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Cada amanecer se ha convertido en un sobresalto. La velocidad de los hechos y las reacciones no dejan asimilar la gravedad de sus consecuencias. Más se demora el primer mandatario local en prohibir el aterrizaje de aviones con inmigrantes nacionales expulsados que el presidente del mundo en suprimir la expedición de visas estadounidenses.
El primero gobernó por redes sociales a la alta madrugada; al segundo le bastó firmar su decisión sin aguardar opiniones de los contrapesos del poder. De esta manera se está llevando el diario acontecer de la política, entre amenazas y retaliaciones. Cada bando actúa al compás de sus caprichos y emociones de último momento.
Y así marcha este globo demente que sabe cómo va a acostarse, pero no cómo despertará. Los viejos modales acuñados hace siglos y refrendados cada cuatro o seis años han caído en desuso. El entramado de comportamientos sociales, que ha aplazado casi todas las guerras, tiende peligrosamente a desbaratarse.
La situación local no es una excepción: es toda la Tierra la que parece marchar hacia la insensatez. Las naciones más potentes cayeron en manos de líderes ávidos que pretenden recuperar su mal mentada grandeza para hacerse faros de una humanidad que los mira azorada.
Los habitantes, habituados a las buenas maneras democráticas, se demoran en percibir la transformación orbital y por eso temen estupefactos escuchar las noticias cada mañana. El buen juicio se desquicia, pues la rapidez de estos hechos y de su difusión se volvió impotable para las mayorías que creían haber llegado a una paz y sensatez estables.
Lo más grave del momento es que quienes parecen más preparados para estas transformaciones insensatas son los jóvenes. Estos han sido formados por las redes sociales y los influenciadores, que se encargan de glorificar la ley del más fuerte y el esplendor del dinero.
Así pues, las nuevas cosechas humanas que anteriormente eran contestatarias y luchadoras por un mundo más justo hoy aguardan el momento de abrir proyectos productivos para volverse ricos lo más pronto, comprar carros brillantes y ser famosos por encima de las mayorías.
Los potentados actuales conocen este terreno abonado y saben ganar elecciones con el apoyo de estas nuevas generaciones. Se puede decir que ahora sí se juntaron el hambre con las ganas de comer. El planeta marcha hacia la supremacía de los supremos. Las antiguas causas altruistas se miran por encima del hombro, ya que el objetivo vital es individual e inmediato.
Dicen los recién llegados al mando ejecutivo que en el siguiente lapso lo importante es que un solo país, el elegido, sea grande, que sus fronteras hagan colapsar las líneas del mapamundi. Muestran en videos sus cohetes atravesando planetas y llegando a plantarse con banderas en Marte, el astro con nombre de guerra.
Lo más sorprendente es la velocidad con que se ha desarrollado esta mega revolución de perspectivas y costumbres. Lo que antiguamente tomaba siglos, hoy es asunto de todos los días.