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¿Para qué sirve un paro?

Arturo Charria
21 de enero de 2016 - 02:00 a. m.
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En la actual coyuntura, muchos serían los sectores políticos que pueden esgrimir razones para promover un paro, cada quien enarbolando su propia bandera:

Los uribistas podrían hacerlo con sus viejos argumentos: la entrega del país a las FARC y el derroche económico (mermelada) que tiene al país sumido en una crisis económica; las centrales obreras se movilizarían por el “miserable” aumento del salario mínimo en comparación con la elevada inflación; los colombianos de a pie, por el malestar que ha producido la venta de Isagén y el anunciado aumento en tres puntos del IVA; los importadores se unirían al paro por el precio del dólar.
Y aunque las razones pueden ser de peso, resulta muy sorprendente que a través de las redes sociales se esté convocando a hacer un paro el próximo domingo 24 de enero. Esto puede ser asimilable a organizar una huelga de hambre entre las nueve de la noche y las cinco de la mañana.

Habrá que preguntarse entonces para qué sirve un paro. Un paro es una acción de choque en la que trabajadores de un sector productivo detienen sus acciones laborales, bien sea para lograr una solución puntual a una necesidad urgente o para buscar una mejor posición ante un eventual proceso de negociación. Es, ante todo, una muestra de fuerza.

Para ilustrar el punto, miremos dos paros que involucran, desde distintas orillas, a los hermanos Santos Calderón. El primero ocurrió hace pocos años, comenzó en algunos pueblos de Nariño, Boyacá y Cundinamarca. Unos cuantos campesinos salían a las vías, quemaban unas cuantas llantas, paralizaban por unas pocas horas el flujo de vehículos y regaban en la carretera la leche que los intermediarios les querían comprar a precios de hambre. Los noticieros apenas si registraban la situación y todo parecía diluirse lentamente, hasta que Santos, el presidente, pronunció una de las frases más célebres de su vida política: “El tal paro agrario, no existe”. Al día siguiente comenzaron a promoverse marchas y cacerolazos en todo el país, al tiempo que circulaban una serie de videos donde se veía a miembros del ESMAD, con sus intimidantes uniformes, enfrentándose a campesinos de poncho y alpargata. En menos de 48 horas Bogotá estaba paralizada. El presidente logró con esa frase convertir una escueta protesta campesina, en un amplio malestar social contenido: estudiantes, campesinos y trabajadores se tomaron el centro de la capital; hubo desmanes, gases lacrimógenos, se cancelaron clases en los colegios, Transmilenio interrumpió su servicio, en distintos barrios de la ciudad hubo intentos de asonada. Tan compleja era la situación que el entonces alcalde, Gustavo Petro, decretó toque de queda en varias localidades.

Muchos años antes frente a su máquina de escribir, el director de la Revista Alternativa, Enrique Santos Calderón, entonces conocido como el guerrillero del Chicó, invitaba a los trabajadores colombianos a participar en el Paro Cívico Nacional organizado por las cuatro grandes centrales obreras del país: la CGT, la CSTC, la CTC y la UTC. Era el año 1977. En aquella época La Revista Alternativa, que pretendía ser un crisol de todas las izquierdas de Colombia, fue una de las principales promotoras de dicha movilización. En la edición de la semana anterior a la fecha en que estaba convocado el paro (que como mandan los cánones se dio en día laboral: miércoles 14 de septiembre), Enrique Santos cerraba su editorial con la siguiente sentencia: “Por eso, los miles de trabajadores que paralizarán durante 24 horas al país aprenderán con esta experiencia que unidos son capaces de imponer sus derechos económicos y políticos sobre una minoría que sólo tiene la brutalidad y la mentira como argumentos”. Aquel Paro Cívico Nacional logró su propósito: ese día nada se movió, nada abrió; las calles de las principales ciudades del país estaban deshabitadas, los pocos buses que intentaron hacer su recorrido fueron apedreados y sus llantas pinchadas con tachuelas. Hubo más de veinte muertos.Más allá de las diferencias ideológicas que están detrás de las palabras de los hermanos Santos y del momento en que fueron pronunciadas, hay algo común: ambos saben que la efectividad de un paro está determinado por la capacidad que este tenga de conmocionar la rutina y el sistema productivo. Aunque suene paradójico, Juan Manuel Santos tenía razón cuando afirmaba que “el tal paro agrario no existía”, pero con sus palabras, logró darle el necesario empujón para que este se hiciera visible. Asimismo, Enrique Santos, hacía bien al advertir que el paro no es el que logrará el cambio, sino que le demostraría a la sociedad su capacidad de arrinconar al Gobierno de turno y al sistema productivo.

De ahí que deba insistir en la pregunta: ¿para qué sirve un paro? O mejor aún, ¿sirve un paro el domingo? Tal parece que en Colombia sí y la convocatoria se mantendrá. Solo queda esperar a que el lunes, a primera hora, Juan Manuel Santos le anuncie al país entero en alocución presidencial que “el tal paro del domingo no existe”, de modo que los habitantes del segundo país más feliz del mundo, según un artículo reciente del Washigton Post, tengamos derecho, cuando menos, a un paro de verdad.
 

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