- La transición energética
Un concepto ha estado surgiendo con fuerza durante las últimas dos décadas en relación con los grandes desafíos planetarios: las transiciones. Apunta a un cambio radical en los modelos de economía y de sociedad vigentes. Sugiere que las respuestas de los gobiernos y las instituciones a la crisis ecológica son parte del problema, y que han arrinconado a la humanidad en un callejón sin salida.
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- La transición energética
Un concepto ha estado surgiendo con fuerza durante las últimas dos décadas en relación con los grandes desafíos planetarios: las transiciones. Apunta a un cambio radical en los modelos de economía y de sociedad vigentes. Sugiere que las respuestas de los gobiernos y las instituciones a la crisis ecológica son parte del problema, y que han arrinconado a la humanidad en un callejón sin salida.
La crisis climática es mucho más que un “problema” entendible y tratable con las herramientas conocidas. Para algunos es un “advenimiento” sin precedentes, una advertencia del planeta que nos insta a una metamorfosis completa de nuestros modos de existir. Demanda una revolución del pensamiento, como bien lo expresan notables intelectuales indígenas como Moira Millán y Ailton Krenak, que trascienda las nociones lineales de progreso y reconozca que todos somos Tierra, abandonando las jerarquías entre humanos y entre estos y la naturaleza.
El período de estabilidad climática y desarrollo humano que el planeta ha visto durante los últimos 11.700 años (el Holoceno) ha llegado a su fin; la humanidad ha entrado a una nueva era, Antropoceno para los científicos, Terricidio para muchos activistas. En algunos escenarios, dinámicas no lineales “en cascada” entre diversos factores (ej., el descongelamiento del permafrost, la deforestación del Amazonas y el deshielo de los polos) podrían derivar en una “tierra supercaliente” con efectos cada vez más destructivos. Surge entonces la necesidad de desmantelar el mundo construido durante los últimos siglos, para reconstruirlo sobre bases muy distintas, tomando en serio los límites biogeoquímicos de la biosfera.
La energía es uno de los factores más claves en este proceso. ¿Por qué? Porque está involucrada en todo lo que hacemos. Estamos poseídos por el virus energético. Las ciudades, los modos de producción y consumo, los desarrollos tecnológicos todos llevan la marca indeleble de los combustibles fósiles. Como civilización del carbono, la modernidad se está autodestruyendo, víctima de su propio invento, a medida que sigue utilizando la energía como fuerza colonizadora de los territorios de vida de pueblos y comunidades. Las próximas décadas serán de perturbaciones ecológicas, sociales y políticas dramáticas y con frecuencia catastróficas.
La transición energética no es solamente una cuestión de energía. La supervivencia y el bienestar de la humanidad y de la vida toda dependen de pasar de civilizaciones obsesionadas con el consumo ilimitado de energía a sociedades centradas en la vida. Crece la conciencia de que la Tierra no es una colección de objetos sino un verdadero cosmos vivo, la Pachamama, Gaia, la Casa Grande o la Casa Común, como lo enunciara la Encíclica Laudato Si’ del papa Francisco.
Un futuro viable dependerá de una considerable disminución del uso de materiales y energía y la relocalización de buena parte de la producción para reducir drásticamente la emisión de gases de efecto invernadero, al mismo tiempo que se reconoce que no es deseable ni posible volver al pasado. Esta meta se logrará por elección o involuntariamente como resultado del colapso climático, y tomará forma diferente en los países ricos y el Sur Global. A este respecto es necesario hacer varias advertencias: primero, las transiciones energéticas de los países ricos no pueden realizarse a costa del aumento del extractivismo en el Sur, como en los casos de la minería de litio para la industria de carros eléctricos y la expansión de los agrocombustibles en países tropicales. Estas transiciones corporativas se contraponen a las transiciones concebidas desde la justicia climática y la autonomía energética.
Segundo, toda transición energética concebida desde los gobiernos, por progresistas que sean, deberá cuidarse de no acrecentar el despojo de los territorios de vida de las poblaciones locales, cual es el caso de los mega parques eólicos de La Guajira, denunciado por las comunidades y documentado por Camilo González Posso de Indepaz e investigadoras como Astrid Ulloa. Tercero, se deben resistir las posiciones de cierta “academia verde” que llama a explotar al máximo el carbón y el petróleo existentes aprovechando la coyuntura de precios, desconociendo los múltiples efectos negativos locales y globales (ver blog de E. Gudynas, https://blogs.elespectador.com/actualidad/embrollo-del-desarrollo/extractivismos-manos-llenas-justificaciones-propositos-insostenibles). Dos criterios claves para evaluar toda propuesta de transición energética son la adopción de modelos posextractivistas, para lo cual ya existen pautas bien elaboradas (como las Centro Latinoamericano de Ecología Social, CLAES) y el apoyo decidido a los proyectos de soberanía energética locales que ya avanzan en muchos territorios.
Una reciente propuesta para la transición energética, preparada colectivamente por un grupo de organizaciones de la sociedad civil con apoyo de intelectuales y activistas de Colombia y el continente (Sandra Rátiva, Maristella Svampa, Enrique Viale, Pablo Bertinat, Alberto Acosta y Tatiana Roa, entre otres), titulada “Disminución planeada de la dependencia fósil en Colombia: entre el cambio cultural y la gestión participativa de la demanda”, constituye un importante aporte para el diseño de una transición energética justa en Colombia. Dialoga con la propuesta del Pacto Histórico, situando la transición energética dentro de amplias transformaciones socioeconómicas, políticas y culturales.
Es una propuesta sofisticada, con un horizonte de 15 años, orientada a superar la dependencia de la economía de los ingresos petroleros (32 % de las exportaciones en 2021) en el mediano plazo. Contempla la adopción de valores culturales como la frugalidad, el cuidado y el buen vivir, y principios ético-políticos tales como la justicia climática, la deuda ecológica resultante del sobreconsumo de los países ricos, y la revalorización de lo local y lo comunal. Postula “un doble movimiento: gestionar la desaceleración que traerá la crisis energética planetaria en los próximos años, asegurando los mínimos vitales para todas las personas en el país, y al mismo tiempo, promover la autonomía productiva y fiscal como ruta de transformación local y nacional”.
Para lograr estos objetivos, el documento vislumbra un Fondo de Transición Energética para apoyar estrategias tales como las energías renovables a nivel comunitario; la transformación agroecológica del campo; la actividad manufacturera a nivel local; la creación de “grupos para la lucha climática” y la restauración de ecosistemas; educación técnica y superior para la transición; priorización del consumo de energía para sectores claves; y la reconversión de los sistemas de movilidad e infraestructura urbana hacia la creación de ciudades a escala humana (como ya se hace en ciudades como Barcelona). La Cooperación internacional contribuiría recursos sustanciales en aras de subsanar la deuda ecológica, reorientando los extractivismos verdes como los mercados de carbono y el hidrógeno, con frecuencia cooptadas por las compañías petroleras, hacia una genuina transición energética.
Finalmente, el documento tiene una orientación política explícita en cuanto enfatiza la justicia climática y antipatriarcal y la potenciación de la productividad desde los proyectos de vida de las comunidades en los territorios. Constituye “una invitación a abrir el corazón y la razón” para un gran cambio cultural que exhorta a “poner la vida en el centro, a producir una economía para la justicia social y una política para la dignidad”.
Ni el mundo, ni Colombia, se van a “desintegrar” con las transiciones socioecológicas, como muchos temen. Más bien contemplemos la idea de que Colombia, y el mundo, hace tiempo se vienen desintegrando, y que es hora de empezar la labor de sanación y cuidado del país y del planeta. La transición energética es una dimensión clave de esta tarea, pues involucra otras formas de relacionamiento entre las personas y de la especie humana con todos los sistemas vivos que conforman el planeta.
Nota: Entre el 5 y el 9 de septiembre, Censat Aguaviva y varias organizaciones nacionales e internacionales han organizado una serie de actividades en Bogotá para reflexionar sobre el documento referido, en el contexto de las propuestas del Gobierno.