Publicidad

Europeos vs. caribes: ¿quiénes eran los salvajes?

Arturo Guerrero
20 de septiembre de 2024 - 05:00 a. m.

Si alguna otra novela pudiera compararse con Muy caribe está, del antioqueño Mario Escobar Velázquez, sería El corazón de las tinieblas del ucraniano Joseph Conrad. Estos autores no son contemporáneos. Sus vidas son sucesivas. Conrad nació en 1857 y murió casi al final del primer cuarto del XX. Escobar nació en 1928 y murió cercano a los 80 años.

Los separa un siglo, los hermana la experiencia literaria del salvajismo. Conrad narró la incursión de europeos al centro del África a lo largo del río Congo, donde halló ese corazón de las tinieblas. Kurtz se llamaba aquel hombre que vivía rodeado de estacas a las que estaban clavadas cabezas de lugareños calificados como rebeldes. “Su alma estaba loca. Al quedarse solo en la selva, había mirado a su interior, y ¡cielos!, puedo afirmarlo, había enloquecido”.

Escobar narra desde dos ópticas contrapuestas. La de los conquistadores españoles que llegaron a América, al golfo del Darién, al río Atrato. Y la de los indios caribes que habitaban esa zona y que, gracias a su valor y arrojo, le dieron nombre al mar desde Cuba hasta el continente. Aquellos tenían las tinieblas, estos el corazón.

El talento literario de Escobar lo lleva a construir un narrador mezclado. Siendo peninsular y habiendo llegado a América en un barco de velas, se integra a sus veinte años con los indígenas. A partir de entonces lleva una doble vida en calidad de traductor del idioma local y miembro de la expedición conquistadora.

De regreso a Europa, luego de esas experiencias extremas, toma en alquiler una habitación en un convento de monjes donde escribe durante sus últimos treinta años sus memorias híbridas, y donde muere a los noventa. Ha leído a los Cronistas de Indias, pero guarda reservas frente a la postura de ellos.

Así razonaban los recién llegados: “Vinimos por el oro, no para estar en paz. Y está ahí detrás de los troncos. Cuánto es puedo imaginarlo según lo visto. Si hay que morir se muere. Muerte hay una sola para cada uno, y la debemos al Señor. Y acá se tiene la ventaja de que es rápida.”

Así concluía el joven intérprete: “Seguían pensando en el oro, no en los muertos que iba costando el todavía no tenido. Se pensaba en el oro por tener, no en los cadáveres recientes y ya olvidados. Esos eran así”. Por las páginas pasan el ambicioso Francisco Pizarro, el estratega Vasco Núñez de Balboa, el veloz Alonso de Ojeda, el arbitrario y cruel Pedro Arias Dávila. Todos cegados por la ambición.

Entre tanto los caribes adelantaban una vida unida a la naturaleza, a sus ríos, árboles, animales, plantas medicinales. Se tiznaban los dientes de negro para protegerlos, andaban desnudos, se protegían el sexo con cubiertas de oro, guerreaban con tribus vecinas, las mujeres exaltaban el placer sexual y eran diestras amantes.

De entre todos los pueblos americanos, los caribes cobraron fama de ser duros guerreros. Por eso cuando alguien se destacaba por su arrojo en el combate, los españoles se referían a él diciendo “muy caribe está”.

arturoguerreror@gmail.com

 

Sin comentarios aún. Suscribete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta  política.
Aceptar