Varias son las advertencias sobre la economía colombiana en el mediano plazo. Entre ellas, sabemos que está hundida en una trampa de bajo crecimiento, que la inversión se ha desplomado, que la productividad no crece, que es inevitable la declinación de la producción y las exportaciones de petróleo y, además, que habrá un déficit en el abastecimiento de gas durante varios años, y que el de energía eléctrica estará en riesgo desde 2026. A esto se ha sumado la reforma a la descentralización que condena al país a la insostenibilidad fiscal y que, seguramente, desencadenará la rebaja de la calificación de la deuda soberana y el incremento del costo de los créditos a partir del año entrante.
Por esta razón, es indispensable analizar las proyecciones de mediano y largo plazo para incorporar, uno a uno, estos problemas y diseñar estrategias que permitan superarlos, con suerte, a partir del próximo gobierno.
Para comenzar, vale la pena examinar una de las pocas estimaciones disponibles de la trayectoria de la economía colombiana hasta el año 2029. Este ejercicio fue publicado por el Fondo Monetario Internacional en el primer semestre donde, entre otras cosas, se estima que la economía crecerá al 3 % en el largo plazo, el déficit en la cuenta corriente será moderado y se evitará un desmadre fiscal (todavía no se conocía lo ocurrido en el Congreso en las últimas semanas).
Hay algo especial en estas cifras. El FMI prevé un abrupto cierre de la economía colombiana al comercio internacional. Estima que tanto las exportaciones como las importaciones caerán en forma aguda en los próximos años. Las primeras pasarán del 21,15 % del PIB en 2022 al 15,5 % en 2029, y las segundas se desplomarán del 25,9 % del PIB en 2022 a solo un 18,9 % en 2029.
En consecuencia, la medida tradicional de la apertura de la economía —la suma de las importaciones y exportaciones con relación al PIB— caerá del 47 % del PIB en 2022 —un porcentaje que ya es bastante bajo en términos internacionales— a apenas un 34,4 % en 2029. De esta forma, Colombia estaría más cerrada que antes de la apertura económica de los años noventa y sería uno de los países de América Latina más alejados del comercio internacional; más que nunca, sería el Nepal de las Américas.
Las proyecciones del FMI indican, además, que las exportaciones de materias primas se reducirán en casi un 50 % en lo que resta de la década. Y muestran también que las demás exportaciones, las llamadas no tradicionales, nunca despegarán y, por lo tanto, no podrán llenar el hueco de la caída de las ventas de minería y petróleo al exterior.
Es evidente, sin embargo, que estas proyecciones del FMI tienen serias inconsistencias internas. Es imposible que una economía que sufre una reducción tan aguda de sus importaciones de materias primas y de bienes de capital, elementos necesarios para la producción del país, sea capaz de mantener un crecimiento del orden del 3 % anual. Lo más lógico es que, sin maquinaria, equipos y bienes intermedios provenientes del exterior, se produzca el estancamiento o una contracción del PIB.
No hay duda de que una de las prioridades centrales de los próximos gobiernos debe ser la recuperación del crecimiento económico y el apoyo a nuevos renglones de las exportaciones. Solo así se podrá evitar el previsible colapso del ingreso y el empleo de los colombianos.
Varias son las advertencias sobre la economía colombiana en el mediano plazo. Entre ellas, sabemos que está hundida en una trampa de bajo crecimiento, que la inversión se ha desplomado, que la productividad no crece, que es inevitable la declinación de la producción y las exportaciones de petróleo y, además, que habrá un déficit en el abastecimiento de gas durante varios años, y que el de energía eléctrica estará en riesgo desde 2026. A esto se ha sumado la reforma a la descentralización que condena al país a la insostenibilidad fiscal y que, seguramente, desencadenará la rebaja de la calificación de la deuda soberana y el incremento del costo de los créditos a partir del año entrante.
Por esta razón, es indispensable analizar las proyecciones de mediano y largo plazo para incorporar, uno a uno, estos problemas y diseñar estrategias que permitan superarlos, con suerte, a partir del próximo gobierno.
Para comenzar, vale la pena examinar una de las pocas estimaciones disponibles de la trayectoria de la economía colombiana hasta el año 2029. Este ejercicio fue publicado por el Fondo Monetario Internacional en el primer semestre donde, entre otras cosas, se estima que la economía crecerá al 3 % en el largo plazo, el déficit en la cuenta corriente será moderado y se evitará un desmadre fiscal (todavía no se conocía lo ocurrido en el Congreso en las últimas semanas).
Hay algo especial en estas cifras. El FMI prevé un abrupto cierre de la economía colombiana al comercio internacional. Estima que tanto las exportaciones como las importaciones caerán en forma aguda en los próximos años. Las primeras pasarán del 21,15 % del PIB en 2022 al 15,5 % en 2029, y las segundas se desplomarán del 25,9 % del PIB en 2022 a solo un 18,9 % en 2029.
En consecuencia, la medida tradicional de la apertura de la economía —la suma de las importaciones y exportaciones con relación al PIB— caerá del 47 % del PIB en 2022 —un porcentaje que ya es bastante bajo en términos internacionales— a apenas un 34,4 % en 2029. De esta forma, Colombia estaría más cerrada que antes de la apertura económica de los años noventa y sería uno de los países de América Latina más alejados del comercio internacional; más que nunca, sería el Nepal de las Américas.
Las proyecciones del FMI indican, además, que las exportaciones de materias primas se reducirán en casi un 50 % en lo que resta de la década. Y muestran también que las demás exportaciones, las llamadas no tradicionales, nunca despegarán y, por lo tanto, no podrán llenar el hueco de la caída de las ventas de minería y petróleo al exterior.
Es evidente, sin embargo, que estas proyecciones del FMI tienen serias inconsistencias internas. Es imposible que una economía que sufre una reducción tan aguda de sus importaciones de materias primas y de bienes de capital, elementos necesarios para la producción del país, sea capaz de mantener un crecimiento del orden del 3 % anual. Lo más lógico es que, sin maquinaria, equipos y bienes intermedios provenientes del exterior, se produzca el estancamiento o una contracción del PIB.
No hay duda de que una de las prioridades centrales de los próximos gobiernos debe ser la recuperación del crecimiento económico y el apoyo a nuevos renglones de las exportaciones. Solo así se podrá evitar el previsible colapso del ingreso y el empleo de los colombianos.