Las autobiografías de personajes de la vida pública suelen tener una particularidad: se convierten en miradas en primera persona de los principales acontecimientos de la historia nacional. En el caso de las memorias publicadas recientemente por Enrique Santos, es la mirada de un hombre de la élite que militó en la izquierda más comprometida de los años setenta. Esta situación le permitió moverse entre círculos clandestinos sin dar el paso que muchos otros dieron en esa época y sin renunciar a su condición social, de ahí el famoso apodo con que se referían a él: “guerrillero del Chicó”.
En sus memorias, El país que me tocó, Enrique Santos cuenta los detalles y la cotidianidad de la Revista Alternativa, publicación que pretendió unir a la izquierda y de la que hicieron parte García Márquez, Fals Borda, Antonio Caballero, Daniel Samper Pizano, entre otros. Revela detalles que muestran las tensiones que se vivieron en esta revista que se publicó entre 1974 y 1980. Llama la atención una extensa carta que García Márquez le escribe desde Europa a Enrique Santos en la que hace un detallado análisis de aspectos que debían modificarse en la revista y luego plantea problemas que el Nobel consideraba de fondo: “Es evidente una simpatía, muy reprimida, por la vía armada. Es evidente un repudio, muy reprimido, por la vía electoral. Pero la revista trata de disimular ambas cosas, y al final se mantiene en un terreno neutral que no convence a nadie”.
Ver la historia del país desde la vida privada permite comprender los entramados en que se toman decisiones que afectan la vida de millones de personas. De ahí la constante pregunta que se hace Enrique Santos a lo largo de sus memorias: ¿qué hubiera pasado sí…? Con la particularidad de que fue él quien estuvo en medio de diferentes situaciones que hubieran podido cambiar la historia, la propia y la nacional, que en su caso terminaban siendo la misma.
Un caso similar al suscitado recientemente por El país que me tocó, es el que produjo en 2001 Palabras pendientes, las que serían las memorias de Alfonso López Michelsen. Se trata de una extensa conversación con Enrique Santos, en la que recorrieron casi setenta años de la historia del país, desde la primera presidencia de su padre, Alfonso López Pumarejo en 1936 hasta la debacle que se anunciaba del proceso de paz con las FARC conocido como “El Caguán”.
López Michelsen lo dijo todo y reveló, una vez más, cómo algunos de los conflictos más fuertes del país, con aparentes raíces ideológicas, no son fruto de sólidos debates públicos, sino producto de asuntos personales y de carácter privado. Tal es el caso de la rivalidad entre Eduardo Santos, dueño de El Tiempo y presidente entre 1938 - 1942 y Laureano Gómez, presidente entre 1950 - 1953. Ambos, solían visitar el “parrandero” Rondinela en San Cristobal, y en una de sus visitas al establecimiento, confundieron los abrigos de los dos ex presidentes: “Al otro día, ligeramente trasnochado, Santos encontró entre uno de sus bolsillos del abrigo una carta amorosa que Laureano Gómez le había escrito a una de las meseras del establecimiento, y en lugar de guardársela y decirle a Laureano que la había encontrado, la leyó en la siguiente reunión de amigos, cosa que Laureano no le perdonó jamás durante los próximos treinta años”.
Queda en el aire la pregunta por lo que hubiera pasado en el país si estos dos líderes no hubieran dejado de hablarse, pues esta enemistad fue uno de los maderos que más contribuyó al incendio que vivió Colombia entre 1946 y 1953, periodo conocido como La Violencia. Así, en la vida privada de ciertos personajes está la vida del país, pero, sobre todo, están las respuestas a situaciones que parecían inevitables.
Las autobiografías de personajes de la vida pública suelen tener una particularidad: se convierten en miradas en primera persona de los principales acontecimientos de la historia nacional. En el caso de las memorias publicadas recientemente por Enrique Santos, es la mirada de un hombre de la élite que militó en la izquierda más comprometida de los años setenta. Esta situación le permitió moverse entre círculos clandestinos sin dar el paso que muchos otros dieron en esa época y sin renunciar a su condición social, de ahí el famoso apodo con que se referían a él: “guerrillero del Chicó”.
En sus memorias, El país que me tocó, Enrique Santos cuenta los detalles y la cotidianidad de la Revista Alternativa, publicación que pretendió unir a la izquierda y de la que hicieron parte García Márquez, Fals Borda, Antonio Caballero, Daniel Samper Pizano, entre otros. Revela detalles que muestran las tensiones que se vivieron en esta revista que se publicó entre 1974 y 1980. Llama la atención una extensa carta que García Márquez le escribe desde Europa a Enrique Santos en la que hace un detallado análisis de aspectos que debían modificarse en la revista y luego plantea problemas que el Nobel consideraba de fondo: “Es evidente una simpatía, muy reprimida, por la vía armada. Es evidente un repudio, muy reprimido, por la vía electoral. Pero la revista trata de disimular ambas cosas, y al final se mantiene en un terreno neutral que no convence a nadie”.
Ver la historia del país desde la vida privada permite comprender los entramados en que se toman decisiones que afectan la vida de millones de personas. De ahí la constante pregunta que se hace Enrique Santos a lo largo de sus memorias: ¿qué hubiera pasado sí…? Con la particularidad de que fue él quien estuvo en medio de diferentes situaciones que hubieran podido cambiar la historia, la propia y la nacional, que en su caso terminaban siendo la misma.
Un caso similar al suscitado recientemente por El país que me tocó, es el que produjo en 2001 Palabras pendientes, las que serían las memorias de Alfonso López Michelsen. Se trata de una extensa conversación con Enrique Santos, en la que recorrieron casi setenta años de la historia del país, desde la primera presidencia de su padre, Alfonso López Pumarejo en 1936 hasta la debacle que se anunciaba del proceso de paz con las FARC conocido como “El Caguán”.
López Michelsen lo dijo todo y reveló, una vez más, cómo algunos de los conflictos más fuertes del país, con aparentes raíces ideológicas, no son fruto de sólidos debates públicos, sino producto de asuntos personales y de carácter privado. Tal es el caso de la rivalidad entre Eduardo Santos, dueño de El Tiempo y presidente entre 1938 - 1942 y Laureano Gómez, presidente entre 1950 - 1953. Ambos, solían visitar el “parrandero” Rondinela en San Cristobal, y en una de sus visitas al establecimiento, confundieron los abrigos de los dos ex presidentes: “Al otro día, ligeramente trasnochado, Santos encontró entre uno de sus bolsillos del abrigo una carta amorosa que Laureano Gómez le había escrito a una de las meseras del establecimiento, y en lugar de guardársela y decirle a Laureano que la había encontrado, la leyó en la siguiente reunión de amigos, cosa que Laureano no le perdonó jamás durante los próximos treinta años”.
Queda en el aire la pregunta por lo que hubiera pasado en el país si estos dos líderes no hubieran dejado de hablarse, pues esta enemistad fue uno de los maderos que más contribuyó al incendio que vivió Colombia entre 1946 y 1953, periodo conocido como La Violencia. Así, en la vida privada de ciertos personajes está la vida del país, pero, sobre todo, están las respuestas a situaciones que parecían inevitables.