A comienzos de 1960 llegaron a Bogotá el poeta andaluz José Manuel Caballero Bonald y su esposa catalana, Josefa Ramis. Él de 34 años, ella de 28. La asfixiante dictadura de Franco se prolongaba y el escritor se sintió ahogado. Por asuntos de colegaje y de juergas había conocido en Madrid a los poetas colombianos Jorge Gaitán Durán y Eduardo Cote Lamus, nortesantandereanos y contemporáneos suyos.
Estos le tendieron la mano y le consiguieron contrato por dos años como profesor en la Universidad Nacional. Así es como Pepe y Pepa llegaron a una Bogotá de apenas un millón de habitantes y gente vestida de negro, con sombrero, abrigo o ruana. La Nacho era una isla blanca y verde, diseñada por un alemán, cerca de la cual encontraron apartamento.
A él no le gustaba la docencia y menos enseñar los clásicos españoles entre estudiantes de ingeniería o economía. Pero aquí estaba el trópico, “el brote universal de una materia interminablemente abastecida / de lozanía y podredumbre y fascinación y lucidez y espanto / algo como una transacción secreta entre lo excepcional y lo quimérico”, según un poema que Bonald —su madre era de ascendencia francesa— escribiría sobre Colombia.
En este cruce de contrastes quedó atrapada 60 años después la periodista y escritora Myriam Bautista, quien por oficio anda atenta a especímenes humanos semejantes. Tras añísimos de publicar en El Tiempo perfiles de estos personajes, resolvió que este caso merecía un tratamiento de largo metraje, un libro.
Hurgó en todas las fuentes, en íntegros los documentos; uno de ellos, las mil páginas autobiográficas del mismo andaluz; escarbó en la memoria fugitiva de varios sobrevivientes. Hasta cuando en mayo de 2021 murió en Madrid su protagonista, casi centenario, y ella resolvió entregar a Planeta el volumen con el cachaco nombre de Muy agradecido.
En las más de 200 páginas incluyó fotos, poemas y las tres entregas de Cuaderno del Magdalena, crónica de nuestro “río nutricio”, que la pareja recorrió en un barco de vapor movido con paletas. Publicados en El Espectador, estos textos constituyen la poética de Bonald y la exaltación del trópico.
“La selva se aniquila a sí misma porque a sí misma se procrea, terrestre monstruo saturnal. De la tendencia a la nada, surge la terrible inclinación al todo”: esta visión dual y portentosa no era usual en la prensa colombiana. ¿Y qué tal la siguiente definición de una guama?: “Esa equivocación zoológica de la botánica, producto de la unión carnal del lagarto con la habichuela”.
En cuanto a la percepción de la realidad proclamada por Bonald, es claro que en Colombia aprendió a mirar: “En el trópico siempre es plausible darle un buen margen de crédito a la delirante fantasía. Viajar viendo solo lo que a simple vista se ve es ir a contrapelo de las más verídicas interpretaciones”.
El libro de “la compañera” Myriam, como la conocen sus cercanos, es buena guía para entender una sentencia de Bonald: “No copio la realidad, la transformo, la interpreto”.
A comienzos de 1960 llegaron a Bogotá el poeta andaluz José Manuel Caballero Bonald y su esposa catalana, Josefa Ramis. Él de 34 años, ella de 28. La asfixiante dictadura de Franco se prolongaba y el escritor se sintió ahogado. Por asuntos de colegaje y de juergas había conocido en Madrid a los poetas colombianos Jorge Gaitán Durán y Eduardo Cote Lamus, nortesantandereanos y contemporáneos suyos.
Estos le tendieron la mano y le consiguieron contrato por dos años como profesor en la Universidad Nacional. Así es como Pepe y Pepa llegaron a una Bogotá de apenas un millón de habitantes y gente vestida de negro, con sombrero, abrigo o ruana. La Nacho era una isla blanca y verde, diseñada por un alemán, cerca de la cual encontraron apartamento.
A él no le gustaba la docencia y menos enseñar los clásicos españoles entre estudiantes de ingeniería o economía. Pero aquí estaba el trópico, “el brote universal de una materia interminablemente abastecida / de lozanía y podredumbre y fascinación y lucidez y espanto / algo como una transacción secreta entre lo excepcional y lo quimérico”, según un poema que Bonald —su madre era de ascendencia francesa— escribiría sobre Colombia.
En este cruce de contrastes quedó atrapada 60 años después la periodista y escritora Myriam Bautista, quien por oficio anda atenta a especímenes humanos semejantes. Tras añísimos de publicar en El Tiempo perfiles de estos personajes, resolvió que este caso merecía un tratamiento de largo metraje, un libro.
Hurgó en todas las fuentes, en íntegros los documentos; uno de ellos, las mil páginas autobiográficas del mismo andaluz; escarbó en la memoria fugitiva de varios sobrevivientes. Hasta cuando en mayo de 2021 murió en Madrid su protagonista, casi centenario, y ella resolvió entregar a Planeta el volumen con el cachaco nombre de Muy agradecido.
En las más de 200 páginas incluyó fotos, poemas y las tres entregas de Cuaderno del Magdalena, crónica de nuestro “río nutricio”, que la pareja recorrió en un barco de vapor movido con paletas. Publicados en El Espectador, estos textos constituyen la poética de Bonald y la exaltación del trópico.
“La selva se aniquila a sí misma porque a sí misma se procrea, terrestre monstruo saturnal. De la tendencia a la nada, surge la terrible inclinación al todo”: esta visión dual y portentosa no era usual en la prensa colombiana. ¿Y qué tal la siguiente definición de una guama?: “Esa equivocación zoológica de la botánica, producto de la unión carnal del lagarto con la habichuela”.
En cuanto a la percepción de la realidad proclamada por Bonald, es claro que en Colombia aprendió a mirar: “En el trópico siempre es plausible darle un buen margen de crédito a la delirante fantasía. Viajar viendo solo lo que a simple vista se ve es ir a contrapelo de las más verídicas interpretaciones”.
El libro de “la compañera” Myriam, como la conocen sus cercanos, es buena guía para entender una sentencia de Bonald: “No copio la realidad, la transformo, la interpreto”.