Las marchas y protestas de finales de 2019, como tantas otras actividades en Colombia, entraron al receso inducido por las novenas y demás fiestas de Navidad y Año Nuevo. Ahora que el país, poco a poco, se despereza y vuelve a trabajar, mucha gente se pregunta si el paro y las movilizaciones también se reactivarán en las próximas semanas.
A juzgar por la experiencia de otros países, los movimientos de protesta pueden tener finales diversos. Según Yasmeen Serhan, en The Atlantic, terminan, a veces, porque los gobiernos atienden las demandas que los motivaron y, en ciertas ocasiones, se extinguen simplemente por la fatiga de los manifestantes. Anota, sin embargo, que en algunos casos pueden mantenerse en las calles durante semanas, meses e incluso años (como ha sido el caso de los llamados chalecos amarillos franceses).
Desde el punto de vista de los gobiernos, es claro que la peor forma de lidiar con las protestas es por medio de la fuerza. En la era de las cámaras de los celulares, los mandatarios represivos ya no pueden pretender, como en las bananeras, Tlatelolco o Tiananmén, que las masacres nunca existieron. Cuando las imágenes de la violencia oficial se reproducen viralmente, las demandas callejeras ganan adeptos, logran nuevas simpatías y, en lugar de disminuir, se multiplican. Y cuando esto sucede, además, crece la ambición de las exigencias. En Hong Kong, por ejemplo, donde han sido golpeados y arrestados miles de manifestantes, las protestas ya no se limitan a exigir la eliminación de la extradición a China, sino que tienen el objetivo de preservar la democracia y la libertad de sus habitantes.
En Colombia, la estrategia del Gobierno Nacional parece ser la de mantener un diálogo amplio y abierto con representantes de diversos grupos sociales, la Conversación Nacional, con la confianza, tal vez, de que a medida que pase el tiempo la fatiga y el desgaste disminuyan la intensidad del movimiento. Por su parte, daría la impresión de que algunos de los líderes de las protestas están colaborando con este objetivo. En lugar de concentrar sus exigencias en algunos puntos sentidos por los indignados de todos los sectores, atomizaron y fragmentaron sus peticiones en más de cien asuntos, muchos de ellos inviables y unos cuantos disparatados. Con seguridad, la gran mayoría de los jóvenes no marchó ni golpeó sus cacerolas en forma apasionada defendiendo cosas como las que, más adelante, se incluyeron en el atiborrado listado que elaboraron los jefes sindicales en vísperas de las novenas.
En cuanto al orden público, la novedad consiste en que el manejo de la Policía ahora va a estar en manos de los nuevos alcaldes, algunos de ellos simpatizantes de las protestas. “Somos parte de las mayorías que se han tomado las calles”, dijo Claudia López en su posesión. En esta materia, se sabe que los mandatarios entrantes se opondrán con razón al uso de la fuerza en contra de los pacíficos manifestantes. Y como juraron cumplir la Constitución y la ley, es claro que también tendrán que ordenar que se enfrente con decisión a los grupúsculos de vándalos cuando, como algunas veces en el pasado, traten de saquear almacenes, atacar y lanzar explosivos y botellas incendiarias contra la fuerza pública y los edificios estatales.
Se vienen, con seguridad, unas semanas interesantes, aunque, por ahora, imprevisibles.
Las marchas y protestas de finales de 2019, como tantas otras actividades en Colombia, entraron al receso inducido por las novenas y demás fiestas de Navidad y Año Nuevo. Ahora que el país, poco a poco, se despereza y vuelve a trabajar, mucha gente se pregunta si el paro y las movilizaciones también se reactivarán en las próximas semanas.
A juzgar por la experiencia de otros países, los movimientos de protesta pueden tener finales diversos. Según Yasmeen Serhan, en The Atlantic, terminan, a veces, porque los gobiernos atienden las demandas que los motivaron y, en ciertas ocasiones, se extinguen simplemente por la fatiga de los manifestantes. Anota, sin embargo, que en algunos casos pueden mantenerse en las calles durante semanas, meses e incluso años (como ha sido el caso de los llamados chalecos amarillos franceses).
Desde el punto de vista de los gobiernos, es claro que la peor forma de lidiar con las protestas es por medio de la fuerza. En la era de las cámaras de los celulares, los mandatarios represivos ya no pueden pretender, como en las bananeras, Tlatelolco o Tiananmén, que las masacres nunca existieron. Cuando las imágenes de la violencia oficial se reproducen viralmente, las demandas callejeras ganan adeptos, logran nuevas simpatías y, en lugar de disminuir, se multiplican. Y cuando esto sucede, además, crece la ambición de las exigencias. En Hong Kong, por ejemplo, donde han sido golpeados y arrestados miles de manifestantes, las protestas ya no se limitan a exigir la eliminación de la extradición a China, sino que tienen el objetivo de preservar la democracia y la libertad de sus habitantes.
En Colombia, la estrategia del Gobierno Nacional parece ser la de mantener un diálogo amplio y abierto con representantes de diversos grupos sociales, la Conversación Nacional, con la confianza, tal vez, de que a medida que pase el tiempo la fatiga y el desgaste disminuyan la intensidad del movimiento. Por su parte, daría la impresión de que algunos de los líderes de las protestas están colaborando con este objetivo. En lugar de concentrar sus exigencias en algunos puntos sentidos por los indignados de todos los sectores, atomizaron y fragmentaron sus peticiones en más de cien asuntos, muchos de ellos inviables y unos cuantos disparatados. Con seguridad, la gran mayoría de los jóvenes no marchó ni golpeó sus cacerolas en forma apasionada defendiendo cosas como las que, más adelante, se incluyeron en el atiborrado listado que elaboraron los jefes sindicales en vísperas de las novenas.
En cuanto al orden público, la novedad consiste en que el manejo de la Policía ahora va a estar en manos de los nuevos alcaldes, algunos de ellos simpatizantes de las protestas. “Somos parte de las mayorías que se han tomado las calles”, dijo Claudia López en su posesión. En esta materia, se sabe que los mandatarios entrantes se opondrán con razón al uso de la fuerza en contra de los pacíficos manifestantes. Y como juraron cumplir la Constitución y la ley, es claro que también tendrán que ordenar que se enfrente con decisión a los grupúsculos de vándalos cuando, como algunas veces en el pasado, traten de saquear almacenes, atacar y lanzar explosivos y botellas incendiarias contra la fuerza pública y los edificios estatales.
Se vienen, con seguridad, unas semanas interesantes, aunque, por ahora, imprevisibles.