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Uno de los conceptos más importantes para entender la coalición del Pacto Histórico es el de las y los nadies. ¿Quiénes son los nadies? ¿Qué lugar ocupan en las transiciones propuestas? ¿Cómo se ve el mundo desde su lugar? No son solamente las personas de clase trabajadora, ni las personas “pobres” (léase: empobrecidas), ni “negras”, indígenas y campesinas, ni trans, ni las ninguniadas de todo tipo. Son todos estos grupos y mucho más.
Como dice Eduardo Galeano en su breve texto con este título, al cual aludiera Francia Márquez durante su campaña por la presidencia, los nadies son “los hijos de nadie, los dueños de nada”. Los Nadies son aquellos cuyo único común denominador es haber sido activamente forzados, a través de múltiples despojos, al fondo de la pirámide social y cultural, aquellos para quienes la vida con dignidad y derechos que la sociedad moderna concibe “no alcanza”.
Categorías similares a las y los nadies tienen una larga historia. El precedente más conocido es el término “bárbaros”. Acuñado por los griegos y usado por varias civilizaciones en la Antigüedad, este término no necesariamente tenía un significado peyorativo. Para los antiguos griegos, los bárbaros eran aquellos diferentes que vivían más allá de los muros de la ciudad y cuyo lenguaje no podían entender. Poco a poco los bárbaros se fueron convirtiendo en los incivilizados, y no rara vez se los veía como la encarnación del mal, como en el caso de los “salvajes”, “infieles”, “desviados”, “brujas”, “chusma” y “desechables”, todas estas categorías impuestas desde la visión normativa de los poderosos del momento.
La Conquista de América introdujo una variación fundamental en estas representaciones, pues redujo la cuestión de la diferencia a dos posibilidades: aceptar la diferencia, pero negar la igualdad, lo cual conducía a la dominación (“los Indios son diferentes, pero inferiores, hay que subyugarlos”); o reconocer la igualdad, pero negar la diferencia, llevando a la asimilación (“todos somos iguales antes los ojos de dios”, pero el precio de esta hipotética igualdad para los Indios era la evangelización; hoy diríamos que la “modernización”). Por su parte, a los “negros”, convertidos en mercancía como parte esencial del proyecto capitalista moderno, se les negó hasta la pertenencia a la misma especie, pues eran vistos como animales no-humanos. Desde entonces Occidente se cerró a la posibilidad de aceptar al otro simultáneamente como diferente e igual. De esta problemática heredamos una serie de categorías naturalizadas: primitivos, monstruos, marginales, informales, analfabetos, minorías, improductivos, y sub-de-sa-rro-lla-dos. Podría argumentarse que el hábito de demarcarse de aquellos que se perciben como diferentes es universal, y quizás lo sea, pero no es universal clasificar las diferencias en jerarquías para luego valerse de estas para explotar, dominar y asimilar, cuando no borrar de la faz de la tierra.
Como los condenados de la Tierra descritos por el filósofo martinicano Franz Fanon, las y los nadies viven bajo una guerra permanente. Lo enuncia con certeza Bob Marley en una de sus canciones (“War”, del álbum Rastaman Vibrations): “Hasta que la filosofía que mantiene la existencia de una raza superior y otra inferior sea definitiva y permanentemente desacreditada y abandonada, en todas partes será la guerra”. Para Michel Foucault, la estructura binaria de la sociedad –la premisa de una raza superior poseedora de la verdad, que define las normas, y una subraza subordinada—surge como rasgo fundante en la Europa del Siglo XVII gracias a la superposición de racismo, colonialismo y guerra, justificando el derecho a excluir y matar, todo esto bajo el pretexto de “defender la sociedad”. Desde entonces, bajo la aparente calma del progreso, para las y los nadies siempre ha habido la guerra.
Para algunos antropólogos (como el argentino Rodolfo Kusch), los nadies se resisten al desarraigo, pues han aprendido que toda super/vivencia se da en interdependencia e interrelación, en territorio y comunidad. Por esto no marchan como marionetas hacia el “progreso” y con frecuencia se rehúsan a convertirse en meros cuerpos productivos, así tengan que convivir con brutales regímenes de explotación y despojo. Pero si bien su vida es de continua lucha y resistencia por sobrevivir, es mucho más que esto, y por ello hablan de re-existencia y de vivir con dignidad. Han tenido que vivir con múltiples conciencias, siempre atentas y atentos a quienes ejercen el poder, cuidándose de la mirada unidireccional supuestamente neutral y universal desde arriba, privilegio de los poderosos.
Las y los nadies no son simples víctimas, aunque hayan sido colonizadas y vivan bajo ocupación; por necesidad, construyen sus espacios de vida resistiéndose a la negación de que son objeto. En esta doble negación, según Kusch, encontramos el corazón de la política popular, pues la negación de la negación es la afirmación de su existir. Por esto las culturas populares –en medio de todas sus problemáticas y situaciones difíciles-- construyen vida, espiritualidades, mundos, pueblos. La música y el baile con frecuencia expresan su existir, su digna rabia, sus estallidos, su vivir sabroso. Por eso canta el pueblo, dice Kusch; el canto expresa la verdad del existir.
A las y los nadies les aterra el azar de la supervivencia, la violencia física, la constante amenaza de muerte que se cierne sobre aquellos que se atreven a levantar la voz y poner su cuerpo en la línea de fuego. Por esto insiste la vicepresidenta Francia Márquez en una excelente entrevista reciente que es absolutamente necesario “que las personas a quienes se les ha tratado como nadies tengan derechos”, y esto es la base de una vida sin miedo y con dignidad
Es tentador oponer las y los nadies a quienes son “alguien” (o quizás a la autodenominada “gente de bien”, como fue el caso de las clases pudientes en Cali durante el paro de abril-mayo del 2021, aquella que se beneficia del orden y seguridad creados por la propiedad privada, aquellas para quien la nación no es un proyecto colectivo sino una empresa para acumular, y quienes en cada ocasión se levantan indignados ante “la barbarie” de los nadies), pero esta oposición es válida sólo hasta cierto punto. Como afirmara la vicepresidenta en la entrevista ya citada, refiriéndose a superar la problemática del racismo, “el fin es que esta Colombia se ame, que esta Colombia se vuelva a abrazar en la diferencia, que esta Colombia vuelva a soñar”.
Más allá de las divisiones entre los nadies y las élites, entre derechas e izquierdas, entre aliados y enemigos, el proyecto existencial desde las y los nadies es construir una Colombia donde quepan muchas Colombias, en diferencia e igualdad. Al apropiarse de forma subversiva y constructiva la noción de las, les y los nadies, la vicepresidenta propone que todas y todos podríamos converger en este espacio, desde una ética pluralista alimentada por los desafíos planetarios, que movilice los diversos proyectos de vida hacia nuevas formas de habitar el país y la Tierra.
Esta meta requiere una transformación significativa de las estructuras capitalistas, racistas y patriarcales que continúan reproduciendo jerarquías y divisiones entre los que cuentan y los que no. Todo esto pasa por pensar, sentir y ver desde el espacio de las y los nadies y trascender la visión estrecha de la humanidad que nos dejó La Conquista, esa forma de la humanidad que hasta ahora no ha sabido encontrar el camino para albergar con dignidad a los diferentes de la Tierra.