualquier elección en Estados Unidos, el orden de las llamadas presidenciales es algo que inquieta a más de uno, ya que refleja las prioridades y simpatías del líder entrante. Por ejemplo, a escasas semanas de la posesión de Biden el embajador de Israel en Washington reclamó en Twitter que este había contactado a otros 10 países y que ya era hora de llamar a Jerusalén pese a las tensiones con Netanyahu. En el caso colombiano, una revisión cronológica del récord de conversaciones confirma que antes de telefonear a Duque, Biden (y en varias ocasiones su vicepresidenta, Kamala Harris) había hablado al menos una vez con otros 29 mandatarios de Canadá, México, Reino Unido, Francia, Alemania, Rusia, Japón, Corea del Sur, Australia, India, China, Irak, Arabia Saudita, Israel, Kenia, Dinamarca, República Democrática del Congo, Guatemala, Noruega, Grecia, Ucrania, Jordania, Afganistán, Turquía, Emiratos Árabes Unidos, Túnez, Palestina, Jordania y Egipto, además de los jefes de la OTAN y la Comisión Europea. Tanto este registro como las reuniones presenciales que Biden ha sostenido hasta ahora reflejan, entre otros, su deseo de reparar y revigorizar relaciones con los aliados europeos, ratificar la centralidad del asocio norteamericano y reafirmarse ante Rusia y China.
En el caso de Colombia, la transcripción de la charla con Duque publicada por la Casa Blanca destaca varios puntos, en orden: apoyo de Estados Unidos tras el ataque al helicóptero presidencial; respaldo en el combate al COVID-19 con 2,5 millones de vacunas (de un total de 55 millones que Biden ha comprometido a América Latina, Asia y África), reconocimiento del derecho de manifestarse pacíficamente e insistencia en que las fuerzas del orden deben cumplir estrictas normas de responsabilidad (lo cual fue convenientemente omitido del comunicado de la Casa de Nariño), condena de los actos de violencia y vandalismo, interés en la cooperación en seguridad con un enfoque integral en lucha contra las drogas y énfasis en la importancia de un consenso internacional a favor de negociaciones comprehensivas en Venezuela (igualmente ignoradas en el recuento colombiano) que conduzcan a elecciones libres.
No nos llamemos a engaños. Al contrario de las declaraciones del Gobierno, no se trata de un logro colosal ni significa que sus múltiples puntos de fricción con Washington hayan quedado en el pasado, sino tan solo de una corta llamada.