Entre los más de dos millones de estudiantes que no han regresado a sus colegios desde marzo de 2020, hay un grupo cuyos motivos son distintos al virus y la infraestructura. Hablo de niñas, niños y adolescentes que sufren pensando qué tipo de ambiente encontrarán al volver a las aulas. Comparto algunas reflexiones producto del diálogo con rectores y docentes de Cúcuta, a quienes les pregunté por causas que no fueran materiales y que estuvieran retrasando el regreso a la presencialidad.
1. La pandemia generó movilidad en las familias: cambios de ciudad o de barrios. Esto implicó una reconfiguración en los cursos, así como salidas y llegadas de nuevos compañeros. Algunos estudiantes se enteraban de la partida de un compañero porque dejaban de ingresar a las plataformas virtuales. A veces eran rumores sobre quién era la nueva persona en el curso o las causas por las que otro tuvo que cambiar de colegio. Hay estudiantes cuyo motivo para no volver es la ansiedad que les produce encontrar un lugar lleno de rostros desconocidos: no saben si se adaptarán a sus nuevos compañeros y si las dinámicas de grupo que antes conocían seguirán siendo las mismas.
2. Las formas y posibilidades de aprendizaje fueron desiguales para muchos estudiantes. Más allá de las brechas tecnológicas, un tema del que poco se ha hablado es del acompañamiento recibido durante el trabajo en casa. La diferencia entre quienes tienen entornos que facilitan procesos de aprendizaje y quienes tuvieron que enfrentarse solos a las pantallas y las guías es abismal. Esta situación se puede ocultar con la cámara apagada o con imágenes que se envían por WhatsApp. Sin embargo, frente a un docente o a los compañeros, “no saber” o quedarse callados sin responder ante una pregunta, puede convertirse en una experiencia traumática y vergonzosa.
3. También hay situaciones opuestas: estudiantes que se sienten cómodos con la autonomía que propicia la virtualidad y que participan más en las discusiones de clase. Para ellas y ellos volver a sentarse durante horas frente a un profesor y a rutinas tan rígidas puede ser abrumador. Son estudiantes que quieren volver a sus colegios, pero no al que estaba antes de marzo de 2020.
4. Algunos estudiantes vivieron pérdidas de familiares por causa de la pandemia. Para muchos se trata de un duelo inconcluso, un asunto que no ha recibido el acompañamiento adecuado y temen que emerja en conversaciones. Estas niñas y niños suelen marginarse, guardar silencio para no “incomodar” a los adultos. Volver a sus colegios significa hablar de algo que les aflige y duele.
Estos aspectos son tan importantes como la precariedad en la infraestructura educativa y los cuidados propios de la pandemia. La situación se complejiza por la falta de apoyo psicológico que hay en las instituciones educativas. En ocasiones solo hay un orientador para mil estudiantes. Abrir espacios de diálogo en las comunidades educativas para hablar de sus miedos y reconocer la validez de estas emociones es fundamental. De lo contrario, otra pandemia mantendrá a millones de estudiantes fuera de sus aulas.
Puntilla. Mientras escribía esta columna mi esposa me contó de una explosión en Cúcuta.
–Sí. –dije– Ayer le lanzaron una granada a un CAI.
–No, en el aeropuerto. –me respondió–.
Seguí escribiendo. Antes de terminar mi esposa volvió para anunciar una nueva explosión. ¿Quién manda en la frontera?
Entre los más de dos millones de estudiantes que no han regresado a sus colegios desde marzo de 2020, hay un grupo cuyos motivos son distintos al virus y la infraestructura. Hablo de niñas, niños y adolescentes que sufren pensando qué tipo de ambiente encontrarán al volver a las aulas. Comparto algunas reflexiones producto del diálogo con rectores y docentes de Cúcuta, a quienes les pregunté por causas que no fueran materiales y que estuvieran retrasando el regreso a la presencialidad.
1. La pandemia generó movilidad en las familias: cambios de ciudad o de barrios. Esto implicó una reconfiguración en los cursos, así como salidas y llegadas de nuevos compañeros. Algunos estudiantes se enteraban de la partida de un compañero porque dejaban de ingresar a las plataformas virtuales. A veces eran rumores sobre quién era la nueva persona en el curso o las causas por las que otro tuvo que cambiar de colegio. Hay estudiantes cuyo motivo para no volver es la ansiedad que les produce encontrar un lugar lleno de rostros desconocidos: no saben si se adaptarán a sus nuevos compañeros y si las dinámicas de grupo que antes conocían seguirán siendo las mismas.
2. Las formas y posibilidades de aprendizaje fueron desiguales para muchos estudiantes. Más allá de las brechas tecnológicas, un tema del que poco se ha hablado es del acompañamiento recibido durante el trabajo en casa. La diferencia entre quienes tienen entornos que facilitan procesos de aprendizaje y quienes tuvieron que enfrentarse solos a las pantallas y las guías es abismal. Esta situación se puede ocultar con la cámara apagada o con imágenes que se envían por WhatsApp. Sin embargo, frente a un docente o a los compañeros, “no saber” o quedarse callados sin responder ante una pregunta, puede convertirse en una experiencia traumática y vergonzosa.
3. También hay situaciones opuestas: estudiantes que se sienten cómodos con la autonomía que propicia la virtualidad y que participan más en las discusiones de clase. Para ellas y ellos volver a sentarse durante horas frente a un profesor y a rutinas tan rígidas puede ser abrumador. Son estudiantes que quieren volver a sus colegios, pero no al que estaba antes de marzo de 2020.
4. Algunos estudiantes vivieron pérdidas de familiares por causa de la pandemia. Para muchos se trata de un duelo inconcluso, un asunto que no ha recibido el acompañamiento adecuado y temen que emerja en conversaciones. Estas niñas y niños suelen marginarse, guardar silencio para no “incomodar” a los adultos. Volver a sus colegios significa hablar de algo que les aflige y duele.
Estos aspectos son tan importantes como la precariedad en la infraestructura educativa y los cuidados propios de la pandemia. La situación se complejiza por la falta de apoyo psicológico que hay en las instituciones educativas. En ocasiones solo hay un orientador para mil estudiantes. Abrir espacios de diálogo en las comunidades educativas para hablar de sus miedos y reconocer la validez de estas emociones es fundamental. De lo contrario, otra pandemia mantendrá a millones de estudiantes fuera de sus aulas.
Puntilla. Mientras escribía esta columna mi esposa me contó de una explosión en Cúcuta.
–Sí. –dije– Ayer le lanzaron una granada a un CAI.
–No, en el aeropuerto. –me respondió–.
Seguí escribiendo. Antes de terminar mi esposa volvió para anunciar una nueva explosión. ¿Quién manda en la frontera?