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Para entender a cabalidad el riesgo que corre la economía colombiana en la actualidad, es útil recordar algunas circunstancias semejantes a las de hoy que rodearon las crisis macroeconómicas de 1982-1983 y 1997-1998.
Durante esos años, al igual que ahora, se presentaron convulsiones en los mercados mundiales. A comienzos de los 80, a raíz de la inflación de Estados Unidos, la FED elevó la tasa de interés y así contribuyó a la crisis de deuda latinoamericana, cuyo detonante fue la moratoria mexicana. A finales de los 90, estallaron la moratoria rusa y la crisis asiática, que hicieron que los capitales se alejaran de los países emergentes. En ambas ocasiones se dio lo que se llamó sudden stop, es decir, un frenazo repentino y masivo a la financiación externa de los grandes déficits de las economías emergentes.
En ambas crisis, al igual que hoy, la macroeconomía colombiana estaba profundamente desequilibrada. El déficit fiscal en 1982 ascendía a cerca del 7 % del PIB y en 1998, al 5 %. Por su parte, el déficit de la cuenta corriente de la balanza de pagos superaba el 8 % del PIB en 1982 y el 6 % en 1998.
En los dos casos, errores domésticos contribuyeron a precipitar las crisis. La laxa política monetaria de 1982 y 1998 facilitó el ataque y la caída de las reservas internacionales. Y se mantuvieron déficits fiscales excesivos (con el dudoso propósito de estimular la demanda y el crecimiento).
El régimen cambiario también facilitó el desarrollo de las crisis. En 1982, el país estaba atado al crawling peg que dificultaba la necesaria depreciación real de la moneda. Lo mismo sucedía en 1998 con el apego a unas bandas cambiarias cuyo diseño nada tenía que ver con el equilibrio en los mercados de divisas.
Los grandes déficits fiscal y de balanza de pagos de hoy son semejantes a los de las dos crisis pasadas. Y la crisis internacional de la actualidad tiene algunas similitudes con la de 1982 en lo que respecta a la política antiinflacionaria de Estados Unidos.
Aunque hoy se cuenta, por fortuna, con la flexibilidad cambiaria y con un Banco de la República sintonizado con las necesidades macroeconómicas, el país está expuesto, otra vez, a un recorte de la financiación externa, un sudden stop, que podría estar originado en la pérdida de confianza de los mercados en el manejo de la economía del país —a pesar de los reiterados mensajes del ministro de Hacienda—, tal como lo han advertido con preocupante claridad varios analistas y bancos del exterior.
Ante el aumento del riesgo país y los peligros que acechan a la economía, los agentes económicos esperan que el Gobierno emita señales categóricas: (i) en el frente fiscal, sobre el monto del gasto en los próximos años, el ajuste del salario mínimo y el alza de la gasolina del año entrante, elementos que determinarán el tamaño del déficit público; (ii) en el marco de la política energética, que se eliminen los obstáculos que se anuncian sobre la producción y exportación del petróleo y varios productos mineros; (iii) en materia de concesiones, pensiones, salud, servicios públicos, que se dé claridad sobre el papel que tendrán la inversión y la iniciativa privada.
De estos elementos, que configuran la orientación de la política económica, depende la financiación de los grandes desequilibrios macroeconómicos de los próximos años, a través de la inversión y el crédito externo.
