A raíz del nombramiento del nuevo director del DNP, algunos comentaristas señalaron que tecnocracia es lo mismo que neoliberalismo. El mismo presidente Petro acusó de “neoliberales” a los expertos que expulsó de su Gobierno. Nada más equivocado.
Los especialistas que manejan asuntos tan variados como el crédito público, los impuestos, la banca central o la regulación energética son indispensables en los gobiernos de centro, izquierda o derecha.
Las tecnocracias fueron indispensables en los países socialistas. La planeación central exige el concurso de amplios cuadros de economistas, ingenieros y estadísticos, con capacidad de fijarle metas y objetivos a toda la economía. Se sabe, por ejemplo, que, en la Unión Soviética de Brézhnev, el 86 % de los miembros del Politburó eran ingenieros, y que el impresionante despegue de la economía china, bajo la dirección de Deng Xiaoping, fue, en buena parte, el resultado del trabajo de una sofisticada tecnocracia que supo impulsar y dirigir las profundas reformas del país. Así mismo, las exitosas experiencias de Corea, Singapur, Japón y Vietnam se beneficiaron de tecnocracias que guiaron la intervención estatal en la economía.
El presidente Boric se ha rodeado de un grupo competente de expertos que, sin apartarse de sus disciplinas profesionales, comparte su visión de la sociedad chilena.
Tienen razón, eso sí, quienes sostienen que los tecnócratas, que analizan presupuestos, tasas de retorno, costos y beneficios, imponen límites a las iniciativas voluntaristas, a veces disparatadas, de políticos irresponsables (de izquierda o de derecha). Cuando los gobernantes ignoran las recomendaciones técnicas, ocurren los desastres. Entre ellos, el Gran Salto Adelante de Mao, que les costó la vida a millones de personas, y las irracionales metas de las zafras de azúcar que impuso Fidel Castro y que causaron un irreparable desorden en la economía de Cuba.
Cuando un caudillo con pretensiones mesiánicas, como Hugo Chávez, controla el aparato del Estado y sustituye técnicos serios –con la capacidad de oponerse a las barbaridades del líder– por dóciles yes-men, los países sufren graves quebrantos. El reemplazo de la sofisticada tecnocracia de Pdvsa por ignorantes militares bolivarianos llevó a la quiebra a esa empresa. Venezuela pasó de producir más de tres millones de barriles de crudo por día a menos de quinientos mil.
Los políticos elegidos por voto popular deben aceptar, por el bien colectivo y el suyo propio, que existen áreas del funcionamiento del Estado que no conocen y que no deben entregárselas a sus áulicos. El DANE, el Invima, la CREG, la UPME, el control aéreo, Ecopetrol, ISA, el ministerio de Hacienda, el CARF, entre tantas instituciones, deben estar en manos de especialistas, nunca de dóciles fichas políticas o de desbocados activistas. Por fortuna, nuestro banco central, que reúne a la tecnocracia más sofisticada del Estado colombiano, tiene una protección constitucional contra la politiquería y el populismo.
Cuando los populistas destruyen las tecnocracias, surge el caos: desconocen las restricciones fiscales, emprenden proyectos absurdos y provocan la inflación y la pobreza. Esto es lo que ha pasado en los últimos años en Venezuela y Argentina.
Lo opuesto a la tecnocracia es la arrogante ignorancia populista al servicio del poder.
A raíz del nombramiento del nuevo director del DNP, algunos comentaristas señalaron que tecnocracia es lo mismo que neoliberalismo. El mismo presidente Petro acusó de “neoliberales” a los expertos que expulsó de su Gobierno. Nada más equivocado.
Los especialistas que manejan asuntos tan variados como el crédito público, los impuestos, la banca central o la regulación energética son indispensables en los gobiernos de centro, izquierda o derecha.
Las tecnocracias fueron indispensables en los países socialistas. La planeación central exige el concurso de amplios cuadros de economistas, ingenieros y estadísticos, con capacidad de fijarle metas y objetivos a toda la economía. Se sabe, por ejemplo, que, en la Unión Soviética de Brézhnev, el 86 % de los miembros del Politburó eran ingenieros, y que el impresionante despegue de la economía china, bajo la dirección de Deng Xiaoping, fue, en buena parte, el resultado del trabajo de una sofisticada tecnocracia que supo impulsar y dirigir las profundas reformas del país. Así mismo, las exitosas experiencias de Corea, Singapur, Japón y Vietnam se beneficiaron de tecnocracias que guiaron la intervención estatal en la economía.
El presidente Boric se ha rodeado de un grupo competente de expertos que, sin apartarse de sus disciplinas profesionales, comparte su visión de la sociedad chilena.
Tienen razón, eso sí, quienes sostienen que los tecnócratas, que analizan presupuestos, tasas de retorno, costos y beneficios, imponen límites a las iniciativas voluntaristas, a veces disparatadas, de políticos irresponsables (de izquierda o de derecha). Cuando los gobernantes ignoran las recomendaciones técnicas, ocurren los desastres. Entre ellos, el Gran Salto Adelante de Mao, que les costó la vida a millones de personas, y las irracionales metas de las zafras de azúcar que impuso Fidel Castro y que causaron un irreparable desorden en la economía de Cuba.
Cuando un caudillo con pretensiones mesiánicas, como Hugo Chávez, controla el aparato del Estado y sustituye técnicos serios –con la capacidad de oponerse a las barbaridades del líder– por dóciles yes-men, los países sufren graves quebrantos. El reemplazo de la sofisticada tecnocracia de Pdvsa por ignorantes militares bolivarianos llevó a la quiebra a esa empresa. Venezuela pasó de producir más de tres millones de barriles de crudo por día a menos de quinientos mil.
Los políticos elegidos por voto popular deben aceptar, por el bien colectivo y el suyo propio, que existen áreas del funcionamiento del Estado que no conocen y que no deben entregárselas a sus áulicos. El DANE, el Invima, la CREG, la UPME, el control aéreo, Ecopetrol, ISA, el ministerio de Hacienda, el CARF, entre tantas instituciones, deben estar en manos de especialistas, nunca de dóciles fichas políticas o de desbocados activistas. Por fortuna, nuestro banco central, que reúne a la tecnocracia más sofisticada del Estado colombiano, tiene una protección constitucional contra la politiquería y el populismo.
Cuando los populistas destruyen las tecnocracias, surge el caos: desconocen las restricciones fiscales, emprenden proyectos absurdos y provocan la inflación y la pobreza. Esto es lo que ha pasado en los últimos años en Venezuela y Argentina.
Lo opuesto a la tecnocracia es la arrogante ignorancia populista al servicio del poder.