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En el 2024 que finaliza se cumplieron cien años de la publicación de la novela La montaña mágica, de Thomas Mann, escritor alemán de fama mundial. Estaba próximo a cumplir sus cincuenta y los últimos doce los había dedicado a terminar “las soñadoras combinaciones de esta sinfonía de pensamientos que se extendía a lo largo de mil doscientas páginas”, según sus propias palabras.
A pesar de su escepticismo sobre el éxito, en cuatro años el libro alcanzó cien ediciones. Estaba fresca la tremenda experiencia de la Primera Guerra Mundial y el francés André Gide lo consagró: “Esta obra considerable no es comparable verdaderamente con nada”. El propio Mann había reconocido que para su novela “se había elegido también con exactitud la hora histórica”.
Es poco conocido el ancestro suramericano de Mann. Su madre, Júlia da Silva Bruhns, había nacido en Río de Janeiro, de donde fue llevada a Alemania cuando tenía siete años. “Mi madre –comentó Mann– poseía un tipo netamente latino, había sido, en su juventud, una belleza muy admirada y tenía una gran sensibilidad para la música... De ella me viene la ‘naturaleza jovial’, es decir, la inclinación hacia el arte y lo sensible”.
De su padre alemán, en cambio, heredó “la seriedad en la conducta”. Estudió periodismo, “aquella profesión un tanto imprecisa”. Trabajó en un semanario como redactor y corrector, “sin embargo, solo una parte de mi ser participaba en eso”.
Devoraba literatura escandinava y rusa, se la pasaba leyendo a Schiller, recibió el influjo espiritual y estilístico de Nietzsche y experimentó un arrebato con la filosofía de Schopenhauer, “sistema de pensamiento cuya musicalidad sinfónica me seducía de la manera más honda”.
En 1901 tuvo el primer estremecimiento inesperado, con la aparición de su novela de familia Los Buddenbrook. “Era la gloria –comentó–. Fui arrastrado por un remolino de éxito... El mundo me abrazó entre elogios y felicitaciones”. Cuatro años después se casó “con una prometida de cuento de hadas”. Tuvieron seis hijos escalonados por parejas, hombre-mujer, etc.
Luego vino La muerte en Venecia, que no lo encontró desprevenido “para la impresión casi tumultuosa que iba a producir en los lectores cuando se publicó”. En 1912, cuando su mujer contrajo una infección pulmonar y pasó varios meses en un sanatorio de las montañas suizas, la visitó en Davos y tuvo un impacto que luego se convertiría en la obra maestra de La montaña mágica.
En su corta obra Relato de mi vida, acompañada en la misma edición por El último año de mi padre, de Erika Mann (Biblioteca Básica Salvat, 1971) , luego de recibir el premio Nobel de literatura en 1929, Thomas Mann afirma: “Se encontraba sin duda en mi camino; digo esto no por vanidad, sino porque poseo una visión tranquila, si bien desinteresada del carácter de mi destino, de mi ‘papel’ en la tierra, del cual forma parte el brillo equívoco del éxito... Con esta tranquilidad que toma las cosas pensativamente he aceptado, como algo perteneciente a mi vida, este clamoroso incidente”.