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Quince años atrás, a Rogelio Echavarría le mataron un hijo. Se llamaba Juan Fernando, era compositor, flautista prodigioso y cantante. Durante ocho años recorrió Suramérica junto a Beatriz Vargas con quien conformaba "Los viajeros de la música".
El poeta y periodista, fallecido antenoche, había dedicado su libro inflable, El transeúnte, a su esposa y a sus hijos… "como quien dice a mí mismo", aclaró a continuación.
A Rogelio lo derrumbó la muerte trágica de su hijo. Se le veía caminar por las calles del centro de Bogotá y contar que las investigaciones exhaustivas no aclaraban nada sobre esa encrucijada. No es descabellado pensar que este trance le atrajo el Alzhéimer con que finalmente se fue.
La muerte fue tema constante en su obra. Le respiraba en el hombro, por encima de su traje de cachaco, junto al marco gruesísimo de sus gafas, le desordenaba la corbata. En su pieza Hora llegada, de los años 70, entrevió su propia despedida: "Mis hermanos murieron / de golpe / de accidente / mas yo muero de muerte / verdadera: de cansancio / del corazón".
En su trajinar por los principales diarios del país, entre ellos El Espectador, conoció de primera mano las convulsiones de la guerra colombiana. De día se enteraba de los muertos, de noche soñaba sus poemas a la muerte. Así sintió en 2003 la tragedia de su hijo:
Si me mandan mi hijo a la / guerra / es seguro que no volverá. / Tan valiente es el muy / pobrecillo / que seguro a morir se / expondrá. / Si me mandan mi hijo a la / guerra / es seguro que yo moriré. / No me alcanzan las fuerzas / que tengo / para alzarle el fusil o la fe. / Si me mandan mi hijo a la / guerra / es seguro que sí volverá. / Tendré puesta mi prenda / más tierna, / ¡tendré listo el más bello / ataúd!
Rogelio Echavarría, quien algún día exclamó "¡de suerte que este instante es la vida!", alcanzó 91 años y medio. Nació paisa, pero vivió eternidades en Bogotá donde compartió tertulias con Aurelio Arturo quien le ayudó a publicar su primer libro. Son hermanos de ritmo estos dos grandes.
Se alimentó de calles, ventanas, basura, bares, ciegos, árboles, lluvias, las cosas simples de la vida linda. Tenía gran humor, era amigo de sus amigos, reservado en su concha de creación. “La libertad no me encadena pero nunca me deja libre”: tal era la paradoja que lo entusiasmaba.
Como buen visionario, proyectó luz sobre nuestras guerras sin fin: “Camarada enemigo: nos llevaron / por las malas a darnos sin cuartel / la misma buena guerra… Y tuvimos la suerte de matarnos / de todo corazón, mientras en casas / blancas y rojas firman armisticio /… ejército inmortal y conocido / del soldadito desconocido”.
Rogelio Echavarría se marchó como los pájaros de uno de sus versos, que "yacen, cansados de sostener el cielo". Se habrá abrazado ya con su hijo Juan Fernando, como quien dice consigo mismo. Juntarán sus botas de viajeros de la música. La libertad los dejará libres.